XIV. Culpa.

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La vista desde su ventana era espectacular. Podía contemplar las estrellas en la noche y el cielo azul en el día; el verde bosque a lo lejos y los límites del Templo del Fuego. Desde ahí vio a Edward partir con sus hermanos y desde ahí lo vio caer.

Había corrido la cortina para que los rayos del ocaso penetraran en su cuarto y alcanzaran a la pequeña persona que dormía en su cama. Sus cabellos esparcidos sobre la almohada brillaron cual hilos dorados con la ambarina luz. Edward arrugó el entrecejo al sentir la claridad en sus ojos y poco a poco los abrió.

Encontrando pieles a su alrededor, se sentó para observarlas con mayor detenimiento. Sintió mucha tristeza al tocar el pelaje de esos animales que tuvieron que morir para poder cubrir esa cama. Volviendo a ser consciente de lo que antes era, esa energía le afectó.

—¿Tu memoria ha vuelto, mi ángel?

Reconoció esa voz y la calidez en el ambiente.

Sus pupilas temblaron al descubrir al Señor del Fuego sentado al lado suyo. Un sentimiento visceral le invadió. Su puño se cerró con fuerza y se estrelló sorpresivamente en el níveo rostro de Roy Mustang.

De momento la cara del recién golpeado permaneció del lado opuesto al impacto.

—¡TÚ... ! —gritó, mientras luchaba con un enorme nudo en la garganta.

El Elemento se llevó una mano hasta la quijada para sobarse. Después de mucho tiempo, era la primera vez que permitía que alguien le golpeara de esa manera. Edward había logrado sorprenderle, pero aunque lo hubiese anticipado, estaba seguro que igual lo hubiese permitido. Después de todo, el chico tenía razones de sobra para reaccionar de esa manera.

—¡... TE APROVECHASTE DE MI INOCENCIA PARA ENSUCIAR MI CUERPO! ¡ME USASTE PARA INCREMENTAR TU FUERZA Y PERMITISTE QUE PERDIERA MIS ALAS! ¡NO CONFORME..., ME CHANTAJEASTE PARA QUE ACEPTARA SEGUIR TENIENDO SEXO CONTIGO! —Edward se tragó el llanto contenido y siguió reclamando con la angustia claramente tatuada en la cara— ¡Yo era un ángel Roy, un ángel De la Luz, alguien sagrado para nuestro Creador!

—¿DÓNDE ESTÁ ÉL AHORA, EDWARD? —Enfrentando su dorada mirada con soberbia—. ¿Dónde estuvo cuando todo eso te ocurrió?

—¡No blasfemes! —intentó golpearle de nuevo, pero en esta ocasión Mustang le detuvo.

—No puedes evitar que diga lo que pienso —fruncía el entrecejo y le sujetaba el brazo con fuerza—. Hay una delgada línea entre el bien y el mal Ed. Y tú estás en ella.

Edward le arrebató su brazo y lo vio levantarse mientras se sobaba. Dándole la espalda, Mustang apoyó los nudillos en sus caderas.

—Volver a fornicar conmigo fue tu elección. Además, no puedes negar que disfrutaste mucho al hacerlo —el silencio que vino después de que el Elemento dijera aquello, no hizo más que darle la razón—. Sentir deseo sexual es muy humano y ahora eres uno de ellos, no debes sentir culpa.

—Yo no siento culpa, porque sé que tú tienes la culpa de todo ¡Maldito idiota! —el chico se cubrió la boca sorprendido ante lo último que enunció.

Un tanto divertido, el Elemento volteó y lo encaró—. Sí, ahora también te gusta maldecir, pero puedes echarme la culpa de eso también. Tal vez te haga sentir mejor.

Edward respondió con la cabeza gacha— ¡Qué más da! Eso no cambiará todo lo que he hecho... ¿Por qué me diste conocimiento, Roy? Como humano, también he pecado y me he cuestionado muchas cosas gracias a toda esa información que pusiste en mi cabeza.

—Fue necesario. Con los nulos conocimientos que te había dado tu familia, no hubieses podido sobrevivir en la Tierra. Necesitabas mezclarte, ser uno de ellos —comenzando a acercarse a él otra vez.

Ángel de LuciferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora