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Vueltas, vueltas, y más vueltas.

A ese paso, iba a hacer un agujero en el suelo.

Miró el reloj por quincuagésima vez. La una de la madrugada, y Reborn no daba señales de vida. Hacía unas dos horas que había llegado, acompañado por su guardián de la nube tal y como este había dicho que haría.

Sabía que hacía mal en preocuparse cuando seguramente su tutor estuviera divirtiéndose en algún lugar, pero era inevitable sentir esa inseguridad que no le dejaba dormir.

Natsu sentía su preocupación, y le trataba de animar acariciándole, pero no había manera de relajarle. Y no era buena señal que Leon se hubiera quedado en casa en vez de estar con su dueño. Incluso el camaleón intentaba de ayudar al leoncito para que dejara de estar tan tenso, pero no ayudaban para nada e incluso terminó por gritarles.

—Perdonadme, no tenéis la culpa —se disculpó totalmente arrepentido con los animales, agachándose para acariciarles. Estos aceptaron la caricia con una mirada que indicaba tristeza.

Escuchó la puerta abrirse y se levantó de inmediato, dirigiéndose a la entrada totalmente enfadado. Y más lo estuvo al ver a su tutor apoyándose en la puerta para no caer al suelo.

El castaño sintió un escalofrío cuando el mayor le miró. Nunca había visto aquella mirada, y no sabría cómo calificarla, pero sobretodo parecía enfadado. ¿Enfadado por qué? ¡No tenía derecho!

—¿Qué se supone que te ha pasado? —preguntó mientras se acercaba al azabache, ayudándole a caminar.

—Me he tomado... un par de copas... —respondió con una sonrisa que no le gustó para nada a Tsuna.

—¿Un par? ¿Multiplicado por cuánto? —ironizó, ayudándole a subir las escaleras para llevarle a su habitación. Sería mejor que descansara y se acostase en una cama antes de que se desplomara en el suelo.

—Puede que... me haya pasado un poco —reconoció, y el menor rodó los ojos. ¿Un poco? ¡Ni siquiera hablaba con propiedad!—. Pero es... tu culpa.

—¿Mi culpa? ¿Yo te dije que te emborracharas? —arqueó las cejas, mientras intentaba abrir la puerta de la habitación de su tutor.

—Tú... lo provocaste —replicó, mientras Tsuna lograba, de alguna manera y haciendo malabares, acceder al cuarto.

—Deja de decir tonterías y... ¡o-oye! —Reborn pareció perder toda inestabilidad en cuanto entraron, tomándole del brazo y tirándole hacia la cama.

Tsuna no supo en qué momento el azabache había logrado inmovilizarle totalmente, pero así había sido. Sus brazos encima de su cabeza eran aprisionados mediante las muñecas por las manos del mayor, y sus piernas habían quedado enredadas entre las suyas de tal manera que no podía moverlas.

—¿Tonterías, eh? —preguntó con un tono que no agradó al castaño.

—Su-suéltame... —pidió con toda la calma que pudo reunir.

—¿Y qué pasa... si no quiero? —replicó mordaz—. ¿Qué harás? —susurró tan cerca de sus labios que le llegó el fuerte aroma a licor.

Supo en ese momento que, como no fuera a la fuerza, no le liberaría. Intentó removerse, pero mientras más trataba de liberarse, más fuerte se hacía el agarre en sus muñecas.

—Me... estás haciendo... daño —se quejó a duras penas por el dolor, mirándole suplicante. Era inútil, era mucho más débil y no podía deshacerse así de aquella situación.

Pero Reborn parecía no escuchar, y sonrió al ver que se rendía ligeramente. Tsuna se dio cuenta de lo que la manera en la que le miraba era sin duda razón para tener miedo.

Sus ojos negros eran más oscuros de lo que nunca había visto, unos pozos oscuros llenos de lujuria e ira...

Y se preguntó a quién estaría viendo.

En su ebriedad, no podía verle a él, Sawada Tsunayoshi, sino a quien fuera con el que deseaba hacer aquello. Realmente veía por dónde iban las cosas y no lo deseaba, quería irse, marcharse a su habitación y dormir por siempre.

—No soy... quien tú crees —le espetó, intentándole hacer entrar en razón—. Suélta...

Sintió que su corazón se desbocaba cuando le acalló con un beso. Se obligó a no corresponderle, y de hecho le mordió para que se alejara, por demasiadas razones.

Para empezar, ese beso no era para él, sino para quien fuera al que estaba sustituyendo. Luego, él quería que su primer beso fuera dulce, que si se lo daba tenía que ser con amor y no con esa rabia con la que iba. En tercero, porque si le seguía el juego, no se detendría...

Y porque ese no era el Reborn que conocía, aquel que le hacía enfadar y le trataba con toda la delicadeza que se le podía pedir.

No era de quien se había enamorado.

Claro que el hecho de rechazarle pareció enfadarle aún más.

Tsuna vio como sus muñecas eran apresadas esta vez por una sola mano, y se horrorizó cuando vio que la camisa de su pijama era rota en su totalidad por la mano libre del azabache.

—¡Reborn, para! ¡Suéltame! ¡Déjame ir! —gritó escandalizado, pero el aludido hizo caso omiso y empezó a recorrer todo su torso con sus labios.

Su cuello, su clavícula, su pecho, sus brazos, su cintura...

Se estaba asegurando de no dejar ni un solo hueco libre, sacándole pequeños gemidos involuntarios que parecían motivarle aún más.

En algún momento empezó a temblar y sollozar, pidiéndole que se detuviera, que no quería hacer eso, no de esa manera, no en ese momento. Perdió la noción del tiempo en cuanto se deshizo de sus pantalones, y jugueteaba con el elástico de su ropa interior.

—Detente... —suplicó por millonésima vez, sin ya tener lágrimas ni voz para pedírselo—. Por favor...

Pero sus súplicas fueron de nuevo insonoras, se perdieron en el aire. Ya ni fuerzas tenía para rechazar el beso demandante que le imponía el mayor.

En ese momento, algo hizo «click» en su cabeza. Supo que no quería ver eso, no quería tenerlo en su memoria por el resto de su vida, ni recordarlo cuando durmiera, en sus pesadillas.

Asi que, simplemente, cerró los ojos y se dejó llevar por la inconsciencia.

Al ver que Tsuna dejaba de oponer resistencia, y con los niveles de alcohol más bajados, le miró para darse cuenta de que ya no reaccionaba.

Parecía como si estuviera muerto, pálido, con sus cabellos contrastando con la almohada, más alborotados que nunca.

Le sacudió, le palmeó las mejillas, hizo todo lo posible para que reaccionara sin éxito alguno. De no ser porque tenía pulso, hubiera pensado que había fallecido ahí mismo.

Entonces fue cuando se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer.

Las súplicas del castaño resonaron por su mente, recordándole cada sollozo, cada mirada de terror absoluto, cada palabra que salía de sus labios, y se sintió la peor persona del mundo.

Tsuna le había pedido incluso entre lágrimas que se detuviese, y él le había ignorado, enfadado y ebrio como estaba.

Tan sólo pensaba en desahogarse, en besarle por todos lados y hacerle suyo, pero se había sobrepasado. Sobretodo teniendo en cuenta de que el castaño había expresado de todas las maneras posibles su insatisfacción y rechazo, acabando por quedar inconsciente.

Era un idiota, y de primera categoría. Estaba seguro de que el castaño no se lo iba a perdonar jamás.

Y de hecho, de haber seguido, ni él se lo hubiera perdonado.

Se levantó y le arropó con las sábanas que habían quedado deshechas en su acto inconsciente, y supo que sería mejor que Tsuna no le viese al despertar. Ya le quedaría un muy mal recuerdo, no quería alimentar más el odio que seguramente le tuviese en esos momentos.

Se dirigió al salón y se recostó en el sofá. Leon acudió a su lado en cuanto le vio, preocupado. Natsu ni se le acercó, sintiendo el miedo que debía profesar su dueño pese a que el animal no le veía. Tenían una extraña conexión.

Tan solo de ver el temblor del cachorro de león y comparándolo con el que Tsuna tenía momentos antes, supo con certeza que había cometido una grave equivocación.

Un error que le traería malas consecuencias.

Sonne & Himmel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora