I. Un ángel De la Luz.

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Cuando el volcán terminó de hacer erupción, había arrasado con todo a su paso.

La Tierra apenas comenzaba a enfriarse y las cenizas viajaban esparciéndose por el aire.

El cielo era oscuro y el ambiente desolador.

Pareciera imposible, que en medio de la nada, pudiese haber quedado alguna forma de vida.

No obstante, atravesando el volcánico suelo, sobre una colina pedregosa, una hermosa rosa blanca resplandecía entre las piedras; en contraste perfecto con el lúgubre lugar.

En la misma colina, y entre las sombras de una caverna cercana, unos ojos negros la vigilaban con cautela y paciencia.

—¿Sigues usando el mismo truco para atraer a las ninfas? —se escuchó.

Y la concentración del sujeto oculto, dueño de aquellos intensos ojos negros, fue interrumpida por una voz que bien conocía. Fue por eso que desvió la vista de su objetivo por tan solo un par de segundos para llevarse el índice a la boca y silenciar a la curvilínea mujer de entallado vestido y oscuros labios que le había hablado. Al parecer, alguien picaría su anzuelo; pues se había acercado mucho a la rosa.

Con la suave brisa que arrastraba las cenizas, el largo cabello de aquella criatura ondeaba sobre su espalda, dejando al descubierto por pequeños instantes su fina cintura y unos redondos glúteos que apenas eran cubiertos por las delicadas prendas que vestía su menudo cuerpo. Aquellas torneadas piernas invitaban a seguir mirando hacia abajo, pero...

"¿Sandalias?"

El sujeto de los ojos negros, no recordaba haber visto a ninguna ninfa calzada antes. Entre tanto, los grandes y curiosos ojos de la criatura se habían posado con fijeza en la inmaculada rosa.

Ninguna ceniza había alcanzado sus pétalos. La rosa era tan blanca como la nieve, que daba la apariencia de emitir luz propia. Y por alguna extraña razón, la pequeña criatura no podía apartar la vista de ella.

Linda, enorme y atrayente.

Alargó una de sus manos para tomarla, pero tuvo que retirarla tan pronto como la tocó, pues un pinchazo incómodo había sentido en su índice, a la vez que su muñeca era tomada en el aire por alguien quien le atrajo con la suficiente fuerza para hacerle voltear.

Orbes doradas como el sol, brillantes y llenos de vida, se encontraron con aquellos ojos oscuros que le miraban con demasiada insistencia. Aquel sujeto de los ojos negros era alto. De cabello y atuendo completamente negro, ¡ah!... y un rostro demasiado atractivo. Al menos a la pequeña criatura así le pareció, pues su notable fascinación se hizo evidente cuando no pudo quitarle los ojos de encima.

Sin saber por qué, insistió en la mirada profunda y oscura del sujeto; quien se daba a la tarea de examinarle minuciosamente con sus exóticos ojos. Los cuales había posado en su pecho, mostrándose contrariado con los pequeños pezones que pudo notar bajo la traslúcida prenda blanca. El juvenil rostro se sonrojó al sentirse observado de esa manera tan extraña, pero el otro ni siquiera se enteró, debido a que con irreparable descaro, siguió mirando hacia abajo el pequeño cuerpo. Terminando por confirmar sus sospechas ante el bultito que descubrió entre esas piernas.

—¡No eres una ninfa!

El pequeño parpadeó un par de veces ante lo que para él era obvio, pero no hizo ninguna aclaración. Tan solo permaneció observando cómo aquel sujeto retiraba con cuidado la espina de su índice.

En el acto brotó una gota de sangre que poco a poco creció.

—Una ninfa hubiese tomado la rosa sin problemas —enunció el sujeto de los ojos negros sin apartar la vista de la perla carmesí en ese dedo. 

Ángel de LuciferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora