Alguna vez escuchó la frase «Si un escritor se enamora de ti, jamás morirás». Además de una mujer loca que se quedó con toda su fortuna después del divorcio, Julián no conocía a nadie que lo amara de una forma romántica —ignorando el hecho de que su exesposa jamás lo hizo—.
Esa frase siempre estuvo presente en su vida; uno de sus sueños era ser escritor, sin embargo, nunca tuvo el talento que se requería para ello, por lo que se vio obligado a estar conforme con su empleo de editor. Leía montones de libros, sintiéndose envidioso cada que imaginaba en quién podrían haber sido inspiradas tales obras.
Como si fuera cosa del destino o simple buena suerte, una tarde de sábado, mientras daba un paseo por calles desoladas de la ciudad, se topó con un letrero que le hizo detener su marcha. Era pequeño y de madera sobre una puerta alta y angosta color marrón oscuro. Con letras pintadas a mano citaba: «¿Quieres tener tu propia historia? Pasa, yo la escribiré para ti». Además, con letras rojas agregaba: «Tú pones el precio».
Lo consideró por escasos segundos. No tenía trabajo ese día, tampoco había alguien en casa esperando su llegada; no perdería nada. En el fondo, lo deseaba verdaderamente. Algo en su interior le gritaba que golpeara esa puerta, probablemente su cabeza, o su corazón solitario anhelando eso. Sin pensarlo más, empuñó la mano y golpeó el metal con los nudillos tres veces.
Nada.
Esperó un momento corto y volvió a golpear. Debido a que nadie abría, decidió continuar su camino. Quizá después podría volver e intentar. Antes de que pudiese dar la vuelta y alejarse, percibió un ruido que parecía ser provocado por trastes, seguido de pasos fuertes. La puerta se abrió con un rechinido y una sonrisa joven se asomó. Parada en el marco había una mujer de aspecto elegante aunque sencillo. Vestía con una falda blanca hasta las rodillas y una blusa de manga tres cuartos color salmón. Llevaba el cabello sujetado en una coleta alta y nada de maquillaje.
Era bonita, pensó. También lucía como una persona agradable. El silencio se extendió entre ellos hasta que la mujer habló.
—¿Viene por el anuncio? —Parecía feliz; más que eso, la emoción era palpable en su voz suave.
Julián sonrió tímido y rascándose la nunca asintió con un movimiento de cabeza.
—¿Tiene tiempo? —preguntó él.
—Para usted, ¡claro! —exclamó haciéndose a un lado. Se dio media vuelta antes de indicarle que la siguiera al interior—. Siempre tengo tiempo para las personas que vienen a eso. Últimamente nadie ha venido a buscarme —Terminó de decir con notable decepción—. Espere sentado por ahí —Señaló un sofá—. Iré a la cocina a buscar algo para tomar.
Julián caminó hasta la pequeña sala y se sentó, moviendo un pie nerviosamente. Observaba la vivienda; era mediana, cómoda y un aroma a cítricos llenaba el aire. A su derecha, pegado a la pared, había un librero enorme repleto de libros. Reconoció algunos de los títulos. Entrelazó las manos sobre sus rodillas a la espera de la mujer.
—¿Le gusta el jugo de naranja? No es natural, pero la marca es buena. —Apareció ella y colocó dos vasos y una jarra en la mesa de centro que había en medio de los sillones, luego se acomodó frente a él y lo observó con fijeza.
—Gracias —pronunció, sintiéndose incómodo repentinamente bajo la mirada penetrante. Carraspeó—: ¿Pasa algo?
—Nada. Estoy grabando su rostro —respondió con naturalidad—. Necesitaré recordarlo perfectamente al escribir. Pero, ¿sabe? Creo que será difícil, pues usted no tiene facciones muy comunes.
—Bueno, si quiere, puedo quedarme hasta que termine. Tengo el día libre, si le parece —propuso con voz vacilante.
—¡Perfecto! —La mujer se inclinó hacia adelante y llenó los vasos con jugo—. Seguro que no tardaré, pero antes debemos tener una conversación para averiguar algunas cosas sobre usted —dijo mientras le pasaba una de las bebidas.
