Capítulo 7 - El Rollo y La Nota

700 17 3
                                    

—¡Se está abriendo!

—¿Por dónde?—Dijiste, observando la cámara de cartón.

—¡No, la puerta!

—¿Cómo?

—¡Al otro lado de la calle! ¡Es ella! ¡Se marcha!

—Bueno, déjame abrirla.

—¡Date prisa!

—Tranquila, _______.

—Pero es nuestra oportunidad.

—Bueno, déjame que lea las instrucciones.

—No hay tiempo. Se está poniendo los guantes. Actúa con normalidad. Tomale una foto. Es la única manera de saber si es ella.

—Está bien, está bien. «Enrollar la película firmemente con la manivela A».

—Harry, ya se va.

—Espera —risas—. Dile que espere.

—¿Espere, espere, creemos que es usted una estrella de cine y queremos hacerle una fotografía para asegurarnos? Yo lo hago, dámela.

—_______.

—De todas maneras es mía, tú me la compraste.

—Sí, pero…

—¿Crees que las chicas no saben cómo utilizar una cámara?

—Creo que la estás sujetando al revés.

Diez pasos manzana abajo, más risas.

—Bueno, ahora. Está doblando la esquina.

—«Mantener el objeto que desea fotografiar en el recuadro…».

—Ábrela.

—¿Cómo?

—Dámela.

—Ah, así. Ahora. Aquí. Y ahora ¿qué? Espera. Bueno, sí.

—¿Sí?

—Creo. Algo hizo clic.

—Escúchate, «algo hizo clic». ¿Hablarás así cuando estés dirigiendo una película?

—Mandaré a otra persona que lo haga por mí. Por ejemplo, a algún jugador de Fútbol acabado.

—Bueno ya.

—Está bien, está bien, ahora ¿lo enrollas de nuevo? ¿Así?

—Eh…

—Vamos, eres bueno con las mateeees.

—Basta ya, además esto no tiene nada que ver con las matemáticas.

—Voy a sacar otra. Allí, en la parada de autobús.

—No grites tanto.

—Y otra. Bueno, te toca.

—¿Me toca?

—Te toca, Harry. Tómala. Saca varias.

—Bien, bien. ¿Cuántas hay?

—Vamos a hacer tantas como podamos. Luego las llevaremos a revelar y las veremos.

Pero nunca lo hicimos, ¿verdad? Aquí está sin revelar, un rollo fotográfico con todos sus misterios encerrados dentro. Nunca lo llevé a ninguna tienda, simplemente lo dejé esperando en un cajón soñando con estrellas. Aquella fue nuestra oportunidad de comprobar si Lottie Carson era quien pensábamos que era, todas aquellas fotografías que sacamos, partiéndonos de risa, besándonos con la boca abierta, riendo, pero nunca lo revelamos. Pensábamos que teníamos tiempo, corriendo detrás de ella, subiendo de un salto al autobús y tratando de distinguir su hoyuelo entre las cansadas enfermeras que discutían vestidas de uniforme y las mamás colgadas de sus teléfonos y con las verduras sobre el regazo de sus hijos, dentro de los carritos. Nos escondimos detrás de buzones y faroles, a media manzana de distancia, mientras ella seguía avanzando por su barrio, donde yo nunca había estado, y el cielo se oscurecía ya en nuestra primera cita, pensando todo el rato que las revelaríamos más tarde. Registramos su buzón con la esperanza de encontrar un sobre con el nombre de Lottie Carson y tú te metiste corriendo en su desgastado y recargado porche, perfecto para ella, mientras yo esperaba con las manos sobre la valla, contemplando cómo ibas y venías a saltos. En cinco segundos te encaramaste por encima de las púas de hierro forjado que enfriaban mis manos al anochecer, y rápido, rápido, rápido atravesaste el jardín con gnomos y lecheras y setas venenosas y Vírgenes María, burlándolos a todos como al equipo contrario. Te abriste camino con rapidez entre aquellas silenciosas estatuas de piedra, y si pudiera, las lanzaría todas a tu jodido umbral, tan ruidosamente como tú fuiste silencioso, con tanta furia como diversión hubo entre nosotros, tan fría y desdeñosa como emocionada y excitada me sentía al observar cómo entrabas en busca de pruebas y regresabas encogiéndote de hombros y con las manos vacías. Así que todavía no lo sabíamos, todavía no podíamos estar seguros, no hasta que las fotografías estuvieran reveladas. Aquellos intensos besos en el largo recorrido en autobús a casa, por la noche, nadie excepto nosotros recostados en la última fila de asientos y el conductor con los ojos fijos en la carretera, sabiendo que no era asunto suyo. Y más besos en la parada, cuando terminó aquella cita, y tu grito al alejarte en zig zag después de que no te dejara acompañarme hasta la puerta, para no soportar a mi madre mirándote de reojo a lo largo de toda la acera mientras me preguntaba dónde demonios había estado.

—¡Te veo el lunes! —gritaste como si acabaras de descubrir los días de la semana.

Pensábamos que teníamos tiempo. Me despedí con la mano, pero fui incapaz de responder, ya que por fin estaba permitiéndome sonreír tan ampliamente como había deseado durante toda la tarde, toda la noche, cada segundo de cada minuto contigo, Harry. Mierda, supongo que ya te quería entonces. Condenada como una copa de vino que sabe que algún día se romperá, como unos zapatos que se rozarán rápidamente, como esa camisa nueva que no tardarás en manchar. Es probable que Liam lo notase en mi voz cuando le llamé, despertándole, porque era demasiado tarde, y luego le dije que no importaba, «olvídalo, perdona por despertarte, vuelve a la cama, no, estoy bien, yo también estoy cansada, mañana seguimos», cuando dijo que no tenía ninguna opinión al respecto. Ya te quería. La primera cita, ¿qué podía hacer con mi estúpida persona y el estremecimiento de «te veo el lunes»?, ¿pensando que había tiempo, mucho tiempo para ver las fotografías que habíamos hecho? Pero nunca las revelamos. Sin revelar, el rollo entero tirado dentro de una caja antes de que tuviéramos oportunidad de saber lo que habíamos conseguido, y por eso rompimos.

Aquí está también este papel extrañamente plegado. Me ha costado una eternidad volver a dejarlo como estaba, ya que tus increíbles notas en Matemáticas se habían sumado todas a la hora de doblar esta cosa. Cuando abrí mi casillero el lunes por la mañana, parecía como si una nave espacial de papiroflexia de las antiguas pelis de ciencia ficción de Ty Limm hubiera aterrizado encima de Conocimientos sobre nuestro planeta, dispuesta a lanzar su electro-diezmador contra la espina dorsal de Janet Bakerfield para destruirle el cerebro. Eso fue lo que la nota hizo también conmigo cuando la desdoblé y la leí. Sentí un hormigueo por todo el cuerpo y me volví estúpida.

Tal vez me esperaste aquella primera mañana en el instituto, nunca te lo pregunté. Tal vez la escribiste en el último minuto después del segundo timbre y la deslizaste a través de las rendijas antes de salir a toda marcha hacia clase como hacen siempre los deportistas, desestabilizando a los más lentos cuando saltan junto a sus mochilas como en una máquina de pinball. Tú no sabías que nunca voy a mi casillero hasta después de la primera clase. En realidad, nunca te aprendiste mi horario, Harry. Resulta misterioso que nunca supieras cómo encontrarme pero siempre me encontrabas, porque nuestros caminos luchaban por separarse el uno del otro a lo largo de toda la ruidosa y aburrida jornada en el instituto: por las mañanas, yo pasaba el tiempo con Liam, y normalmente con Zayn y Lauren, en los bancos del lado derecho, mientras tú hacias saques de calentamiento en las canchas traseras, con tu mochila esperando junto a las demás y los zapatos y las camisetas sudadas en un aburrido montón; no teníamos ni una sola clase en común; tú comías temprano y hacías mates masticando los corazones de manzana como si todo formara parte del mismo partido, y yo lo hacía tarde en el rincón del césped de los raros, rodeada de nerds y hippies que discutían por encima de las ondas de radio con bandas sonoras encontradas, excepto en los días calurosos, en los que firmaban la tregua con reggae. En "Barcos en la noche", Philip Murray y Wanda Saxton se encuentran en la última escena bajo un toldo que los protege de la lluvia y se marchan juntos bajo el aguacero —desde la primera escena, sabemos que a ambos les gusta caminar bajo la lluvia, pero que no tienen con quien hacerlo— y es el milagro del final. Sin embargo, para nosotros nunca ha habido encrucijadas, una bendición ahora que vivo con el temor de tropezarme contigo. Solo nos hemos visto a propósito, después del instituto y antes de tu entrenamiento, tras cambiarte rápidamente y ahuyentar a tus compañeros de equipo que estaban calentando, hasta que tenías que marcharte, un beso más, tenías que marcharte, uno más, bueno, ahora sí, de verdad, de verdad que tengo que marcharme. Y esta nota fue una bomba que me dejó como impactada, haciendo tictac bajo mi vida cotidiana, guardada en mi bolsillo todo el día y releída con avidez, en mi bolso toda la semana hasta que temí que se arrugara o alguien la fisgase, en mi cajón entre dos libros aburridos para escapar del escrutinio de mi madre y luego en la caja y ahora de vuelta a tus manos. Una nota, ¿quién escribe una nota como esta? ¿Quién eras tú para dejármela? Retumbaba en mi interior sin parar, provocando una explosión tras otra, con la emoción de tus palabras como metralla nerviosa en mi corriente sanguínea. No puedo tenerla cerca más tiempo. Voy a arrojártela como una granada tan pronto como la desdoble y la lea y llore una vez más. Porque yo tampoco, y que te jodan. Incluso ahora.

"No puedo dejar de pensar en ti" decía.

Y por eso rompimos (Harry Styles y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora