Capítulo XVIII

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Había hecho ya algo más de una legua de camino. Atravesé un corto llano donde pastaban algunos caballos y burros viejos.

La casa grande y antigua, rodeada de cocoteros y mangos, destacaba su techumbre sobre el alto y tupido cacaotal.

Emigdio era un excelente muchacho. Un año antes de mi regreso a Cauca, le envió su padre a Bogotá con el objeto de ponerle según decía el buen señor, camino para hacerse mercader y buen tratante.

Se estableció en la misma casa de asistencia que habitábamos Carlos y yo.

Nos divertía en la mesa con las aventuras de su viaje y lo que más le había llamado la atención en la ciudad. Un muchacho honradote y campechano.

Me dirigía al interior de la casa, cuando escuché a mis espaldas su voz:

—ya creía que me dejas esperándote. Siéntate que voy allá —me dijo, mientras lavaba sus manos ensangrentadas en la acequia del patio.

—¿qué hacías? —le pregunté después de saludarnos.

—estaba distribuyendo sus raciones a los negros; pero ya estoy desocupado. Mi madre tiene muchos deseos de verte.

Pronto empezaron a servir el almuerzo. Mientras yo conversaba con doña Andrea, la madre de Emigdio, éste fue a ponerse una chaqueta blanca para sentarse a la mesa. Una negra nos presentó una lavamanos y una toalla primorosamente bordada.

La sopa de tortilla, el frito de plátanos; la carne desmenuzada con roscas de harina de maíz, junto al chocolate con queso de piedra y pan de leche, no dejaron qué desear.

Me despedí a las once de la señora Andrea y fui con Emigdio hacia los potreros donde estaba don Ignacio, montando en el potro alazán.

En el camino, me contó sobre las pretensiones matrimoniales de Carlos.

Cuando llegamos al lugar del rodeo, dije a don Ignacio lo que mi padre me hacía encargado sobre el ganado que debían cebar en compañía.

Después fuimos con Emigdio a tomar un baño en el río Amaime. Allí me confió que estaba enamorado de una jovencita humilde que temía que su padre se opusiera a su matrimonio.

A las tres de la tarde, dando mil excusas para no comer con él, me separé de Emigdio.

Serán las cuatro cuando llegue a casa.

María (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora