Parpados.

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Jugaba con mi celular cuando miré el reloj, 8:32 p.m. En media hora la pizzería cerraría y podría irme a casa a cenar y dormir un poco. Pero el teléfono sonó, Lucy contestó, y tras un par de minutos colgó.

—Esta debe ser la llamada más rara que he recibido en mis dos años aquí —dijo Lucy sin dejar de ver el teléfono.

—¿Qué ha sucedido? —respondí un poco sorprendido.

—Además de que un tipo raro pidió una pizza a las 8:32 de la noche, dio una dirección rarísima y pidió su pizza como fuera.

—¿A qué te refieres con eso ultimo?

—Le pregunté con qué ingredientes la deseaba, y me respondió «Los que sean».

—Esta gente de la ciudad... era mejor cuando vivía en la granja —dijo ella caminando a la cocina—. ¿No hueles a vinagre?

Sí fue un poco raro lo que el hombre había dicho, pero quién era yo para juzgar a alguien en una ciudad tan loca como esta. Así que después de diez minutos Lucy terminó la pizza utilizando pepperoni y jamón, los ingredientes más solicitados.

Me subí a mi moto y me dirigí a la extraña dirección, Calle Mel #1. Jamás había escuchado sobre esa calle, y menos sobre la casa con ese número, así que busque rápidamente en el GPS de mi celular.

Me tomó quince minutos llegar. La verdad es que el barrio era un poco solo, de todas las casas en cada una de las aceras, si mucho tres estaban habitadas, y efectivamente, la que llevaba el número uno lo estaba, pues la luz de la sala pasaba por la ventana.

Toqué a la puerta varias veces, hasta que abrió una señora de aspecto mayor, tal vez de sesenta años.

—Buenas noches, Pizzas Marco.

—Sí, sí, sí, pase joven, voy por mi monedero —dijo la señora amablemente.

Entré un poco más allá de la puerta, cualquiera supondría que al entrar a la casa de alguien que tuviera semejante edad sería normal el olor a polvo, a la tela vieja de los cuadros que adornan las paredes y no lo sé, tal vez una vela encendida, pero el único olor que inundaba la casa era algo parecido al vinagre. Era raro ya era la segunda vez que lo olía esa noche. Me quedé quieto mirando los cuadros, y los adornos que habían sobre una pequeña mesilla, vi algo que me pareció muy peculiar, no concordaba con las cosas a su alrededor, era algo brillante, alargado y parecía ser metálico. Estiré mi mano para tomarlo...

—¿Crees en Dios hijo? —dijo una voz.

La sorpresa me pegó de golpe. Regresé mi mano a mi bolsa y miré al lado, era un señor también de avanzada edad, pero que sin duda se veía mejor que la señora. Lo miré a la cara, el olor a vinagre se volvió más intenso.

—Te hice una pregunta hijo —dijo con un tono un poco impaciente.

No sabía qué responder. —Soy católico —dije finalmente.

—No te pregunte eso, ¿o sí?

—No lo entiendo...

—Crees en Dios, ¿sí o no?

Me enfurecí un poco por la manera en que el anciano se dirigía a mí, lo más probable es que fuera un cascarrabias.

.

—Pues estás equivocado —dijo el hombre dirigiéndose al sillón individual de la sala—. No podrías estar más equivocado —dijo prendiendo su pipa.

—Cada quien tiene sus creencias —dije indiferentemente.

—Tú mismo lo has dicho, «creencias», no son más que cuentos que tu madre te dijo desde que naciste, incluso desde antes de nacer tienen decididas tus creencias, no te dan oportunidad de desarrollar un juicio propio, menos aun que mires el mundo y pienses por ti, todo son reglas que debes seguir hasta el día de tu muerte, para que después de eso, te des cuenta de que el Cielo y el Infierno no son más que pura basura.

Jamás había escuchado a un hombre viejo hablar sobres la falsedad de la religión, siempre hablaban de cómo Dios los había ayudado a progresar en sus vidas, a superar los obstáculos con los que se toparon. Este hombre comenzaba a ponerme nervioso.

–Dios no es más que lo que la gente inventa por miedo a un final.

No sé qué fue, pero algo me impulsó a decirlo.

