Reencuentros

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Reencuentros

Los sueños son algo que no podemos controlar.

Son ideas, deseos, unas imágenes diversas que algunos ni recordamos al despertar. Puede ser todo lo que ansias convertido en realidad por unas horas.

Pero todo tiene su revés, su otra cara, y por ello existen las pesadillas. Porque todos tenemos miedos, todos sentimos terror porque nos pase algo a nosotros o a los nuestros.

Sin embargo, hay cosas que vemos y no sabríamos definir si sueño o pesadilla. Porque, simplemente, no sentimos si es bueno o es malo, no hay diferenciación.

Y eso era lo que Tsunayoshi sentía cuando veía aquellos orbes negros como el ébano en los juegos de su subconsciente.

¿Sueño o pesadilla?

¿Qué quería decirle su mente al mostrarle esos ojos, esa profunda y penetrante mirada?

No había respuesta alguna para sus preguntas, pero algo en su interior le decía que pronto lo vería.

Pronto, muy pronto, se reencontraría con el poseedor de aquellos ojos negros...

Y no sabía si eso sería bueno o malo.

Decidió dejar de pensar en ello y se recostó en su cama. Extrañamente, Mukuro no había aparecido ese día, y extrañaba sus conversaciones con él.

Hablaba mucho acerca de una vida que no le pertenecía, pero también le comentaba acerca de un albino de ojos violetas que era un imbécil completo, en palabras del propio ilusionista, pero Tsuna presentía que había algo más allá que esa amistad/odio que se tenían ambos. Por lo menos, por parte del de cabello azulado.

Mukuro era orgulloso, no lo admitiría.

Cerró los ojos para dormir, cansado de aquel día, y seguía soñando con aquel rostro difuso, con esos ojos color negro que quería saber a quién pertenecían. Quería tocar a esa persona, extendía la mano todo lo posible, corría hacia él pero nunca lo alcanzaba.

Y su corazón palpitaba de dolor mientras se aproximaba y a la vez quería tenerlo cerca. Quería tocarle y huir de él.

¿Qué demonios su...?

Un grito le sacó de su sueño-pesadilla, y se levantó alarmado. Miró a sus lados, pero no vio nada. Solo la oscuridad de su habitación, era aún de noche.

Escuchó el sonido de alarma y supo que algo malo estaba sucediendo. Les estaban atacando.

Tomó sus guantes y una de las pastillas especiales que se guardaban en su cajón para ese tipo de casos.

Miró el anillo que siempre llevaba consigo antes de colocarse los guantes. Este parecía gritarle algo, pero no sabía exactamente el qué.

Salió una vez tenía aquella extraña fuerza que le recorría cuando tomaba aquella pastilla, sus manos estaban en llamas y una hermosa flama anaranjada decoraba sus cabellos antigravitatorios sin quemarlos (milagrosamente).

—¿Qué sucede? —le preguntó a uno de los guardias que estaban en la mansión.

—Nos... atacan —dijo, intentando mantenerse sereno.

—¿Se sabe quién?

—No los hemos identificado, pero creemos que hay uno de los ex-arcobaleno entre ellos.

—¿Uno de los más poderosos del mundo? —se sorprendió, había oído hablar de ellos.

Siempre le había producido una extraña e inexplicable nostalgia.

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