XI. La bestia.

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Cual flecha lanzada al cielo, Heiderich voló a toda prisa hacia la Ciudad de las Nubes. Nunca se separaba de su hermano Alphonse, pero haberlo hecho para encontrar a Edward había sido una gran idea y había dado buenos resultados. Sabía que su prioridad era informar de su ubicación a su padre, por lo que no esperó a su hermano gemelo. Tenía la certeza de que él lo iba a entender cuando le buscara y le explicara después.

Tan pronto como llegó, un humo negro entrando por una de las ventanas del Palacio Principal llamó su atención. Se le hizo raro, porque a partir de las visitas de Mustang, su padre había reforzado la protección para que ninguno de esos seres malignos pudiese entrar a la ciudad. Era obvio entonces, que si uno de ellos se encontraba dentro del palacio, era porque tenía el permiso de su padre.

Despacio, se acercó hasta las enormes puertas que antecedían al trono de Hohenheim de la Luz. Avanzó con más sigilo y desconfianza cuando notó que Russell no estaba cerca, eso solo podía significar que su padre lo había mandado lejos para mantener esa visita bien oculta, pero... ¿por qué?

—Mi señor, lo he hallado. Pero ya son muchas las criaturas de la Tierra que también están al tanto. Ellas han estado desviando mis pasos, me confunden con sus falsas pistas y mucho me temo que lucharán por proteger la vida del Elegido...

Heiderich, aún oculto, se asomó apenas  y alcanzó a distinguir el pequeño corte que Hohenheim se hizo en la muñeca. La sangre de su padre comenzó a salir y aquel sujeto de alas negras, la tomó.

—¡Ahora vete!  Por lo que has dicho, el tiempo de poder hacerlo se nos agota —escuchó de la propia voz de su padre.

—La próxima vez que me vea, su encargo habrá sido cumplido. Con lo que me ha dado, no tendré ningún problema al confrontar a quien sea.—concluyó el Cazador.

Hohenheim ocultó la herida bajo su brazalete dorado, Scar dio media vuelta para marcharse y Heiderich se escondió. Estaba aterrado ante lo que había visto. El tabú, lo prohibido, lo que su padre les había repetido hasta el cansancio que debían evitar.

Esperó a que Scar se alejara para armarse de valor, y con decisión, se acercó hasta el viejo ángel.

—¡Padre!

Hohenheim se sorprendió al verle.

—¿Hace cuánto estás aquí?

—Lo suficiente, padre —respondió el gemelo con la decepción claramente plasmada en el rostro.

—Lamento escuchar eso, hijo. Eras mi mejor Buscador.



+++

Con la partida de Winry, Edward se quedó más solo que nunca. Sin Pinako en la casa todo era muy diferente, y ni siquiera su negra conciencia, el idiota de los ojos negros, le había visitado. Aunque, ¿por qué tendría que hacerlo?, no es como si lo estuviese esperando. ¿Le extrañaba? Claro que no, cómo extrañar a alguien que ni siquiera existe.

Vagando por el camino no supo qué tan lejos llegó, ni cómo sus pasos lo habían llevado hasta un lugar en especial en el pueblo: un establecimiento de comida que atendía la gitana Noah. Pudiera ser que el olor de la comida lo hubiese guiado. No había probado bocado en todo el día, y sin las Rockbell, tenía que empezar a buscar dónde comer sino quería morir de inanición.

Apenas ocupó un lugar en el establecimiento, la gitana se acercó bastante nerviosa para dejar su espacio libre de polvo. Siendo tan evidente su nerviosismo, Edward no dejó de notarlo.

Ángel de LuciferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora