XIII. Símbolos.

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Si había algo que detestaba Roy Mustang, esa era la incompetencia. Chasqueó los dedos y el cuerpo del guardia que había dejado que Edward saliera por unos momentos del Templo del Fuego, ardió y se consumió en unos escasos segundos. Les advirtió a los demás que no dudaría en hacer lo mismo si algo así volvía a repetirse.

El Cazador le seguía buscando y al parecer con más apoyo de Hohenheim. Había eliminado a todos los chicos rubios de Risembool en busca de Edward, y a estas alturas, los que habían sido interrogados y torturados en el pueblo, seguramente le habían dado detalles de su desaparición.

Enojado, apareció en su habitación esperando reprender al rubio por su imprudencia. Aunque lo último lo guardaría para sí. Había notado lo mucho que le afectó a Edward saberse responsable de varias muertes como para anexarle unas cuantas más. Pues a pesar de lo mal que le habían tratado los del pueblo, su naturaleza no daba cabida para el odio en su corazón.

Sin embargo, la reunión con Izumi se había prolongado más tiempo del que creyó necesario, y el chico, se había quedado dormido en su lecho mientras le esperaba.

El guardia le había informado que rechazó irse con los elfos, le dio gusto pensar que había preferido quedarse con él.

Mas pronto, el dulce rostro que contemplaba comenzó a fruncir el entrecejo, como si una luz le cegara a pesar de tener los ojos cerrados. El menor comenzó a lucir angustiado mientras dormía.

"Edward, ¿puedes escucharme?"

El pequeño rubio movió los labios como si tratase de responder al llamado, pero éstos estaban sellados y no consiguió decir ni una sola palabra.

"Edward, ¿me recuerdas?"

Poco a poco esa blanca luz que le cegaba fue perdiendo intensidad, hasta convertirse en la clara imagen de quien le hablaba en su sueño.

"Recuerda Edward, recuerda bien por qué caíste"

Edward abrió los ojos con violencia y se sentó en el acto en la cama. Sudando y jadeando, trataba de contener su agitación.

El sueño había sido tan real, que aún podía sentir la angustia albergada en su pecho. Se levantó a prisa, sorprendiéndose al encontrar a Roy Mustang cerca de la chimenea, sentado en un sillón de cuero negro. Desde esa ubicación, observaba sus reacciones con seriedad. Por lo que creyó importante hablarle de aquel sueño.

—Era un chico rubio de ojos azules, el cabello le cubría parte de la cara —haciendo una seña con la mano mostrándole cómo.

—Russell —soltó sin más el Señor del Fuego, mientras movía el vaso de whisky que sostenía provocando que los hielos chocasen entre sí.

Por un momento la ironía de esas cosas tan frías entre las manos del cálido Elemento le distrajeron. Sacudió la cabeza y continuó— ¿Russell? ¿Sabes quién es?

—Él es tu hermano.

—¿Mi hermano? —Y las expresiones de Edward pasaron del asombro a la alegría—. Entonces... sí tengo una familia después de todo.

Mustang sonrió de lado y bebió despreocupadamente.

—¡Dime! ¿Por qué no estoy con ellos? ¿Acaso están en peligro y los persiguen como a mí?

El Elemento ni se inmutó mientras Edward esperaba por su respuesta.

—¿No me lo dirás? —Obteniendo otro silencio—. ¡Maldito seas Roy Mustang! —Edward gritó exaltado y salió del cuarto colérico.

Lleno de impotencia, tiró todo lo que encontró en su camino. Con cada cosa que pasaba se enredaba más: su ejecución en el pueblo, la bestia que le buscaba, las revelaciones a medias de Roy Mustang, su inquietante plática con la Elfa, y ahora, ese extraño sueño.

Ángel de LuciferDonde viven las historias. Descúbrelo ahora