Capítulo 1 - La Caja

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El ruido sordo y hueco lo ha producido la caja, Harry. Eso es lo que te dejo. La encontré en el sótano y la tomé cuando nuestras cosas ya no cabían en el cajón de mi mesilla. Además pensé que mi madre podría encontrar algunas de ellas, porque le gusta espiar en mis secretos. Así que metí todo en la caja y esta dentro del armario, y encima amontoné algunos zapatos que nunca me pongo. Cada uno de los recuerdos del amor que compartimos, los tesoros y despojos de esta relación, como la purpurina en los desagües cuando un desfile ha terminado, toda arremolinada contra la acera. Voy a tirar la caja entera de nuevo en tu vida, cada objeto tuyo y mío. Voy a tirarla en tu porche, Harry, aunque es a ti a quien estoy tirando.

El ruido sordo y hueco me hará sonreír, lo admito. Algo poco habitual últimamente, ya que en los últimos tiempos he sido como Aimeé Rondelé en "El cielo también llora", una película francesa que no has visto. Interpreta a una asesina y diseñadora de moda que solo sonríe dos veces en todo el metraje. La primera, cuando sacan del edificio al matón que liquidó a su padre, pero no estoy pensando en esa vez. Es en la del final, cuando consigue por fin el sobre con las fotografías y, sin abrirlo, lo quema y sabe que todo ha terminado. Recuerdo la imagen. El mundo vuelve a ser lo que era, es lo que dice su sonrisa. Te quise y ahora te devuelvo tus cosas, las saco de mi vida como a ti, es lo que dice la mía. Sé que no puedes imaginarlo, tú no, Harry, pero tal vez si te cuento toda la historia la entenderás esta vez, porque incluso ahora quiero que lo comprendas. Ya no te quiero, por supuesto que no, aunque todavía quedan cosas que mostrarte. Sabes que me gustaría ser directora de cine; sin embargo, tú nunca fuiste capaz de ver las películas que surgían en mi cabeza, y por eso, Harry, por eso rompimos.

Escribí mi cita favorita en la tapa de la caja, una de Hawk Davies, una verdadera leyenda, y estoy escribiendo esta carta con ella como escritorio, así que puedo sentir a Hawk Davies fluyendo a través de cada palabra. La camioneta de la tienda del padre de Liam traquetea, y por eso algunas veces la escritura me sale temblorosa, así que mala suerte para cuando lo leas. Llamé a Liam esta mañana y nada más decirle: «¿Sabes qué?», él me respondió: «Me vas a pedir que te ayude a hacer un recado con la camioneta de mi padre».

—Eres bueno adivinando —le dije—. Has estado cerca.

—¿Cerca?

—Bueno, sí, es eso.

—Está bien, dame un segundo para buscar las llaves y te recojo.

—Deberían estar en tu chaqueta, de anoche.

—Tú también eres buena.

—¿No quieres saber cuál es el recado?

—Me lo puedes decir cuando llegue allí.

—Quiero contártelo ahora.

—No importa, ______(Tú) —aseguró.

—Llámame la Desesperada —le dije.

—¿Cómo?

—Voy a devolverle las cosas a Harry —anuncié tras un profundo suspiro, y entonces Liam suspiró también.

—Por fin.

—Sí. Mi parte del trato, ¿no es así?

—Cuando estuvieras lista, sí. Entonces, ¿ha llegado el momento?

Otro suspiro, más profundo pero más tembloroso.

—Sí.

—¿Te sientes triste?

—No.

—_______.

—Está bien, sí.

—Está bien, tengo las llaves. Dame cinco minutos.

—Está bien.

—¿Está bien?

—Es que estoy leyendo la cita de la caja. Ya sabes, la de Hawk Davies. "Las intuiciones se tienen o no se tienen."

—Cinco minutos, _______.

—Liam, lo siento. Ni siquiera debería…

—_______, no pasa nada.

—No tienes por qué hacerlo. Es solo que la caja es tan pesada que no sé…

—Está bien, _______. Y por supuesto que tengo que hacerlo.

—¿Por qué?

Liam suspiró al otro lado del teléfono mientras yo continuaba mirando la tapa de la caja. Echaré de menos ver la cita cuando abra el armario, pero a ti no, Harry, a ti no te echaré ni te echo de menos.

—Porque, _______ —respondió Liam—, las llaves estaban justo en mi chaqueta, donde has dicho que estarían.

Liam es una persona buena de verdad, Harry. Fue en su fiesta de cumpleaños donde tú y yo nos conocimos, aunque no es que él te hubiera invitado, porque entonces no tenía ninguna opinión sobre ti. No te invitó ni a ti ni a nadie de tu pandilla de deportistas gruñones a la celebración de sus amargos dieciséis. Yo salí temprano del instituto para ayudarle a preparar el pesto de diente de león, elaborado con queso gorgonzola en vez de parmesano para añadirle un extra de amargor y servido con ñoquis de tinta de calamar de la tienda de su padre. También mezclé una vinagreta de naranja sanguina para la macedonia de frutas y cociné aquel enorme pastel de chocolate negro con un 89 por ciento de cacao en forma de gran corazón oscuro, tan amargo que no pudimos comérnoslo. Tú simplemente te presentaste sin invitación, acompañado de Niall, Louis y todos esos para esconderse en un rincón y no tocar nada, excepto unas nueve botellas de cerveza Scarpia’s Bitter Black Ale. Yo fui una buena invitada, Harry, tú ni siquiera le deseaste a tu anfitrión un «amargo cumpleaños», ni tampoco le llevaste un regalo, y por eso rompimos.

Y por eso rompimos (Harry Styles y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora