IV. Un ángel en el Infierno.

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Russell volvió de su viaje a la Tierra y a toda prisa entró al Palacio Principal para llevarle las noticias a su padre. Instantes después, Edward vio salir a Alphonse y a Heiderich de ahí. Ahora más que nunca Roy Mustang se había convertido en su mayor interés. Por eso no dudó en acercarse a los gemelos cuando les escuchó mencionarle.

—Por la cara que traía Russell me imagino que sus noticias no son buenas —la intervención de Edward les sorprendió, mas no cambiaron de tema.

—Al parecer el Señor del Fuego sigue causando mucho dolor y muerte en la Tierra, Ed. Acaba de destruir varias hectáreas con cientos de seres vivos —Alphonse detuvo su andar.

—¿Están seguros de que fue él?

—El bosque estaba ardiendo ¿Quién más podría ser? —pero la dura mirada de Heiderich le dejó sin argumento—. De un tiempo para acá arrasa con todo sin razón, incluso si hay humanos. Hoy una aldea se salvó gracias a la intervención de los otros Elementos.

—Si arrasa con todo, debe tener una razón ¿no? —dijo el menor dispuesto a salir en su defensa.

—Se supone que él debe usar su habilidad con cierto control, Ed, pero no lo hace. Y nuestro padre cree que las muertes ya no le están importando a su perversa mente.

Heiderich miró a su gemelo que se había quedado callado. Entre tanto, trataría de explicarle al pequeño Edward, quien extrañamente se negaba a creer en la maldad de Mustang.

—Él es un Elemento, no un demonio, sus acciones tal vez son necesarias no malas.

—Él era un demonio antes de ser un Elemento, Ed... y precisamente por eso es más peligroso que los otros. Dicen que la Señora del Agua siempre había podido contrarrestar sus daños, pero hoy, los tres Elementos tuvieron que intervenir para lograrlo.

—Russell dijo que creó el fuego a pesar de la lluvia. Se salta las reglas de la naturaleza y si eso no es maldad, ¿entonces qué es? —Alphonse concluyó con un tono bastante tétrico en su voz.

Edward se angustió ante la revelación de sus hermanos. Si Roy Mustang antes era un demonio, ahora entendía la actitud de Jean cada vez que le mostraba su interés por conocer al Señor del Fuego. Sus piernas perdieron fuerza y buscó apoyo en un barandal cercano al recordar su último encuentro.

—¡Ya basta, Al! Estamos asustándolo. —Heiderich reprendió a su gemelo cuando notó el efecto de sus palabras en Edward—. Hicimos mal, Edward todavía es muy joven, tal vez por esto nuestro padre nos prohíbe decirle estas cosas.

Los gemelos se miraron entre sí y asintieron.

—Pero yo quiero saber —imploró el menor cuando se acercaron a ayudarle.

—Ya fue suficiente, Ed. Nuestro padre tan solo ordenó que te cuidáramos y eso es lo que único que debemos hacer.

Edward bajó la vista encontrándose con la espada de su hermano Heiderich.

—Si me dieran un arma podría cuidar de mí mismo —pidió con determinación.

Heiderich esbozó una pequeña sonrisa mientras negaba ante la petición.

—Buen intento, Ed. Pero sabes que aún no es tiempo. ¿Qué no acabaste de entender que todavía eres muy pequeño para enfrentar a la maldad?

No podía maldecir, no podía enojarse, pero le incomodaba tanto que le consideraran así, sentía que lo sobreprotegían, se sentía tan inútil.

Todos los ángeles usaban armaduras sobre sus delicadas prendas, todos excepto él. Los «Guerreros», poseían las mejores espadas con una piedra roja en el centro que significaba que podían arreglar sus asuntos con ella. Los demás ángeles, portaban espadas con piedras blancas que solo se ponían amarillas cuando tenían que usarlas en defensa propia, nunca para atacar. Los Guerreros de habilidades especiales como su hermano Jean, también portaban un arco en la espalda.

Ángel de LuciferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora