Dulce

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Dulce

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Atardecía, y sus pies estaban prácticamente hechos polvo por ir de aquí para allá, entregando dulces y enviándolos a donde no podía ir en persona. Esperaba que les llegara a todos bien.

Pero ahora tenía un problema más importante en mente.

Estaba frente a la puerta de la habitación de Reborn, en la cual se debía encontrar el azabache, seguramente leyendo algún libro. Sostenía el paquete amarillo que Enma había recogido antes, apretándolo con cuidado contra su pecho.

Estaba inseguro de si entregárselo o no. Sus dudas surgían en su mente. Aquel dulce era en el que más esmero había puesto al hacer había depositado todos sus sentimientos en ese pedazo de chocolate con forma de taza de café.

Si su tutor lo rechazaba, indirectamente estaría diciéndole que no quería aceptar lo que sentía por él. Le dolería, y era algo tonto, pero igualmente sabía que no cambiaría por muy estúpido que sonase.

¡Todo era tan difícil! ¿Por qué había hecho un dulce para él sabiendo el poco gusto que tenía por las cosas empalagosas? ¡Y encima se había esforzado!

¡Idiota, idiota, idiota!

—¿Qué haces ahí parado, Dame-Tsuna? —sintió que el alma salía de su cuerpo al escuchar la voz del azabache, quien había abierto la puerta de su cuarto de improvisto—. Llegas tarde, ¿has visto la hora que es?

—L-lo siento… —no pudo evitar ruborizarse al ver a su tutor con su cabello alborotado y vestido tan solo con una camisa blanca desabrochada y unos pantalones negros, dejando al descubierto su cuerpo.

Agachó la mirada para disimular ante Reborn, quien le miró con curiosidad.

—No has respondido a mi pregunta, ¿qué hacías aquí parado?

—Y-yo… —apretó el chocolate más a su pecho, intentando esconderlo—. No era nada…

Dio media vuelta, pero el mayor le tomó por el brazo, haciéndole girar nuevamente. Tsuna sintió como su rostro era levantado pero rehuyó la oscura mirada de su tutor.

—Eh, mírame —ordenó, pero el castaño no obedeció—. Dame-Tsuna —llamó, pero el chico siguió sin inmutarse—. Tsuna.

Sorprendido por la ausencia de su apodo, finalmente cedió y conectaron sus miradas. Reborn le observaba fijamente, haciendo que el rubor volviera a ascender por su rostro.

—¿Se puede saber qué te pasa esta vez? —cuestionó. Corroboró el hecho de que, últimamente, su alumno se comportaba de forma totalmente impredecible y sus acciones eran extrañas.

—No me pasa nada… —dijo con toda la firmeza que pudo. Sin embargo, el azabache desvió su vista al objeto que el menor sujetaba en su brazo libre, aprisionándolo contra su pecho.

—¿Qué es eso? —con una rapidez envidiable, el paquete pasó a estar en manos de Reborm.

—¡No es tuyo! ¡Devuélvemelo! —el castaño trató de arrebatarle el dulce, pero el mayor se había alejado y levantaba el objeto, haciendo que fuera imposible de tomar al ser más bajo.

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