XVII. Promesas

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T.

Oh, Luciano...

Yo ya estaba en caída libre.

∞∞∞

«Maldigo el día que te dije "sí" al divorcio.»

Cada palabra retumbaba con su propia fuerza en la mente de Tabatha. Por más que intentaba alejarlas, corría, se amontonaban y golpeaban más duro. Mantener la expresión serena fue una odisea, pues por dentro un torbellino amenazaba con destruir toda la estabilidad emocional que ya había forjado, esa que mantenía lejos sus deseos y añoranzas. Regresaría la necesidad de sentirse rodeada por los brazos de Luciano, de sus besos, de sus detalles, de tenerlo cerca, de oler su perfume, de sus palabras; la necesidad de saberlo suyo.

Y eso no podía suceder, se prohibía volver a creer que su amor podía ser alimentado de tal manera. La única escapatoria que vio fue repetirse el único error de Luciano, pequeño detalle que la mantenía aferrada a la cuerda floja. Él nunca habló de cambiar, no existía promesa de modificar sus prioridades.

«Luciano vive para su trabajo.»

Se estaba asfixiando en sus propios pensamientos, la opresión en su pecho se sentía genuina. Presionó el botón para bajar la ventana de su puerta y recostó la cabeza sobre su brazo. Cerró los ojos y empezó a respirar hasta sentir sus pulmones a reventar.

—¿Bibi? ¿Te sientes bien? —Disminuyó la velocidad del auto y se fue metiendo al acotamiento de la carretera, ya iban de regreso a la Perla del Sur.

—Estoy cansada... nada más.

El Volvo de Adrian se acercó por la izquierda.

—¿Sucedió algo? —Preguntó Claudette, en el asiento del piloto Adrian esperaba atentamente la respuesta.

—No, estamos bien. En un segundo seguimos.

—Perfecto. —Dijo Adrian, se enfiló adelante en espera de que arrancara otra vez.

Luciano comprobó que Sabina dormía en su asiento antes de hacerle una seña a Adrian y regresar al carril.

∞∞∞

Encerrada en la casa, Tabatha se sentía enjaulada, presa de su propio refugio, rogando deshacerse de su piel para ser libre por fin. Libre del latido de su corazón, ese que golpeaba y castigaba por sus intentos de dejar atrás las palabras de Luciano. Le estaba fallando a su genuina tarea de hacerla feliz, lo que el corazón entendía por "felicidad", que no era precisamente la misma que aquella en la cabeza de Tabatha.

—¿Le puedes echar un ojo a Sabina si despierta? —Preguntó a su abuela bajando las escaleras con una toalla bajo el brazo.

Doña Mimí dejó su tejido para atender como Dios mandaba a su nieta, la estudió de arriba abajo y reprimió la sonrisa que cosquilleaba en sus ancianos labios. Iría al ojo de agua... se debatió entre advertirle o no. Decidió no hacerlo, ya la interrogaría al día siguiente por la mañana.

—Sí, claro —y sus manos volvieron a tomar los ganchos.

¿Un "sí" tan sencillo? ¿Y sus preguntas relacionadas con a dónde iba? Tabatha frunció el ceño.

—¿Sólo "sí"?

—¿Qué quieres? ¿Sí, mi adorada nieta cabeza dura?

—¡Abuela!

La señora puso el índice sobre sus labios indicándole que hiciera silencio.

—La niña está dormida...

La niña de los unicornios (DU #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora