XII. La Cruz de Flamel.

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El ángel Guerrero visualizó a lo lejos el corazón del Elemento Fuego, y cuando le tuvo en la mira, disparó sin dudar. 

Con un perfecto acto reflejo, el Elemento detuvo la flecha dorada tomándola con su mano, justo antes de dar en el blanco.

—¡Sal de donde quiera que te encuentres, Jean!

La noche había caído sobre el templo del Señor del Fuego y él daba su acostumbrado paseo por el exterior, por sus preciados ríos de lava.

Con valentía, el ángel se presentó ante Mustang y le volvió atacar, pero ahora con la espada. La mejor espada de todos los Guerreros, quedó envuelta en llamas con un solo chasquido de los dedos de su oponente y poco a poco se fundió.

Jean, con asombro miró la intensidad del ataque de Mustang pero no dejó de luchar. Él era un Guerrero y el combate cuerpo a cuerpo no representaba ningún problema para él. Eso si lograba al menos que Mustang dejara de moverse tan rápido como la luz.

—No quiero pelear contigo, Jean, por qué no mejor me dices qué es lo que te tiene tan molesto.

—¿Y todavía lo preguntas? Te confié la vida de mi hermano y tu respuesta ha sido la muerte.

—No sé de qué demonios estás hablando, tu hermano está durmiendo dentro de mi templo.

El ángel De la Luz, detuvo sus ataques tratando de asimilar las palabras de Roy Mustang.

El Elemento le dio la espalda al ver que se detuvo y le hizo una seña para que le siguiese.

Jean, le siguió para aclarar sus dudas y mientras se dirigían hacia lo alto del volcán, recordó cómo el cuerpo de Heiderich se desintegró. Las plumas volando sobre todos hasta desaparecer. ¿Cómo podía el Elemento tenerle en su templo?

El ángel De la Luz entró por la ventana iluminando un poco la sombría habitación de Roy Mustang, y descubrió sobre la enorme cama cubierta de pieles, al pequeño Edward. Dormía apaciblemente. Su respiración acompasada, indicaba que era así.

—¡Edward! —su primer impulso fue intentar acercarse, pero Mustang interpuso una mano para detenerle—. ¿Por qué está durmiendo? —preguntó preocupado.

—Porque tu padre le hizo mortal ¿lo has olvidado? —Mustang entornó los ojos ante lo que para él era obvio.

Jean suspiró profundamente en señal de derrota.

—Acabo de perder a uno de los gemelos. Me informaron que habías sido tú, Señor del Fuego.

—Todavía no he tenido que asesinar a un ángel De la Luz, Jean.

La seriedad del Señor del Fuego bastó para dejarle claro que no era él el responsable de la muerte de Heiderich.

—Disculpa Roy, creo que he sido mal informado. Ahora si me lo permites, quisiera hablar con Edward. Supongo que si puede verte, también podrá verme a mí.

—Él puede verte, pero no te recuerda. Borré su memoria.

—¿Qué? ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué es lo que piensas hacer con él? —frunciendo el ceño, su cuerpo se tensó.

—No haré nada que Edward no desee.

—Antes, lo trataste como...

—Ya te dije... —interrumpió—, sólo sucederá lo que él desee que pase. Sé que ahora que lo has visto, dudas en dejarlo. Pero esta vez, no permitiré que se lo lleven a tu padre. Edward se quedará conmigo.

—Dijiste que no harías nada en contra de su voluntad. Entonces...

—Entonces sugieres que le recuerde que lo expulsaron de su Casa y que tu padre es quien lo está cazando. Seguro que eso le haría volver enseguida —ironizó.

Ángel de LuciferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora