– ¿Te has preguntado por qué juegas?
– ¿No es obvio? Juego para ganar.
– No te pregunté para qué, te pregunté por qué.
– ¿Acaso importa? Jaque.
– A mí me importa. Por eso pregunto.
– Juego porque me gusta. Jaque.
– ¿Estás seguro? ¿Te gusta el ajedrez?
– ¿Qué acaso estás sorda? Lo acabo de decir.
– Sí, es cierto. Solo quería asegurarme.
– ¿Asegurarte de qué? Fui muy claro.
– Asegurarme de que en realidad te gusta este juego.
– ¿Por qué otro motivo te habría dicho eso de no ser cierto? Jaque.
– Es que... por un momento pensé que te gustaba ganar en el ajedrez.
– Pues pensaste bien. Me gusta. De hecho ya estoy acostumbrado, soy muy bueno en esto. Lo vengo jugando prácticamente desde que nací.
– Me confundes. ¿Te gusta ganar o jugar?
– ¿Cuál es la diferencia?
– Si realmente te gustara el ajedrez, sabrías la diferencia. Jaque.
– ¡¿Qué?! ¡No me vengas con esas! ¡Soy el mejor en esto! ¡Nunca he perdido, y jamás lo haré! ¡¿Te quedó claro?!
– Tranquilízate. No quiero iniciar una pelea. Solo estaba preocupada, no me gusta verte perder...
– ¡¿Acaso estás jodidamente sorda?! Lávate las orejas porque no lo volveré a repetir: ¡Soy el mejor! ¡Nunca he perdido, y jamás lo haré!
– ¿Estás seguro? Porque a pesar de que llevas jugando toda la vida, me da la impresión de que por haber ganado tantas veces tus ojos se acostumbraron a mirar el tablero y no a tu oponente.
– En eso te equivocas. Siempre me fijo en todo, ¡y es gracias a eso que nadie ha logrado vencerme! Jaque.
– En eso te equivocas tú. No lo has mirado todo.
– ¡Ah, que bien! Además de sorda, una maldita ciega... ¡No te quieras pasar de lista!. Mi memoria es excelente, y hasta el momento recuerdo cada movimiento, cada minúsculo detalle de cada una de mis partidas. Incluyendo esta. Y si no me crees, ¡te lo puedo probar!
– No hace falta. Ya me quedó claro.
– ¿Ah sí, maldita imbécil? Entonces dime, ¿qué revelación tan formidable ha tenido la señorita?
– Que ya sé quién es el verdadero ciego y sordo. Jaque.
– Te lo advierto, no me provoques...
– No se puede razonar contigo... Estás peor de lo que imaginé...
– ¡Explícate imbécil! ¡¿Qué parte de mi está tan jodida según tú, ah?!
– ¿Acaso importa? Jaque.
– ¡Por supuesto que importa! ¡A mí me importa!
– Ok, te lo explicaré. A pesar de todas las pistas que te he dado en todas estas partidas, nunca has visto más allá de este juego. ¿Acaso no ves que la vida es más que ganar? ¿Acaso nunca has ido más lejos? ¿Nunca te has puesto a pensar, que lo obvio es el arma más poderosa de engaño?
– ... A qué te refieres...
– Solías disfrutar el ajedrez. Solías jugarlo porque te gustaba jugarlo. El problema empezó... cuando dejaste que él se uniera al juego.
– ¿Él?
– No te acordarás jamás, pero yo sí que me dí cuenta del cambio. Esa voz que te indica qué hacer, esa voz que te indica el camino.
– ¿Te refieres a mi conciencia? ¡Ja! Por si no lo sabías, muchas personas piensan antes de hacer las cosas. Eso a lo que tú llamas "voz", no es más que el mero acto de pensar. ¡Ah, pero claro! Se me olvidó que tú nunca has ganado. ¡Jaja! No te haría mal pensar antes de actuar de vez en cuando. Jaque.
– ¿De verdad eres tan ciego? Mientras yo te trataba de ayudar, él sólo te confundía, cada vez más y más. Te confundió tanto que desde que lo dejaste unirse al juego, crees que tú eres él.
– Ahora sí que te volviste loca. ¿Podemos terminar esto rápido?
– Por favor, escúchame. Él fue capaz de convencerte de que sus prioridades eran tus prioridades. Te convenció de que todo lo que se le antojaba era lo que a ti se te antojaba y te convenció de que ganar era lo más importante...
– ¿No te dije que pensaras antes de hablar? Nada de lo que dices tiene sentido. ¿Por qué alguien querría convencerme de que ganar es lo más importante? ¿Por qué no convencerme de adorarlo como mi dios o de besarle el trasero?
– ¡Porque con eso logró hacer que te enfocaras solo en el maldito juego! Así nunca tendrías tiempo de darte cuenta del cambio que has sufrido.
– ¡Oh! ¿De verdad? ¡Entonces donde está ese malnacido! Con gusto le besaría el trasero si fuese él quién siempre me dijo qué hacer para ganar. ¡Ah! Verdad que ese malnacido soy yo...
– ¡No seas tan arrogante y por una vez en tu vida piensa por ti mismo!
– ¡Ya cállate! ¡De verdad que me tienes harto! Yo soy yo y punto. No le estoy haciendo favores a nadie, gano porque a mí me gusta y porque a mi me hace feliz ganar. Si quieres perder, pierde, para eso eres buena. Por eso me gusta este juego: porque sin importar qué, siempre ocurre entre dos jugadores, siempre hay un ganador y un perdedor, y siempre el ganador soy yo. Jaque.
– Ok... Es suficiente.
– ...
– Sí que calaste hondo en su ser... Ya ni siquiera sabe quién es.
– Mhm... Me das demasiado crédito.
– Puede que ese pobre hombre no se dé cuenta de lo que haces, pero yo sí me doy cuenta.
– ¿Acaso importa? Ese tipo está tan metido en el ajedrez que nunca se dará cuenta de mi existencia, mucho menos de que el verdadero ajedrez no está al frente suyo, sino en su cabeza.
– No me corresponde obligarlo a deshacerse de ti, aunque admito que me encantaría poder hacerlo. Yo solo me encargo de aconsejarle lo que es bueno para él... aunque no me escuche.
– Exacto. Pero no te preocupes, sigue intentándolo cuanto quieras que no te interrumpiré. Como él bien dijo: lo bueno del ajedrez es que se juega siempre de a dos, siempre hay un ganador y un perdedor, y siempre el ganador soy yo. Jaque mate.
– ¡Quiero otra ronda!
– ¡Jaja! ¡Pero qué mal perdedora! ¿Aún quieres seguir intentándolo?
– Lo intentaré las veces que sea necesario.
– Te advierto, pierdes tu tiempo.
– Tengo todo el tiempo del mundo. Ahora déjalo jugar. Necesito hablar con él.
– Como quieras.
– Una última pregunta.
– ...
– ¿No te preocupa que esta vez pueda ganar yo?
– Cada vez que él cree ganar, no hace más que hacer lo que le digo. Cada vez que se alegra de haber ganado, yo gano, porque ha satisfecho mi necesidad de ganar, una necesidad que no es suya, pero que no se da cuenta de que no le pertenece. Ganar lo es todo, no para él, sino para mí, porque esa es mi razón de existir. Ahora su ser está tan distorsionado por mis gustos y creencias, que el ingenuo cree ser yo. Solo sabe ganar. Y mientras no se de cuenta, ni lo que tú hagas ni lo que él haga me importa, porque pase lo que pase, yo siempre gano.
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