IX. Regresar

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T.

Dejé el anillo y él nuestra casa.

Empezó a viajar mucho más que antes, pero cuando estaba en la ciudad... sus sábados eran de Sabina, la llevaba al jardín de niños y los miércoles, que salía "temprano", pasaba la tarde con ella.

∞∞∞

—¿Luciano? —Lo llamó Tabatha desde el marco de la puerta, estaba tan ensimismado pintando que no la escuchó, continuó dando pinceladas que daban vida a un rinoceronte hada—. Luciano —chasqueó los dedos.

Lentamente, con los ojos bien abiertos y el pincel inerte en el aire, Luciano giró la cabeza con un aire de inocencia que partió de risa a Tabatha.

«¿Qué le picó?», pensó mientras fruncía el entrecejo.

—Voy a salir con Sabina al pueblo, ¿no te gustaría acompañarnos?

—No, gracias.

—¿Seguro?

—Seguro.

—Llevas toda la mañana pintando... —Tabatha se encogió de hombros.

¿Cómo decirle que quería que la acompañara sin ser directa ni demostrar lo mucho que quería que fuera? Tenía el fuerte presentimiento de que necesitaría una mano amiga, si es que se le puede llamar mano amiga Luciano.

—¿A dónde van? —Dejó el pincel en la paleta, señal de que estaba considerando la posibilidad de salir.

—A la casa de adultos mayores.

—¿A qué exactamente? —se miró las manos llenas de pintura.

Tabatha entró a la habitación, el sonido de sus zapatos encontrándose con la madera alertó a Luciano, quien observó cómo pensaba con cuidado lo que iba a decir. Tabatha tenía "conflicto" escrito en la frente. La mujer se sentó en el brazo del sillón y comenzó a jugar con sus dedos.

—Es un poco injusto que mi abuela, la dueña de esta casa —hizo un ademan señalando todo lo que estaba a su alrededor—, esté en un asilo y nosotras estemos en su casa. Cuando hablé con ella no me dijo nada de que estaba encerrada, por obra de mi madre, ahí.

—¿Cuánto tiempo lleva ahí?

Tabatha cerró los ojos y todas sus facciones se tensaron.

—¿Dos años? —ya veía una llamada de atención por parte de Luciano.

—¿Y no sabías? —La incredulidad estaba a flor de piel—. No mames, Tabatha. ¿Neta?

—¡SÍ! Dios... —se restregó las manos en la cara finalizar enterrando sus dedos en el cabello y dándole unos tirones—. ¿Tan mal está?

—¡Es tu abuela! ¿No te dijo nada de plano?

—¿"Estoy yendo a mi clase de yoga"? ¿Cuenta?

—¿Hay clases de yoga en otra parte del pueblo?

—No sé... cuando venía de vacaciones de joven...

—Como si estuvieras vieja.

Tabatha lo fulminó con la mirada.

—Ignoraré eso —indicó—. Iré a preguntarle a mi abuela si quiere regresar, su cuarto en el primer piso está intacto, es cuestión de limpiarlo. Entonces... ¿vienes?

∞∞∞

Con Sabina sentada en los hombros de su padre, bajar al pueblo les llevó menos de veinte minutos, tiempo que tardaron en subir la primera vez que lo hicieron a pie. Una vez en los límites del pueblo lo único que hicieron fue seguir esa calle que rodeaba el pueblo y servía de andador, la entrada a la casa de adultos mayores quedaba a un par de cuadras. Al igual que su casa, ésta se encontraba en las faldas de la montaña.

La niña de los unicornios (DU #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora