Capítulo I

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Fines del otoño del 72', Blackburn, Inglaterra.

El trabajo en la librería era más aburrido de lo que parecía. No, sí era tan aburrido como lo parecía.

Ya había visto el 80% de los polvorientos libros en las estanterías del pequeño lugar y creerías que habría varias joyas literarias entre ellos, pero para su desgracia, no había ninguno que despertara su interés. El olor a humedad predominaba en el aire, incrustándose en sus fosas nasales hasta provocar un estornudo o dos.

En parte, no le molestaba tanto trabajar ahí. Su abuelo solía llevarlo ahí y le contaba historias que gracias a su gran imaginación (y su sueño frustrado de ser un gran escritor) creaba en el momento. Siempre le había gustado leer, pero nada en esas páginas amarillentas le llamaba la atención porque nada era como las historias de su querido abuelo.

Pero, más que leer, Ryan amaba escribir. Su abuelo solía leer los cuentos que él escribía a sus cinco años, donde el drama más interesante estaba entre una familia de dragones donde el más pequeño quería ser músico pero, como apenas había aprendido a usar su fuego, accidentalmente quemaba su guitarra cada vez que intentaba cantar.

Y aunque no quiera aceptarlo, ese pequeño dragón era él mismo y el fuego representaba su falta de confianza. Pero al menos a su abuelo le gustaba lo que hacía y con su aprobación era más que feliz.

La única compañía que tenía era su tía Margaret, que sólo iba un par de horas para controlarlo. Según Ryan; Tía Margaret era sinónimo de vieja, amargada y controladora. Por alguna desconocida razón, su tía pensaba que él era un joven irresponsable y rebelde que en cualquier momento quemaría la tienda.

Hay una infinidad de razones desconocidas por las cuales puede pensarlo.

Posiblemente la razón sea que él siempre estaba de mal humor. Aunque no lo aparentaba, Ryan era bastante irritable.
Su abuela solía decirle "pequeño, con esa cara de enojo que tienes podrías marchitar flores con tan solo verlas". O podría ser que su madre le haya contado a la tía Margaret que una vez él había intentado cocinar y casi incendia la casa.
Pero, volviendo a lo anterior, definitivamente no era así. No llega al nivel de querer incendiar todo y reír con satisfacción mientras todo arde frente a sus ojos.
Sin embargo, no puede negar ser una persona irresponsable. En sus 2 meses trabajando allí, extravió 14 novelas y 2 diccionarios. De alguna forma consiguió seguir trabajando ahí. Posiblemente su madre influyó en algo.

Ryan Ross es el antónimo de rebeldía, aunque sí era sinónimo de irresponsabilidad.

Algo en ese pequeño espacio lleno de polvo y libros desgastados le daba curiosidad; sentía que podría encontrar un tesoro ahí. Posiblemente sea por la antigüedad que estaba presente o un hechizo.
Su tía tenía toda la pinta de ser bruja, sí, puede ser eso. O capaz, Ryan había leído demasiados libros de fantasía en sus primeros años de vida.

Él necesitaba el dinero para comprar una nueva guitarra. La suya ya tenía 7 años, estaba muy desgastada y las cuerdas se habían cortado. Necesitaba una eléctrica.
Su amigo Spencer le había propuesto la idea de hacer una banda de rock, y él estuvo de acuerdo. Una banda real. Ellos hicieron muchas bandas, unas tres. Obviamente, ninguna fue importante. Era solo por diversión y sus canciones eran más que un fracaso.

Spencer Smith tocaba la batería. Eran mejores amigos desde que tenían memoria.

Siempre quiso estar en una banda real, desde la primera vez que escuchó a The Beatles en la vieja radio de su madre. La forma en la que las cuerdas de la guitarra de George Harrison creaban una dulce melodía lo había hechizado. Su abuelo Harold le compró su primera guitarra. Era pequeña y Ryan lo consideraba la mejor del mundo. Jugaba a ser Harrison y Spencer era Ringo Starr, nunca consiguieron a un McCartney ni a un Lennon y constantemente lamentaban eso.

Nunca dejaba de tocar, al principio lo hacía mal y sus padres se quejaban de que no los dejaba dormir. Con el paso del tiempo, mejoró muchísimo. Aunque es difícil conseguir éxito con una banda de dos fracasados, tan poco dinero y ningún contacto importante.
Tenían planeado viajar a los Estados Unidos y conseguir reconocimiento ahí.

Solo podían seguir soñando. Como dicen: soñar es gratis.

Ryan estaba tan metido en sus pensamientos sobre la banda y su tía bruja, que no notó que había una persona que había estado viéndolo desde la vidriera.

Caminaba y caminaba, pero siempre volvía al mismo sitio. Volvía a ver al chico de mirada perdida que estaba sentado en la biblioteca. Lo había hipnotizado. Había una vibra alrededor de él que lo había encantado. Y esa persona se acercaría. No perdería semejante belleza como la del muchacho castaño que se encontraba del otro lado de la vidriera.

Analicemos los contras:
•Podría tener pareja. No, eso no importa.
•Podría ser heterosexual, pero no es tan importante, puede cambiar eso.
•Podría no interesarle. Oh, eso es imposible.

Y los pros:
•Puede que ese chico sea el amor de su vida. Quién sabe.
•Parece todo un príncipe azul de Disney.
•Trabaja en una biblioteca, hay 99% de probabilidades de que sea una persona interesante e inteligente.
•Podrían tener un cachorrito juntos ¿Cómo podrían llamarlo?
•Ese chico podría ser la persona que arreglaría su corazón roto.
Entonces lo supo. Debía dejar de dar vueltas y entrar a conocer al nuevo amor de su vida.

Era arriesgado.

Pero correría el riesgo. Porque eso es vivir la vida: correr riesgos.

•••

El castaño esfumó los pensamientos de su cabeza al oír la campana en la puerta sonar y seguido de eso, la silueta de un chico.
Ryan analizó al dueño de la silueta. Estatura baja, cabello oscuro, labios carnosos y ojos curiosos.
El desconocido sintió la mirada del muchacho que se encontraba detrás del mostrador. Se acercó y le dedicó una sonrisa. Había logrado llamar la atención del chico mágico.

—Hola, bienvenido. ¿Qué se te ofrece?—El castaño odiaba decir esas palabras. Se sentía un completo idiota. Pero como la vieja Margaret le repetía siempre, debía ser amable o espantaría a los clientes. Espantar a los clientes es sinónimo de menos dinero.
La vez que su tía lo encontró discutiendo con un cliente, le descontó mucho de su paga. No era su culpa que esa mujer fuera una histérica maleducada que no podía pedir las cosas correctamente, él simplemente perdió la paciencia, no iba a dejar que lo trataran así por más dinero que le pagaran.

El cliente le dedicó una sonrisa de mayor tamaño, lo que parecía imposible, ya que la anterior había sido enorme. Asustaba un poco.

"Hola..." Se acercó a leer el pequeño cartel que colgaba del chaleco del joven frente a él. "Ryan Ross. Venía a buscar un libro de poesía para la universidad... pero la única poesía que veo aquí eres tú. ¿Puedo llevarte y presumir que yo conseguí la mejor? Por cierto, soy Brendon Urie. Protagonista."

Ryan sintió sus mejillas arder de lo vergonzoso que fue lo que aquel chico acababa de decir y la confusión se hizo presente en su rostro.

"¿Protagonista de qué?" Contestó tratando de sonar desinteresado.

"De una nueva historia. La nuestra."

"

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seventies ; rydenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora