¿Dormimos juntos?

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Eran vacaciones de verano y Julieta, Camila y Delfina iban a la casa desu padre que vive en el campo junto con su madre, la abuela de las niñas. Su padre había comprado la casa hace un par de años a un precio muy bajo, por lo que las chicas se pusieron felices al saber que tenían una casa a la cual poder ir a pasar el rato cualquier mes del año.

A ellas les encantaba ir de vacaciones allí cada verano. Una vez allí, pueden montar a caballo, dar paseos en el pueblo encontrado a un par de kilómetros de la residencia, nadar en un lago cercano, entre otras cosas.

La casa era antigua, pero muy hermosa igualmente. Las niñas no lograban explicarse por qué el precio del lote era tan bajo. Aunque antigua, la casa permanecía en estupendas condiciones. A decir verdad, se encontraba en mejor estado que su casa en la ciudad.

El verano se pasó con rapidez. Luego de dos meses en la casa, Julieta, Camila y Delfina tenían que volver a la ciudad.

Había sido un verano muy tranquilo, hasta una noche antes de volver.

Eran aproximadamente las 9:00 p.m. cuando anocheció en el campo. Al no haber faroles en las carreteras del lugar, las noches eran increíblemente oscuras, a menos que uno mantuviera alguna luz encendida hasta la mañana siguiente. Por suerte, en el invierno anterior habían podido realizar la instalación eléctrica, así, cuando vinieran las niñas, su padre no tendría que dormir junto con ellas como los años anteriores.

Lastimosamente, esa noche hubo una gran tormenta que hizo que cayera uno de los postes de electricidad, haciendo que las pocas personas del área que tenían luz, la perdieran.

Las niñas, ya en sus camas, al asustarse por el apagón, gritaron llamando a su padre. El padre y la abuela bajaron rápidamente por las escaleras hacia el cuarto de las niñas para socorrerlas, y la abuela, al no ver nada por la falta de luz, tropezó y cayó más de la mitad de los escalones.

La señora gritó de dolor. El padre, preocupado de que su madre hubiera sufrido alguna fractura grave, se dispuso a llevar a la pobre mujer al hospital más cercano. Esto significaba tener que viajar hasta el pueblo, lo que le tomaría toda la noche, probablemente. Su mayor problema con esto era tener que dejar a las chicas solas en la casa. No entraban todos en el pequeño auto para dos personas. Aun apretándose, solo entrarían tres personas. Y para llevarse a solo una de las niñas, mejor dejar a las tres juntas para que se hagan mutua compañía.

El padre comunicó a las pequeñas las recientes noticias, y aunque esto a ellas no les causó simpatía, la preocupación por su abuela hizo que dejaran de lado sus temores y los afrontaran las tres juntas.

Su padre cargó a su madre en el auto y comenzó su viaje al hospital.

Julieta, Camila y Delfina se quedaron las tres solas en su habitación, sumidas en completa oscuridad. Cada una de ellas poseía su propia cama. Julieta contra la pared izquierda de la habitación, Delfina contra la pared derecha y Camila justo en el medio de las dos. Todas las camas separadas entre sí por un espacio de igual medida.

Mientras la tormenta continuaba, las chicas no podían dormir. Camila, siendo la más miedosa, le pedía por favor a Dios que regresara la luz.

Luego de fracasar sus intentos de dormir reiteradas veces, Julieta les propuso a sus hermanas una idea.

—¡Ya sé qué podemos hacer! —dijo a sus hermanas—. Tomémonos de las manos como hacía papá cuando nosotras teníamos miedo y no podíamos dormir.

A Camila y a Delfina les pareció una buena idea, por lo que las niñas, en total oscuridad, estiraron sus manos estrechando Julieta y Delfina las manos de Camila, que era quien más lo necesitaba. Luego de esto, las tres pudieron dormir plácidamente hasta la mañana siguiente.

Esa mañana, al levantarse las chicas, se encontraron con su padre y su abuela que recién llegaban del pueblo. Estos les preguntaron cómo habían podido aguantar la noche, y las jovencitas, orgullosas de su valentía, les contaron cómo fue que pudieron engañar a sus miedos.

Los dos adultos se quedaron mirándolas consternados. Su padre, incrédulo, les dijo que lo que ellas habían hecho era imposible, ya que las camas estaban tan separadas que aunque estiraran sus brazos completamente, sus manos no llegarían a estrecharse entre sí.

Tras un rato de silencio, Delfina les dijo a sus hermanas que trataran de recrear lo que habían realizado la noche anterior. Las tres muchachas fueron y se acostaron en sus respectivas camas, estirando sus brazos para tratar de agarrarse de las manos.

Efectivamente, su padre tenía razón. Ninguna pudo tomar la mano de la otra. Las chicas no podían creer lo que estaba pasando y volvieron a la sala a buscar alguna explicación en alguno de los adultos.

Su padre, con pánico en la voz, les contó la razón por la que la casa había sido tan barata.

Hace algunos años, unos hermanos gemelos de cinco años habían sido abandonados por sus padres en una tormenta para ir al pueblo cercano a buscar comida. En el trayecto, los padres sufrieron un accidente automovilístico y murieron en el acto.

La tormenta fue tan fuerte que nadie pudo encontrar los cuerpos en tres días, por lo que nadie fue a socorrer a los pequeños.

Un par de días después, se encontró a los pequeños muertos de hambruna. Los cadáveres fueron encontrados agarrados de la mano. Ese detalle fue el que impactó a los medios.

Las niñas quedaron atónitas tras escuchar lo que su padre les había contado e inmediatamente quisieron largarse de la casa. Su padre estuvo de acuerdo con esto y les pidió que fueran a empacar, así podría llevarlas de nuevo a la ciudad.

Al ir a la habitación, las tres chicas gritaron de horror al encontrar un mensaje escrito en la pared, que decía:

«Mamá y papá no están, ¿podemos tomarnos las manos de nuevo?».

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