Juntos

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Advertencia: capítulo con contenidos sexuales. Si tienes menos de dieciocho no leas ;)

PD: Irónicamente, la escritora tiene quince.

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Juntos
 
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Despertó asustado.

Otra vez esos sueños extraños.

Se levantó de la cama a la que empezaba a acostumbrarse y reconocía como propia, y a tientas encontró el pomo de la puerta.

Necesitaba verlo.

Lo encontró en su habitación, dormido. Sonrió, incluso así se veía endemoniadamente apuesto.

Tenía un sueño ligero, sabía que le había escuchado desde que abrió la puerta, pero al reconocerle se había vuelto a dormir.

Sentía curiosidad por aquel hombre. Sus recuerdos iban volviendo poco a poco, Mukuro dijo que si se los daba todos de golpe le traería graves consecuencias. Por tanto, con quien ahora compartía techo era un total desconocido que le atraía de todas las maneras posibles.

Había aprendido a entenderle. Sus recuerdos eran de mucha ayuda en ese aspecto, pues iba comprendiendo cómo era aquel azabache de patillas rizadas.

Sádico, burlón, arrogante.

Así lo definiría en pocas palabras. Pero desde aquel beso que casi le pareció un sueño, él no le había vuelto a tocar.

Y eso le desagradaba. Porque sentía la enorme necesidad de besarlo. Quería besarlo pero no se atrevía.

Algo en su interior le detenía, un nudo de dolor que se ratificaba en esos extraños sueños que últimamente tenía.

Pesadillas en las que sentía el dolor y la tristeza a manos de una figura borrosa pero que olía igual que aquel al que ahora observaba. Aquella sombra le besaba, le tocaba, sentía placer y dolor al mismo tiempo, quería pero a la vez se negaba.

Sollozaba y rogaba hasta que se quedaba sin voz, sin voluntad, sin fuerza, y se despertaba.

En esos momentos, su consuelo era ir a verle dormir. Se sentía seguro con Reborn, le atraía pero a la vez un miedo extraño hacía que se alejara de él.

Solía quedarse dormido apoyado en la pared, y despertaba en la cama del azabache con una manta encima suya. Llevaban así dos semanas ya.

Pero esa vez no fue así.

—Dame-Tsuna, ¿cuánto tiempo vas a seguir con eso?

Sin siquiera abrir los ojos, esa fue la pregunta que le formuló.

—Yo...

—Actúas como niño pequeño. No es sano que te duermas en una pared.

Abrió sus orbes color ónix, que se confundían con la oscuridad pero brillaban como perlas negras.

—Lo sé, pero...

Se ruborizó. Actuaba tontamente cuando él fijaba esa mirada suya sobre su persona, observándolo como si fuera una divinidad. No se sentía a tanta altura.

—¿Pero?

No respondió. No se sentía capaz de hacerlo.

Vio que se levantaba de la cama y se acercaba a él, acorralándolo contra la pared tras suya. Se tensó y ruborizó aún más si en sus mejillas cabía.

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