—Usted debe creer en algo, es decir, no creo que quiera desaparecer por completo al momento de su muerte —«Que no debe faltar mucho para eso», pensé.

Exhaló una nube de denso humo azul.

—Yo creo en lo que veo, y créeme, lo veo todo, John.

Miré mi pecho en busca de mi gafete, pero no estaba allí. ¿Cómo mierdas sabía mi nombre?

—Por ejemplo, tienes diecinueve años, tu novia Abby te odia y no puedes esperar a irte de la casa de tu madre —El anciano se puso en pie y comencé a temblar, no era miedo lo que sentía, era ansiedad, pues este hombre era un maldito acosador, me había estado espiando—. No tienes ni un maldito amigo de verdad.

—¡Hijo de puta! —grité—. Me has estado acosando, maldito bastardo. Te voy a denunciar. —Mis manos comenzaron a temblar.

–Oh no, claro que no John, ¿o prefieres Johny?... ¿Eso te recuerda a tu padre, cierto? El hombre que te dejó a ti y a tu querida madre cuando apenas tenías seis años. «Volveré por ti Johny», pero jamás volvió, ¿cierto? —El olor a vinagre ahora era insoportable; el sujeto se empezó a acercar a mí y yo al mismo tiempo a alejarme de él, sin dejar de mirarlo—. Lo veo todo, puedo verte a ti como los vi a ellos, los verdaderos dioses. Ya están entre nosotros y vendrán por todos, es nuestra misión prepararnos para su llegada.

El miedo ya había invadido cada músculo de mi cuerpo. Temblaba y sudaba a pesar del frío. No podía dejar de mirar a aquel hombre a los ojos, y fue entonces cuando noté una cosa: en todo el tiempo que hablé con él, no lo vi parpadear ni una sola vez.

Solo sentí un pequeño piquete, pero sabía que la válvula que la señora me había clavado en el cuello medía por lo menos diez centímetros, y era la misma que había visto en la mesa al entrar. Me desplomé, mi visión se nubló cuando el viejo se agachó y puso su rostro frente al mío.

—No necesito parpadear —dijo al momento de hacerlo. Sus párpados se cerraron y abrieron al igual que cualquier otra persona, con la pequeña excepción de que sus párpados se cerraron por izquierda y derecha.

Cerré los ojos y los volví a abrir. Estaba en la pizzería sentado con mi celular, Lucy estaba allí, devorando su libro de bolsillo. Miré el reloj, 8:28 p.m. Fue solo un puto sueño. Me reí un poco y fui al baño a mojarme la cara, pues había sudado demasiado y aun me temblaban las manos, incluso de niño no había tenido una pesadilla igual de escalofriante. El celular de Lucy timbró, por la conversación parecía ser su novio.

Bajé mi cabeza un poco y me la froté con las manos mojadas, era refrescante la sensación del agua fría en mi rostro. Hasta que escuché a Lucy decirle algo a su novio.

—No amor, de hecho creo que se derramó el vinagre, porque apesta demasiado.

Levanté mi cara con estupefacción; miré el espejo, intentaba pensar. «Debe ser una coincidencia. El vinagre se derramó y eso es todo. Estoy paranoico», pero el teléfono sonó. Miré mi reloj sabiendo lo que encontraría: 8:32 p.m. «Es imposible, debe ser el jefe que va a pedirnos que cerremos antes de tiempo, alguien que se equivocó de número, quien sea, debo ser racional».

—¡No me lo vas a creer John! —gritó Lucy cuando colgó el teléfono— ¡Voy a hacer una pizza con lo que sea!

—Mi rostro se neutralizó, no mostraba ninguna expresión, pareciese que alguien me había desconectado del mundo. La voz de Lucy desapareció, en ese momento nada más estaba yo y ese espejo frente a mí, todo lo demás era oscuridad. Solo deseaba que no me hicieran llevar ese pedido, no lo llevaría; el sueño, el sueño se debió signifi...

Me quedé quieto, levanté mi mano temblorosa y con la yema de mis dedos, palpé lentamente el área por donde la señora me había asesinado en mi sueño. Allí estaba, una pequeña cicatriz en el lugar exacto. Bajé mi mano, ya nada pasaba por mi cabeza, solo había una cosa más que hacer. Acerqué mi rostro al espejo, y parpadeé...

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