Capítulo XXIX

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Serían las once de la mañana. Terminado el trabajo, estaba yo arrimado en la ventana de mi cuarto.

En el camino de las lomas divisé a Tránsito y a su padre, quienes venían en cumplimiento de lo que habían prometido a María. Ella y mi hermana Emma salieron a recibirlo.

Tratamos de saber el día en que había de celebrarse la boda. José contestó que en ocho días.

Arreglamos los detalles principales de la ceremonia y a las cinco, la familia salió a acompañar a Tránsito hasta el pie de la montaña.

Durante todo el tiempo, María había permanecido un tanto melancólica. Yo comprendí cual era la causa y no quería perturbarla.

Después de la sobremesa de esa noche, se me acercó el pequeño Juan y puso la cabeza en una de mis rodillas.

---¿Y María? ---pregunté.

---Yo estoy muy bravo con ella ---respondió.

---¿Por qué? Qué diablura le hiciste?

---Es ella, la que no ha querido contarme el cuento de Caperucita.

Las quejas de Juan me hicieron pensar que la tristeza de María había continuado.

---Ve a pedirle disculpas ---dije.

---No, mejor voy a traerla para que tú la regañes.

Y corrió en su busca. A poco se presentó trayéndola de la mano, en medio de las risas de María.

Le conté las protestas de su consentido.

Ella tocando la frente de Juan con la suya, le dijo:

---¡Ah, ingrato! Duérmete, pues, con él.

Juan se puso a llorar y María le decía:

---No, mi amo; no, mi señor. Sólo son amenazas de tu Mimiya.

Pero el niño insistía en que yo lo recibiera.

---¿Con que eso haces conmigo Juan? Bueno, ya el señor está hombre; esta noche haré que le lleven la cama al cuarto de su hermano; ya él no me necesita: yo me quedaré sola Illorando.

Se cubrió los ojos con una mano para hacerle creer que lloraba.

Juan esperó un instante, pero viendo que continuaba "llorando", se le acercó tratando de descubrirle el rostro.

Encontró los labios y los ojos sonrientes de María y poniendo la cabeza en su regazo le dijo:

---Te quiero como a los ojitos; te quiero como al corazón.

La mano de María acariciaba el cabello de Juan y entre ellos pude ver el bucle de los suyos que me tenía prometido. Cuando iba a tomarlos, con sonrisa picarona me dijo:

---¿Y para mí?

---¿Los míos? ---le pregunté.

Me dijo que sí, agregando:

---¿No quedarán bien en el mismo guardapelo en que tengo los cabellos de mi madre?

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora