Nuevo

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La luz del sol le despertó de su letargo, dándole de lleno en el rostro. Apretó ligeramente los ojos e hizo una mueca, dando media vuelta y tapándose con la sábana.

No quería despertarse, pero tenía que ir al instituto. Qué se le iba a hacer. Con pereza, abrió uno de sus orbes chocolate...

Y se arrepintió de inmediato de haberlo hecho.

Todos los recuerdos de la noche anterior vinieron a su mente como rayos de luz, y sus lágrimas no tardaron en salir, derramándose por sus mejillas hasta dar con la almohada que apretaba contra su rostro, sus sollozos ahogándose en ella.

Dios sabría lo que había sucedido después de que hubiera perdido la consciencia. Le dolía todo el cuerpo, en sus intentos de liberarse había llevado al límite todos sus músculos sin resultado alguno, y quería pensar que no había otra razón de por medio que le provocaba tanto dolor.

Pero más destrozado estaba por dentro. Su corazón estaba hecho trizas, nunca pensó que algo así podría suceder. ¿Y cómo siquiera imaginárselo? ¿Y cómo le vería ahora a la cara?

No.

No, no podía enfrentarse a él. No tenía ni el coraje ni la voluntad ni el deseo. De hecho, no quería hacer nada más que volver a dormir y fantasear con que nada de eso estaba sucediendo. Que su vida era tan normal como siempre, siempre había sido.

Pero los deseos quedaban rotos, aplastados por la cruel realidad.

Y comprendió que, mientras más tiempo se quedara ahí, más posibilidades tendría de encontrarse con Reborn y era lo último que deseaba en ese momento.

Se levantó, sintiendo el frío en su cuerpo debido a los desgarrones y falta de su ropa. Al menos conservaba la ropa interior, y era mucho decir. Sabía que el azabache, al volver en sí mismo, estaría totalmente arrepentido.

No lo dudaba, estaba más que seguro... Reborn no era así, le conocía demasiado bien pero... el problema, el verdadero problema, era que no podría olvidar.

No podía simplemente fingir, dejar pasar tan fácilmente todo lo sucedido. Y definitivamente, no sería lo mismo. Esos recuerdos le estarían atormentando siempre, y era consciente de ello.

Fue a su cuarto, traspasando el pasillo a toda prisa y encerrándose en su habitación en cuanto entró. Hubiera querido entrar en la ducha, pero se encontraba en el piso de abajo y quería que su estancia en su casa fuera la más corta posible.

Se vistió con su uniforme y tomó su mochila. Respiró profundamente delante de la puerta, reunió la escasa valía que poseía y abrió con rapidez, bajando las escaleras casi a saltos y rogando para no caer como de costumbre. Para su fortuna, no lo hizo, y tomando su chaqueta apresuradamente salió inmediatamente hacia la calle.

Correría alrededor de un par de manzanas hasta que sus piernas, aquejadas por el dolor y encima forzadas al esfuerzo físico, no pudieron resistirlo y tuvo que caminar. Se puso la chaqueta tras un estornudo que seguramente sería la señal de que se había resfriado. Eso era justo lo que le faltaba.

Cerró los ojos tratando de contener las lágrimas que picaban, ardían en sus retinas, replicándole el no dejarlas salir al exterior. No debía llorar, no debía hacerlo...

—Omnívoro, ¿qué se supone que...? —la voz del prefecto se interrumpió debido al inesperado abrazo del castaño, que buscaba reconfortarse con lo primero que encontrara.

Sonne & Himmel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora