Capítulo 17 - Las Cascaras Enlatadas

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Indeleble es la palabra que utilizan en el libro Cuando las luces se apagan, en el que no dejan de hablar de imágenes con esta característica. La máscara metálica del emperador antes de hundirse en la oscuridad en Reino de furia. La mirada triste y despectiva de Patricia Ocampo en la diligencia a punto de partir en Últimos días en El Paso… Significa, lo busqué en internet para asegurarme, que permanece en tu mente. Yo solo lo había escuchado de la tinta.

Recuerdo una de esas imágenes en la que aparezco en la concha acústica de Bluebeard Gardens. La estoy viendo: llevaba unos jeans, la camisa verde que me dijiste que te gustaba pero que ahora probablemente serías incapaz de distinguir entre varias, las bailarinas negras que se salían de mis pies y el jersey anudado a la cintura y colgando porque había arrancado a sudar de hacer a pie todo el trayecto desde el autobús. Estaba sentada donde tocan las marchas del Cuatro de Julio, donde acuden viejos famosos intérpretes folk para cantar gratis sobre el final de las injusticias, mero cemento gris y frío fuera de temporada, con hojas muertas y alguna ardilla ocasional que pasa frenéticamente. Y yo, sentada con las piernas estiradas en forma de uve comiendo los pistachos que tu hermana había especiado y colocado en esta elegante lata para ti. Nunca se desvanecerá. No es fiel a la realidad —no fue en absoluto así—, porque estábamos juntos, pero cuando rememoro aquello, tú no apareces en la fotografía. En la imagen indeleble, estoy sola comiendo pistachos y alineando perfectamente las cáscaras en semicírculos que se hacen cada vez más pequeños, como paréntesis dentro de otros paréntesis. En la realidad, tú estabas comprobando que había electricidad.

—Aquí hay —gritaste con entusiasmo desde detrás de un montón de lonas—, una hilera entera de enchufes.

—¿Funcionan?

—¿Debería meter los dedos? Estoy seguro de que funcionan. ¿Quién los habría desconectado? Es suficiente para las luces y la música. El viejo radiocasete de Gemma debería servir, es horrible pero tiene potencia.

—Y ¿las luces?

—Nosotros tenemos luces de Navidad, pero es un lío sacarlas. ¿Las tienes tú en algún lugar mejor que nuestro desordenado desván? —esperé—. Ah, claro.

—Claro.

—Tú no celebras la Navidad.

—Yo no celebro la Navidad —repetí.

—Y ¿las luces de Janucá? —preguntaste regresando a mi lado—. Esas sí las ponen. Me refiero a que es la Fiesta de las Luminarias, ¿no?

—¿Cómo sabes eso?

—He leído sobre los judíos. Quería informarme.

—Anda ya.

—Annette me lo contó —admitiste frunciendo el ceño al mirar un pistacho abierto—. Pero ella lo leyó en algún sitio.

—Bueno, pues yo no tengo. Te ayudaré a encontrarlas en el desván. No son demasiado navideñas, ¿verdad?

—Blancas, algunas de ellas.

—Perfecto —dije, y estiré las piernas aún más.

Permaneciste de pie, mirándome y masticando ruidosamente, satisfecho.

—¿De verdad?

—Sí —respondí.

—Y te reíste.

—No me reí.

—Pero no se te había ocurrido —dijiste dando unos cuantos pasos rápidos adelante y atrás sobre el escenario, atlético y bello. Bluebeard Gardens era perfecto, con su aspecto desvencijado y pintoresco como Besos antes de salir al escenario o Y ahora las trompetas. Había sillas para sentarse abajo, en el auditorio. Espacio para bailar, un estrado donde podríamos colocar la comida. Y fuera, pasado el escenario y los asientos, las hermosas esculturas montarían guardia, severas y silenciosas. Soldados y políticos, compositores e irlandeses, todos rodeando el perímetro, enfadados sobre un caballo u orgullosos con un bastón. Una tortuga con el mundo a sus espaldas. Algunas cosas modernas como un gran triángulo negro y tres figuras encima de otra que seguramente proyecten una sombra espeluznante por la noche. Un jefe indio, enfermeras de la guerra de Secesión, un hombre que descubrió no sé qué… la hiedra había cubierto la placa demasiado para verlo, pero llevaba un tubo de ensayo en la mano, donde los pájaros se habían posado, y una carpeta a un lado. Dos mujeres con túnica que representaban las artes y la naturaleza, un regalo de nuestra ciudad hermana en algún lugar de Noruega. Aunque no invitáramos a nadie, formarían una atractiva y glamurosa multitud: el comodoro, la bailarina, el dragón del Año del Dragón de 1916. Yo había venido a merendar aquí algunas veces cuando era niña, pero mi padre siempre decía, puedo escuchar sus palabras, indelebles, que había demasiado ruido. Sin la multitud era el lugar perfecto, perfecto para la fiesta del ochenta y nueve cumpleaños de Lottie Carson.

Y por eso rompimos (Harry Styles y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora