Capítulo XXII

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Carlos y yo nos presentamos en el comedor. Casi todas las sillas estaban ocupadas, sólo quedaban dos libres, una junto a Maria y otra cerca de Emma. Yo señalé a Carlos el asiento continuo al de Maria y me senté al lado de Emma.

Conversamos varias cosas, del trabajo, de nuestros proyectos.

Carlos tenía cierto aire de importancia cuando hablaba de sus negocios y apuntaba que cazar y es- tudiar eran mis ocupaciones habituales.

María, tal vez resentida conmigo, estaba mirándome. Estaba más bella que nunca. Llevaba un traje de gasa negra. Tenía el pecho cubierto con una pañoleta transparente. Un cordón de pelo negro en su cuello, con una cruz de brillantes y su hermoso ca- bello dividido en dos trenzas, ondeaba a sus espaldas.

Se levantó la mesa. Mi madre nos invitó a pasar al salón.

Le presenté a Carlos la guitarra de mi hermana, pues sabía que él la ejecutaba muy bien. Mientras tocaba una contradanza, Carlos hacía referenca a los momentos que vivimos en Bogotá cuando estudiantes. Esto me contrarió un poco y Maria se dio cuenta de ello. A petición de mi madre, cantó una cancion de moda y pidió a Emma y Maria que también lo hicieran.

Mientras tanto yo me preguntaba si Carlos había descubierto mi amor por María.

Emma y ella, a insistencia de mi amigo cantaron una canción cuyos versos eran compuestos por mí, "Las Hadas".

¡Ah, esa melodía me la recuerda tanto, parece conservar su aroma y la humedad de sus lágrimas!

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora