Capítulo III

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A las ocho fuimos al comedor, situado pintorescamente en la parte oriental de la casa. Desde él se veían las crestas de las montañas sobre el fondo estrellado del cielo. La brisa del jardín pasaba recogiendo aromas. El viento dejaba oír el rumor río. La naturaleza parecía lucir su hermosura, como para recibir a un huésped amigo.

Mi padre ocupó la cabecera de la mesa y me hizo colocar a su derecha; mi madre se sentó a la izquierda, como de costumbre; mis hermanas y los niños se situaron indistintamente, y Maria quedó frente a mí.

Mi padre, encanecido durante mi ausencia, sonreía con satisfacción. Mi madre muy feliz, hablan poco. Mis hermanas me ofrecían dulces y cremas; Maria me ocultaba sus ojos; pero pude admirar en ellos la hermosura de los de las mujeres de su raza. Sus labios rojos y graciosos me sonreían. Llevaba como mis hermanas, la abundante cabellera castaña oscura arreglada en dos trenzas; sobre una de ellas lucía un clavel rojo. Sobre el traje de muselina azul llevaba un pañolón de algodón fino, color púrpura. Sus manos parecía las de una reina. Concluida la cena, los esclavos levantaron los manteles y se rezó el padrenuestro.

Mi madre me llevó al cuarto que se me había destinado. Bellas flores cortadas por Maria lo adornaban. Con un abrazo de mi madre, la mano de Emma y la sonrisa de Maria, me retiré a dormir.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora