Este pañuelo sucio es una de esas cosas, Harry, que no vas a reconocer por nada del mundo.
—Esto sí que es un cambio —dijo Gemma cuando entramos, aunque no podría explicar con qué tono lo dijo, contenta pero con una ligera sospecha también. La cocina olía a cebolla y sonaba de nuevo Hawk Davies—. Me pides prestado el auto y regresas antes de la hora a la que sueles levantarte. ¿Qué son ustedes dos, contrabandistas?
No respondiste, pero desparramaste el azúcar sobre la encimera, junto a un paño donde había colocados unos aretes, eso parecían, secándose o enfriándose.
—¿Y ese abrigo? —preguntó Gemma—. Tiene un aspecto…
—Me lo ha comprado ________.
—… elegante.
—Buen salvado, hermanita. Necesito una ducha. Vuelvo en un minuto.
—Tu toalla —te gritó cuando ya estabas subiendo a saltos— está en el suelo, donde la dejaste después de la ducha de hace cuatro horas que ¡me despertó!
—Sabes lo que no eres, ¿verdad? —respondiste con un bostezo.
Sonó un portazo. Gemma me miró y se retiró el pelo de los ojos al tiempo que el agua empezaba a sonar en el piso de arriba. Aquí estoy otra vez, pensé.
—Y tú ¿qué, _______? —preguntó—. ¿Necesitas una ducha?
—Estoy bien —respondí.
En la cocina, había unas vibraciones que no entendía, Harry, y a las que tuve que enfrentarme sola.
—¿De verdad? —caviló—. Pareces un conejo frente a los faros de un auto siempre que él se va arriba. Ven, ven y cuéntame lo que te ronda la cabeza.
Me incliné sobre la encimera. Aros de cebolla, eso eran, y Gemma los despegó uno por uno para añadirlos a un cuenco grande lleno de fideos, albahaca y tofu.
—¿Quieres fideos? —me ofreció.
—Venimos justo de Lopsided’s.
—Ya veo. ¿Robar en un restaurante no es algo que se hace en primer curso?
Levanté el libro y comencé mi explicación. Tu hermana masticaba por encima de mi hombro, ladeando un poco la cabeza cuando quería que pasara la página, porque tenía los dedos algo manchados con jugo de lima. No dijo nada, solo siguió tomando con los palillos su almuerzo o desayuno, así que seguí contándole cosas —Lottie Carson, “Greta en tierras salvajes”, el ochenta y nueve cumpleaños…—. Abrió los ojos de par en par y los cerró con lentos parpadeos, pero siguió sin decir nada, así que le conté todo, Harry, todo excepto lo del aniversario de los dos meses y los cincuenta y cinco dólares.
—Vaya —exclamó por fin.
—Genial, ¿eh?
—Sin duda debería prestarte mis libros de cine —dijo, y colocó el cuenco en el fregadero.
—Sería estupendo —respondí—, y Hawk Davies también.
—Me gusta tu manera de pensar —añadió Gemma, y luego me miró muy seria, esperando.
—Gracias —dije.
—Y mi hermano —señaló con la cabeza hacia la escalera por donde habías subido corriendo— ¿va a ayudarte a preparar estos extravagantes platos para el cumpleaños de una estrella de cine?
—Piensas que es… —titubeé—, no sé.
Tomó dos albaricoques y me pasó uno.
—Que es ¿qué? —preguntó con delicadeza—. ¿Una locura?
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Y por eso rompimos (Harry Styles y Tú)
De TodoTe entrego esta caja, Harry. Adentro está todo. Las chapas de las primeras cervezas que compartimos, el boleto de cine para ver la película en la que nos dimos nuestro primer beso, aquella nota tuya que tanto significó para mí, una caja de cerillos...