Capítulo XIV

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Cuando salí al comedor que conducía a mi cuarto, un viento impetuoso movía los sauces del patio y los arboles del huerto. Los relámpagos iluminaban el fondo del valle. Recostado en una de las columnas del corredor, pensaba en la enfermedad de Maria. No sé cuanto tiempo había pasado, cuando algo como el ala de un ave rozó mi frente. Miré hacia el bosque para seguirla: era un ave negra.

Mi cuarto estaba frío. Las rosas de mi ventana temblaban como si se temiesen abandonadas a los riesgos del viento de invierno. Los lirios que en la mañana había colocado Maria, estaban marchitos.

Acababan de dar las doce de la noche en el reloj del salón. Sentí pasos cerca de mi puerta y la voz de mi padre que me llamaba: “levántate Efraín, Maria sigue mal”. De inmediato me preparé para salir en busca del doctor May, que pasaba una temporada de campo a tres leguas de nuestra hacienda.

Monté en mi caballo retinto y con la idea de que Maria podría morir, recorrí incesantemente la distancia queme separaba de la casa del médico.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora