Capítulo 11 - La Camioneta

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La camioneta en la que voy es igual a este juguete, nunca lo había pensado hasta ahora. Avanzo a tropezones mientras te escribo con este diminuto cochecito en la otra mano y Liam a mi lado, silencioso, dejándome que termine de cortar mis lazos contigo al tiempo que sujeto el juguete y me pregunto si podré contar todo lo relacionado con él, toda la verdad. Me siento como si estuviera en una película de animación experimental que vi en el Festival Anualmación del Carnelian: una chica en un camión sujeta en la mano otro camión, y dentro de él hay otra chica que sujeta otro camión, etcétera. Como si te dejara infinidad de veces. Aunque no las suficientes.

¿Quién sabe de dónde surgen las cosas, realmente? Cuando llegamos al parque esa noche, el fuego ya estaba encendido, ya había risas y griterío. Habíamos ido en la parte trasera del auto de no sé quién, apretujados y besándonos aunque había otra persona más en el asiento con nosotros, Louis, creo, pero no el Louis al que yo conozco. Cuando el auto se detuvo, había algo asombroso delante de nosotros, en el parabrisas, algo naranja y brillante frente a lo que parpadeaban sombras que se desvanecían, como un documental sobre el nefasto día venidero en el que el sol explota y la raza humana digamos que desaparece. Pero era solo el fuego, y gente que corría delante de él, borracha ya o simplemente desenfrenada y frenética y liberada. Mi rostro debió de reflejar que me parecía hermoso y magnífico.

—Te lo dije —exclamaste—. Sabía que te gustaría.

Me besaste y permití que pensaras, quería estar de acuerdo contigo, que tenías razón.

—Sería una maravillosa escena inicial —admití, con la mirada fija—. Ojalá tuviera una cámara.

—Te compré una cámara —me recordaste.

—¿Styles gastando dinero? —dijo el supuesto Louis—. ¿Su propio dinero de su propia cartera? Esto debe de ser serio.

—Es serio —afirmé, y extendí el brazo por encima de ti para abrir la puerta pensando, por qué no, dejemos que esa piedra ondule el estanque este fin de semana.

Habían salido incluso las estrellas. Del rincón donde la noche se mantenía vigilante llegaba frío y del otro extremo se acercaba a nosotros el muro de calor del fuego. Saliste del coche y se produjo un rugido procedente de la fiesta, todos aclamaban al victorioso segundo capitán. Dos chicas estaban sujetando un galgo de peluche, un descomunal muñeco gris como el que te regalaría un tipo que te mima demasiado, y lo lanzaron a la hoguera provocando llamaradas y chisporroteos: la mascota del enemigo. Sus ojos, de plástico e inflamables, brillaban, «Sáquenme de aquí». Pero se escuchó una ovación más y bocinas de coches que llegaban, y luego por supuesto brotó la música, un pésimo rock tan grosero y aburrido como una papa gigante.

—Me encanta esta canción —exclamó Louis, como si fuera increíblemente atrevido que te gustara lo que es número uno en la radio, y empezó a cantar: There’s a storm raging inside my heart, tell me you and I will never part... Los malencarados que siempre se encargan de la cerveza tocaron unas baterías invisibles. Tuve que admitir que era horrible pero perfecto, y puedo imaginar una película exactamente con la misma melodía sonando. Me abrazaste y luego me soltaste.

—No te separes de esto —dijiste deslizando mi mochila sobre mi hombro—. No pongas en el suelo nada que no quieras que acabe en el fuego. Voy a traer cerveza.

—Ya sabes que a mí no me gusta —te recordé. Ya te había contado que en la fiesta de los amargos dieciséis de Liam había tirado la Scarpia’s.

—_______ —dijiste—, te aseguro que no querrás estar sobria para esto.

Y te fuiste, con la razón de tu parte, pensé. Permanecí un segundo de pie preguntándome «Y ahora ¿qué?». Consideré sentarme sobre unos troncos que había caídos cerca, como si unos pioneros hubieran interrumpido la construcción de una cabaña en el último momento, pero «no pongas en el suelo nada que no quieras que acabe en el fuego», recordé, y, de todos modos, las enormes llamas me estaban haciendo señas con su luz pura, ineludible y poderosa. Me acerqué más, aún más. Podía imaginar una cámara junto a mi cara, dejando que la ondulante luz del fuego formase un atractivo reflejo en mi frente. Busqué en mis bolsillos algo que lanzar. Encontré mi entrada, la que me regalaste para el partido, y se convirtió en humo en un segundo. Continué fija, más fija, en el fuego, tan hermoso a mis ojos que incluso la música empezó a sonarme bien. Lo contemplé un poco más, con el cerebro tan concentrado en la fogata que me sobresalté al notar una mano sobre mi hombro.

Y por eso rompimos (Harry Styles y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora