Capítulo 13 - La Semilla

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El sol brilló ante nosotros y nosotros le respondimos pestañeando. En el exterior, notamos un delicioso aroma a hojas, un aire limpio y agradable de respirar, así que cruzamos hacia el Boris Vian Park y contemplamos lo que teníamos delante. Era mágico, y suficientemente temprano para que el parque estuviera silencioso, con un ambiente tranquilo y extraño parecido al de la escena de "Con mis propios ojos" en la que Peter Klay escapa de los dos inspectores gemelos que le han estado interrogando y se esconde detrás de una victoria, una mujer alada a caballo, y entonces oye un crujido entre los arbustos y aparece un unicornio entre el césped brumoso. Esa fue la sensación que tuve en el Boris Vian Park, que cualquier cosa podía suceder. Los bancos estaban demasiado húmedos, incluso después de que hicieras aquello tan descabellado y caballeroso de sentarte y deslizarte con un ridículo contoneo para tratar de secarlo con tu magnífico culo en jeans, mientras la cafeína de tu primer café de verdad recorría tu cuerpo y me hacía reír como un bebé entre burbujas. Pero aun así no me senté, estaba todavía demasiado húmedo, así que nos mojamos los zapatos bajando la ladera hasta la amplia curva donde hay un sauce llorón. Tuve una intuición. Separé las ramas para abrirnos paso igual que haces —hacías— a veces con mi pelo y allí estaba, un pequeño espacio verde seco y protegido de la lluvia. Nos deslizamos dentro y nos arrodillamos en el suelo, todo cubierto de hojas secas y tierra marrón porque no había entrado nada de agua, únicamente el sol, que proyectaba sombras a través de las ramas para mantenernos a salvo y ocultos.

—Guau.

—Vaya —dijiste.

—Es el lugar perfecto —añadí— y el libro perfecto. Es perfecto, Harry.

Alzaste los ojos hacia la luz que nos rodeaba por todas partes y luego me miraste, largo rato, hasta que sentí que me ruborizaba.

—Lo es —afirmaste—. Ahora dime por qué.

—¿No lo sabes…? Pero acabas… acabas de gastarte cincuenta y cinco dólares en este libro.

—Lo sé —respondiste—. No pasa nada.

—Pero ¿no sabes por qué?

Seguías mirándome, con las manos temblorosas en torno al vaso de café.

—Para hacerte feliz —fue lo único que dijiste, y de repente, Harry, tus palabras me dejaron sin respiración. Mantuve las manos sobre el libro, que había estado deseando abrir, paralizada por la alegría de escucharte y sin querer que callaras—. _______, ¿sabes lo que estaría haciendo ahora?

—¿Cómo?

—Los fines de semana, quiero decir.

—A esta hora, los sábados, apuesto a que normalmente estás dormido.

—_______.

—No lo sé.

Te encogiste de hombros profundamente, despacio, igual que si me estuvieras mostrando cómo actúa la confusión.

—Yo tampoco lo sé realmente —dijiste—. Ver una película tal vez, salir por ahí a algún sitio. Por la noche, estar en el porche de alguien con un barril de cerveza. Y partidos, fogatas. Nada interesante.

—A mí me gustan las películas.

Sacudiste la cabeza.

—No de ese tipo, pero no se trata de eso. No estoy…, no sé cómo explicarlo. Cuando Annette pregunta, cuando ella me pregunta «¿por qué esta chica es diferente?», la respuesta es siempre larga, porque es largo de contar.

—Mi historia es larga.

—No como las de clase de Lengua. Estaba tratando de decírtelo en el coche, antes. Es solo…, mira dónde estoy. Nunca había estado en ningún sitio como este con Jillian, ni con Amy, o Brianna, o Robin…

Y por eso rompimos (Harry Styles y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora