Sábado, 12 de Febrero de 1836. Lancashire, Inglaterra.Estar encerrada en una recamara, marginada, sin derecho a salir o ser vista mientras toda su familia —A excepción de su hermano menor, por supuesto— se divertían, bailaban y paseaban con sus mejores trajes en la fiesta de su hermana mayor no era justo; y Adeline lo sabía más que bien. Miró, sin poder concentrarse, los párrafos de su libro —su única compañía en el encierro— antes de aporrearlo sobre la cama y rezongar, pateando las frazadas —que ya sentía que empezaban a sofocarla— lejos de ella, indignada e irritada al oír las risas proveniente del gran salón.
Cuando madre le dijo esta mañana que no podía asistir a la celebración ella se convenció de que solo la estaba castigando por la incompetencia y falta de interés que, sabía, mostraba descaradamente por su inexistente educación. Pero no. La Condesa de Lancashire, en realidad, solo hacia todo lo humanamente posible por retrasar el día de la presentación formal de su desastrosa hija menor en sociedad; no quería que la altas clases sociales de Londres deshonraran y echaran por menos a la dinastía Beckham por la "vergüenza" de la familia.
Adeline, a la edad de los trece años mostraba ser una jovencita de un afilado ingenio, que gozaba de excesiva ingenuidad y que no lograba comprender del todo las delicadas reglas que regían la sociedad del siglo XIX. No era de sorprender que su hermana Mía fuera el diamante pulido de la cual la condesa se jactaba tanto en las fiestas. Adeline, por otro lado, carecía de lo que su madre catalogaba como "gracia" ya que no había sido bendecida con sus rubios cabellos, sino con el insulso tono marrón oscuro de su padre, el Conde de Lancashire; además, poseía una estatura tan pobre y unos labios carnosos carentes de delicadeza —"por suerte sacó tu nariz respingada y no la de cuervo de tu tía Berta"; solía decir Victoriana Beckham a su esposo—. Sus modales eran dudosos y, debido a su falta de sentido común, solía pecar —Muy seguido— de imprudente e insensata. ¡Y ni hablar de sus excesos de confianza! los que le brindan una apariencia que las demás catalogarían como "vulgar".
Pero por supuesto que Adeline no era un caso completamente perdido —o eso le gustaba creer a ella misma—; si bien no era rubia, poseía unos hermosos ojos azules y, a la edad de los diez años, descubrió sus magníficos dotes vocales para el canto.
La muchacha, mirando al techo con los brazos abiertos, resopló, hastiada, echándose a un lado los mechones oscuros de su cabello —Tan distintos a los rubios de sus dos hermanos—, pensando en lo que estaría haciendo en esos momentos su hermana Mía. Quizá estaba bailando la espléndida música que ella podía escuchar perfectamente desde aquí, o estaba comiendo los exquisitos canapés que madre les encargó al chef Louis... ¡Oh! de pronto Mía estaba siendo cortejada por el príncipe de sus sueños, o tal vez, como siempre, se encontraba arrebatando suspiros complacientes de las madres casaderas que sin duda pensaban que esa doncella era la que debía ser la esposa de sus hijos. Sonrió, feliz por su hermana que estaba pasando la víspera de sus diecisiete años, contenta. «Mientras tu madre, la bruja, te deja encerrada en una torre»—Dijo una voz intrusiva en su cabeza que la hizo resoplar y despotricar acerca de lo injusta que era su madre y lo inútil que era su padre.
Adeline estaba tan distraída que no escuchó la puerta de su cuarto abrirse, ni notó al hombre que se había adentrado en la oscuridad de su cuarto hasta que este estuvo lo suficientemente cerca como para que las únicas velas que iluminaban su cama dibujasen sombras en el masculino rostro. La chica se sobresaltó, y jadeó espantada; incorporándose de un brinco sobre su cama, hasta quedar sentada y con el latido de su corazón desbocado del susto.
—¿Quién es usted, y qué está haciendo en mi cuarto? —Lo miró con desconfianza, sin gustarle del todo lo que lograba atisbar en sus turbios ojos verdes.
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Secretos De Cuñados
RandomYo no pedí enamorarme de ti, mi dulce, dulce cuñado. Dime... ¿Me amas a mí también?