Alcohol

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Alcohol

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En algún momento, entre lágrimas y abrazado a Natsu, había caído en los brazos de Morfeo. Miró la ventana y se fijó en que ya era de noche. Se cuestionó cuánto habría dormido mientras se deshacía de la manta que le tapaba —¿cuándo se había cobijado?—.

El cachorro de león emitió un quejido al sentir el movimiento, y abrió con pereza uno de sus ojos para mirar al castaño. Al verle, lo volvió a cerrar y dio una vuelta sobre sí mismo, durmiéndose de nuevo y sacándole una risa a su dueño.

Su alegría espontánea se esfumó en cuanto recordó todo lo sucedido aquella tarde. Con cierto recelo, se levantó de su cómodo colchón y revisó todas las habitaciones con cuidado de no ser demasiado obvio.

Para su alivio, el cual no reconocería nunca, el azabache que esperaba no encontrarse estaba tomándose algo que supuso sería café mientras miraba el jardín a oscuras.

—Pensaba que ibas a salir, Dame-Tsuna —le dijo sin siquiera voltearse.

—Y lo haré —espetó, dando media vuelta con notable molestia. Se dirigió a la salida, tomando su abrigo y la bufanda que colgaban en el perchero y salió a toda prisa de la residencia.

Giró en una esquina, y miró de reojo si no le estaba siguiendo. Se decepcionó al ver que Reborn había optado por dejarle ir, seguramente esperando que fuera la hora de encuentro con quien fuera que se iba a reunir.

Quizá si hubiera ido con menos prisa, hubiera visto el amago que hizo el azabache por seguirle, desistiendo por mero orgullo. Tal vez lo hubiera notado de no ser por el remolino de sentimientos que le embriagaban.

Mientras caminaba a apretado paso, se obligó a no deprimirse. ¡No tenía que importarle lo que hiciera o dejara de hacer! ¿Quería salir de fiesta por ahí? ¡Bien por él!

Total, no tenía derecho a recriminar nada, y menos de ponerse celoso. No era nadie, tan solo un estúpido alumno del azabache que había acabado enamorándose de él sin que nadie le diese permiso.

«Pensaba que ibas a salir» había dicho, sin un ápice de preocupación o enfado —el cual hubiese deseado notar— en su voz.

¿Y qué quería que hiciera? ¿Que le impidiera irse en la noche él solo? ¿Acaso no le repetía siempre que sabía cuidarse solo, que tenía dieciocho años?

—En realidad, sí quería que me detuviera... —se admitió a sí mismo, mirando con tristeza el suelo. ¿Se podría ser más idiota?

Sacudió su cabeza ante aquellos negativos pensamientos. Menos mal que no quería deprimirse...

Sintió un agarre que le arrastró a un callejón, mientras le tapaban la boca para que no gritara. Le tiraron bruscamente contra una pared y el castaño miró aturdido a un par de tipos que sonreían perversamente. Uno se le acercaba peligrosamente con una navaja en la mano.

—Si se te ocurre gritar, olvídate de tu precioso rostro —dijo relamiéndose los labios. Tsuna tembló y maldijo no tener sus pastillas y guantes para enfrentarles.

Cerró los ojos con fuerza, temblando mientras sentía como su abrigo se iba desabrochando. Tenía ganas de llorar, pero no lo haría frente a aquellos infelices.

Si tan solo se hubiera quedado en casa...

De repente, las risas que emitían se acallaron y un par de golpes secos sonaron, retumbando en el suelo.

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