Tuvieron una charla mucho más amena de lo que imaginó, tanto que una hora se escurrió volando. Ella le dijo que se llamaba Laura. Quiso saber más, pero no lo dejó, alegando que la conversación debía girar en torno a él y nada más.
Desapareció unos minutos para después volver con un cuaderno de pasta blanda y una pluma de tinta negra. Se sentó frente al escritorio que reposaba en una esquina de la casa y le dijo que esperara. Antes de empezar a escribir, se volvió hacia él con ojos brillantes.
—¿Cuál es su género favorito dentro de la literatura? —cuestionó. Inicialmente pensaba responder que el terror, pero decidió ser sincero.
—Me gusta el romance. Lo romántico me encanta. Con drama y todo eso, ya sabe, historias que logren sacarle lágrimas a quien sea que las lea.
No se dijo nada más. Durante más de dos horas, lo único que se escuchaba era el deslizar de la pluma sobre el papel. A veces, Laura giraba y posaba su mirada en él; luego regresaba la vista al cúmulo de letras escritas con perfecta caligrafía. A pesar de la situación en la que se encontraba, se sentía realmente cómodo.
—¡Terminé! —Levantó los brazos sosteniendo orgullosamente el cuaderno. Una sonrisa de dientes blancos relucía en su rostro con ojos curvados en dos medias lunas.
Se sorprendió de la rapidez con la que lo hizo. Ella sacudió la libreta frente a él.
—¿Cuánto le debo? —preguntó dando su primera sonrisa. Se sentía lleno de una felicidad inusual. Era como si su cuerpo se hubiese liberado de una carga pesada después de mucho tiempo.
—Es necesario que la lea antes de pagarme cualquier cantidad. No me gustaría que me dé más dinero del que merezca, ¡imagine que la lleve a su casa y no le guste! —repuso elevando las cejas. Luego de pensarlo, Julián estiró una mano en su dirección; Laura le entregó el cuaderno. Prosiguió a leer.
Ni siquiera había llegado a la quinta línea y ya pensaba lo mejor del escrito. Era, sin duda, una obra de arte. Cada palabra le llenaba el pecho de una sensación cálida y un sabor dulce se extendía por su boca. Parecía magia.
Julián creía en Dios. Creía que se apiadaba de los enamorados. Estaba seguro de que, después de morir, las almas de los que se amaban no desaparecían. Soñaba con el Paraíso. Donde el celeste del cielo resplandece bajo la luna lucífera y las las nubes arreboladas se alabean con el viento en espirales. Un sitio cálido y confortante, ideal para pasar la eternidad. Anhelaba tomar su mano y volar hacia el viento junto a las mariposas amarillas. Atacar sus labios con besos fugaces o lentos, sin descanso.
Subió su mirada desde la página al rostro de la escritora, conmocionado. Quería felicitarla, alabar su trabajo y agradecerle. Había cumplido su sueño, después de todo. Y, en definitiva, era mejor de lo que se imaginó alguna vez.
—Yo... no sé qué decir —pronunció. Sus ojos estaban más grandes de lo normal debido a la reciente emoción. Su sonrisa se ensanchó—. Es que... es genial. Simplemente genial. Usted se merece el mejor de los pagos. Es más, ¡elija usted el precio!
—No es necesario —dijo—. El precio ya ha sido pagado.
Julián no entendió la frase. No hasta que se encontró atrapado, siguiendo un guión al que poco después de acostumbró. Las palabras ya se sentían familiares saliendo de su boca. Con el tiempo, se aprendió de memoria cada acción, se apegaba a ello cada vez más, pues, aun si quisiera, no podía hacer uso de su voluntad entre las rejas de papel en las que se hallaba encerrado.
Todo lo que alguna vez soñó se difuminó en la nada, como los rayos del sol bajo la luna. Después de morir, su alma se encontró en un sitio que nada tenía que ver con lo que imaginó. No se suponía que sería así.
Entonces, luego de un largo viaje que no valió la pena, Julián comprendió que ella no lo amaba.
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