XIX. Cambios

734 114 46
                                    

T.

Esa noche, las estrellas brillaron para nosotros.

Esa noche, el universo fue nuestro.

∞∞∞

En vísperas del Festival de las Luciérnagas, las calles del pueblo se convirtieron en el mejor lugar para socializar. Todos iban de aquí para allá buscando los materiales para los collares y las pulseras representativas del festejo, unos más también iban a las florerías o decidían comprar las coronas de flores ya hechas. Tabatha pertenecía al segundo grupo.

Esa cálida mañana hacía las últimas compras: coronas para Sabina y ella, y un collar de flores para Luciano. Reconoció a muchas personas que llevaba años, muchos años sin ver, un par de profesoras de la primaria, amigas de su madre y dos o tres chicas a las que frecuentó en su momento. Lo que se suponía sería una salida de una hora, se convirtió en toda una mañana.

Para cuando regresaron, Luciano esperaba caminando frente a la puerta de la casa, en el porche, bajo la atenta e incrédula mirada de doña Mimí, que leía el periódico del día.

—¡Tabatha! ¡Dios! ¡Gracias al Cielo que apareces! —Exclamó Luciano. Bajó, estrepitoso, las escaleritas. Tabatha se detuvo en seco y Sabina con ella—. ¡Necesito que me ayudes con mi trabajo!

—¿Yo?

—Sí, te gustan las historias fantásticas... necesito tu visto bueno —le tendió el fajo de hojas impresas, era el guion que Jim le había encargado—. No se lo he mandado a Jim.

—Ooooh... ¿okay? ¿Tiene que ser para hoy? Sabes que hoy es el festival...

—No, no. Tengo suficiente margen para entregarlo.

Tabatha lo hojeó.

—¿Hiciste la comida?

—Tengo hambre —dijo Sabina sobándose la pancita.

El rostro de Luciano se descompuso.

«Mierda.»

Salió disparado a la cocina, cerrando todas las puertas detrás de él. Sabina se giró hacia su mamá y moviendo su mano en espiral a la altura de la oreja, le dijo que su papá estaba "cucú". En vista de que estaban encerradas fuera de su casa, Tabatha agarró a Sabi de la mano y se fueron a sentar con la abuela, quien le dedicó a su nieta una mirada de quien todo lo sabe.

—¿Algo que yo no sepa? —Escenas de la noche anterior pasaron veloces por la mente de Tabatha, se sonrojó y negó con la cabeza—. Mhhmm...

—No hay nada definido aún.

—¿Pero?

—¿Pero? No sé, es tentador, ¿sabes? —sonrió de oreja a oreja. Doña Mimí llevaba tiempo sin verla sonreír de esa manera, tan feliz y esperanzada—. Me gustaría decir que desearía jamás haber estado a la mitad de una balacera, es horrible en todos los sentidos, pero... ¿habríamos terminado aquí de otra forma? ¿Cómo puede ser que de algo tan feo surjan cosas tan bellas? Sólo míranos, abuela, estás aquí... Sabina —le dio un beso a su pequeña que escuchaba en silencio, mientras arrancaba florecillas silvestres del pasto— es contenta... ¡Luciano se fue a cocinar! ¡Luciano! ¿Entiendes?

La abuela posó su mano sobre las de su nieta, pero miró hacia la casa.

—Así que lo está intentando... es un poco inseguro de cómo expresarse, escúchalo y apóyalo, querida. Se pueden amar todo lo que quieran, pero sin comunicación no hay futuro para ninguna pareja. Y eso, princesita, les está fallando.

—Pero se puede arreglar, ¿no?

—Si tu corazón lo desea y estás dispuesta, todo se puede arreglar.

Tabatha soltó un largo suspiro, a continuación se tiró de espaldas al pasto, con las manos en la cabeza como almohadas y aprovechó hasta el último segundo en que Sabina no requirió de su atención. Reflexionó cada palabra de su abuela con detenimiento, para terminar dándose cuenta de lo mucho que había necesitado esas palabras.

—¿Abuela?

—¿Sí?

—¿Me cuentas el cuento de la princesa y los unicornios?

—¡Sí, sí, abuelita! ¡Cuenta el cuento! ¿Por favor? —Secundó Sabina apoyándose en los muslos de su madre.

Tabatha la contempló desde el suelo y por un segundo no vio a Sabina en Sabina, sino a sí misma cuando era niña, cuando la vida era perfecta, cuando se reunía bajo ese viejo olmo con su madre y su abuela a escuchar aquel cuento que le enseñó que todo lo extraordinario viene en una montura blanca con cuerno deslumbrante.

Ella se había empeñado en conseguir lo que llegó de último en el unicornio: un príncipe, que no era —ni sería— lo más importante que llegó —ni llegaría— a la vida de la princesa; y con él creyó que llegaría su felicidad. Con el tiempo se fue peleando con diferentes ideas alrededor del cuento, hasta convertir a su hija en la única bendición de su vida. Y si bien era su mayor tesoro, el unicornio le había llevado otras cosas preciadas que la habían ayudado a salir de sus problemas. Su abuela era uno de ellos.

«Sabina es mi princesa, lo más importante. Mi abuela es la mujer más fuerte y preparada para ser mi consejera... ¿y Luciano?»

Al rato apareció Luciano con una cesta de mimbre y un traste de cristal, humeante, sobre una bandeja de madera. Sabina corrió pidiendo cargar la cesta, Luciano le advirtió que estaba pesada y sin embargo lo hizo. Se balanceó de un lado al otro, doña Mimí contuvo la risa. Tabatha poco puso atención a ese detalle, se le hizo agua la boca al reconocer la comida en el traste: pasta, específicamente Fettuccine Alfredo.

«Trampa.»

Era su platillo favorito.

O uno de ellos.

∞∞∞

EL DIARIO DE TABATHA

¿Qué pierdo intentando?

Julio 2016.

∞∞∞

¡Holaaa! Disculpen la demora, lo que me tienen en Face o Twitter saben lo nerviosa que estaba por cargar materias y simplemente no me podía concentrar...

Espero les haya gustado... nos queda un capítulo (que quizá no salga mañana a la luz porque pinta ser más complejo) y el epílogo

¡Nos leemos en los comentarios!

La niña de los unicornios (DU #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora