Hacía frío. ¿No lo sentías, verdad? Bien, hacía frío en esa noche blanca, la nieve cubría todo el camino y bloqueaba el paso a cualquier intento de cercanía a la civilización; las huellas que dejamos sobre la nieve horas antes habían desaparecido bajo capas de hielo... ¿No recuerdas el largo recorrido que tuvimos que hacer desde tu camioneta averiada hasta mi cabaña? Yo sí, era muy difícil pasar por aquellos caminos, y la tormenta aún no había desatado su fuerza sobre nosotros.
Despertaste inquieto y desorientado; no emitiste ningún grito, lo cual me agradó. No había nada que temer, ¿verdad? Me viste sentada en una silla junto a la ventana, eso te tranquilizó un poco... ¿No te dio confianza mi apariencia tranquila y amigable?
Te sonreí, lo que te gustó. Me acerqué hacía ti y te diste cuenta de mi vestimenta, un ligero camisón que cubría mi cuerpo. Miraste mi rostro y te percataste de mi largo cabello rojizo, mis ojos castaños, mis facciones delicadas y mi piel blanca cual mármol. Viste con la ayuda de la luz del fuego que ardía en la chimenea la blanca piel de mi cuerpo que se trasparentaba por la ligereza de la tela. Sonreíste creyéndote afortunado y la lujuria se extendió por tus venas como el veneno de una serpiente.
Te alegraste aún más al notar que estábamos solos. Creíste que era tu noche de suerte, una mujer y tú en una cabaña en medio de las montañas solitarias; ella sola y tú fuerte, alejados de la civilización y sin escapatoria posible.
Lucías emocionado, tus ojos me recorrían con lascivia y en mis labios notaste una sonrisa que interpretaste como que te correspondía. Allá en el fondo notaste mi cama, el lugar donde impacientemente querías que fuera tuya. Te erguiste con rapidez, y como un niño que corre por un dulce, intentaste cerrar la distancia entre nuestros cuerpos por tu impulsiva necesidad carnal. Tu sorpresa al ver que no podías avanzar liberó a tu mente del extraño hechizo... ¿Nunca notaste las cadenas en tus tobillos?
Y volteaste a contemplar mi rostro. La sonrisa que segundos antes había impulsado tu deseo la notaste como un indicio de la perversidad y la agonía, de la tortura que sentiría tu cuerpo. El horror se extendió por tu mente como una infección corrosiva, destruyendo cada célula, cada partícula de tu miserable ser. ¡Sí! Estabas con una mujer en una cabaña en medio de las montañas solitarias, ella sola y tú débil, alejados de la civilización y sin escapatoria posible... para ti.
Por primera vez pusiste atención a tu alrededor. La cama que vislumbraste estaba adornada con cráneos humanos, apreciaste que en las paredes siluetas dibujadas con sangre decoraban la habitación; no quisiste mirar más por el terror que sentías y tontamente intentaste liberarte enterrándote los clavos al forzar la cadena. Escuchaste la risa brotar de mi boca, y tu desesperación crecía, y era tan divertido ver cómo intentabas escapar de tu inminente muerte.
Tomaste valor y agarraste con ambas manos la cadena que sujetaba a tu pie izquierdo, ignorando el dolor de los clavos atravesando tu piel; giraste la cabeza buscando mi presencia y un horror aún mayor recorrió las vértebras de tu columna al no encontrarme. Con angustia te forzaste a contemplar la habitación, y ahí, junto a una mesa que mostraba un arsenal de cuchillos y objetos extraños, estaba yo, sonriéndote...
...
Ahora estas aquí acompañando a mis pequeñas creaciones, en tu rostro grabada para siempre la expresión de agonía y horror ante la muerte. He vaciado tu interior y removido tus órganos, y dentro coloqué solo tu corazón de forma que tu abdomen tiene el hueco que luce junto a tus costillas desnudas el frío órgano que te daba la vida. Los relucientes huesos de tu esqueleto contrastan con el rojizo de tus músculos que ahora se apreciaban en todo su esplendor. Aún se ven las marcas de mi cuchillo al desgarrar tu carne; en mi memoria por siempre perdurarán los aullidos agónicos que salían de tu garganta cuando te desollaba parte por parte.
Pero solo eres una estatua más ahora, una de las que conforman mi pequeña creación dedicada al Cielo y al Infierno. Estás hincado y tus puños tocan el suelo, te he abierto el cráneo y removí tu cerebro... Pareces fuerte, valeroso y perverso, formas parte de mi guardia de soldados del Infierno. Del otro lado he colocado a mis ángeles, exhiben sus bellas alas, listos para el apocalipsis.
Admiré a mis fantasmas nocturnos que conforman el arte de la muerte.
Descansen mis espectros, duerman en su prisión de roca. El frío conservará sus inertes cuerpos en mi paisaje demencial, en mi cueva de cristal, aquí... ocultos en la oscuridad de mi mente.
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