Capítulo XXXIII

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Cuando llegamos a casa encontramos las ventanas cerradas. Eloísa salió a recibirnos haciendo señas para que no hiciéramos ruido.

---Papá, ---dijo ---se ha vuelto a acostar, porque está enfermo.

Solamente María y yo podíamos suponer la causa. Entramos de inmediato a ver a mi padre; yo la seguí.

Con voz balbuceante nos dijo:

---No es nada, tal vez me he resfriado.

Tenía las manos y los pies helados y la frente calenturienta.

Temiendo un mal más grave, enviamos por el médico. Mi padre empeoró. Según el doctor Mayn, tenía fiebre cerebral. Durante varios días pasó en medio de delirios y alucinaciones. Los medicamentos, la sangría y los cuidados sobre todo de María, ayudaron a su restablecimiento.

Al cabo de diez días, la alegría volvió a nuestra casa.

Una tarde, mientras conversábamos alrededor de mi padre que estaba en pleno restablecimiento, Juan Ángel llegó del pueblo trayendo la correspondencia. Eran dos cartas en las que el señor A... anunciaba que yo debería estar listo para viajar el 30 de enero próximo.

No me atreví a dirigir una sola mirada a María, temeroso de provocar una emoción mayor que la que ya la dominaba.

Un paje entró a avisarme que el caballo que le había mandado preparar, estaba listo.

---Cuando vuelvas de tu paseo ---me dijo mi padre ---contestaremos a esa carta para que mañana la lleves al pueblo.

---No me demoraré ---dije saliendo.

Necesitaba disimular lo que sufría, llorar a solas para que María no viera mis lágrimas.

Descendí a las anchas vegas del río y estuve vagando sin rumbo. Cuando regresé, era ya noche cerrada. La casa estaba iluminada pero silenciosa.

Mi padre me esperaba paseándose en el salón.

---Has tardado ---me dijo ---¿quieres que escribamos esas cartas?

---Quisiera que antes habláramos de mi viaje.

---A ver ---me contestó sentándose en un sofá.

Le expliqué que no creía que después de lo sucedido, estuviera en la obligación de enviarme a complementar mis estudios en Europa. Más bien yo estimaba que debía aceptar mi ofrecimiento de ayudarle en sus trabajos.

---Todo eso ---me respondió ---es muy juicioso y obedece a nobles sentimientos. Pero debo advertirte que mi resolución es irrevocable. Los gastos que tu educación me cause, en nada empeorarán mi situación. Por lo demás, creo que tienes el orgullo suficiente para no cortar una carrera que tan bien la has empezado.

---Haré cuanto esté a mi alcance ---le contesté completamente desesperado ya ---para corresponder a lo que usted espera de mí.

---Así debe ser. Vete tranquilo. A tu regreso ya habré conseguido pagar lo que debo. Tu posición será, pues, muy buena dentro de cuatro años, y María será entonces tu esposa.

Pasamos luego a escribir la carta.

María y yo estábamos sufriendo un terrible dolor.

Después de la sobremesa pasamos al salón. Allí esperaban mi padre y mi madre. Delante de ellos, María prometió ser mi esposa cuando yo volviera y yo juré amarla siempre.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora