EL CUARTO MAGO. LIBRO III. MAGOS DE FUEGO

I. TRES ESPADAS

NOTA DEL AUTOR. 

            Comienzo la publicación integra del tercer libro del cuarto mago. 

            La pongo tal y como la tengo publicada. 

            Comenta si te ha gustado.

          COMENZAMOS...

I. Tres espadas

La maza, los fuelles, el yunque, la caldera... a simple vista, todas las herramientas que un buen herrero necesitaba para forjar el hierro. Hasta allí fue. Sabía que nada de aquello crearía lo que pretendía, pues le bastaba pensarlo para tenerlo. Sin embargo, lo que buscaba concebir, esta vez, estaba más allá de su pensamiento.

Utilizó los materiales presentes para inspirar su creación y manejó la fragua para fundir la piedra. Y usó sus manos para moldear el filo. Y sobre él, vertió su sangre para cuajar su forma. Desprendió parte de su materia oscura y la fundió con su hoja. De esta manera se concibió un arma capaz de matar a los demonios del abismo. Así creó la espada de sombras. Al terminar, se sentó.

Descansó, un tiempo que no se puede contar, pues no existían lunas ni soles, fue un periodo extenso, incluso para él. Volvió a la fragua y volvió a crear, con sus manos, con su sangre, y esta vez con un vacío que más tarde muchas razas llamarían miedo. Y al terminar, sujetaba un filo negro del que se disolvían trozos, se volvían en fino polvo y resurgían apareciendo de la nada. Fraguó un arma para matar a los señores del abismo. La llamó: la espada del destino. Al terminar, se sentó.

Todavía pasó más tiempo hasta forjar la tercera hoja, pues con cada una de ellas, dejaba parte de sí mismo impregnado en sus filos. En la tercera no utilizó fuego, ni fragua, ni piedra. Usó la masa informe de los huesos de los que creyeron poder vencerlo, o tal vez, los que fueron enviados para medir su fuerza. Así fundó la hoja que bañó con su sangre, y su forma la mezcló con el frío mortal del abismo del hielo. Y creó la espada del dolor. Al terminar, se sentó.

Mientras quedaba embriagado por el placer del descanso, observó su obra. Buscó la manera de imitarla. No, no eran iguales, pero sin duda, las tres rivalizaban en poder con el filo de fuego blanco.