Parte sin título 7

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(Emma)

En pocos días me arrepentí de haber aceptado la propuesta de mi padre. Él estaba cumpliendo su parte del acuerdo, pues los horarios eran muy flexibles y me pagaba un salario que se ajustaba al tiempo y al servicio que yo ejercía en la comisaria.

A pesar de sus intentos, le dejé claro que no estaba dispuesta a aprender a disparar o hacer rondas en las calles como un policía. No tenía preparación para eso, y mucho menos, deseo. Detestaba la violencia y no quería hacerme policía.

Mi trabajo consistía en quedarme en comisaría y conocer su funcionamiento, atender las llamadas, anotas cosas, participar en las conversaciones que mi padre tenía con sus policías y empleados, cosas de ese tipo. Algo bastante ligero. Aun así, no me sentía feliz en aquel ambiente, y menos aún al darme cuenta de la satisfacción de mi padre y sus intenciones de hacerme quedar por allí y hacerme seguir su carrera.

Por la mañana iba a la facultad, pero antes salía a correr con Regina. Estábamos cada día más cercanas, pegadas. Corríamos antes de las clases y al final del día, después que salía de la comisaria. Hablábamos por teléfono siempre, cuando no salíamos juntas por la noche. Nos encantaba ir a las cafeterías, bares y restaurantes a charlar. Salíamos siempre solas y nos quedábamos horas conversando sobre los más diversos temas, creando un vínculo cada vez más fuerte y consistente.

Regina era maravillosa y yo no podía negar que estaba cada día más envuelta con ella y con todo lo que venía con ella. A esas alturas, ya éramos las mejores amigas y no conseguía ni un segundo sin tenerlas en mis pensamientos.

En diversas ocasiones, durante nuestros paseos, regresaron nuestros besos, y no eran premeditados por mi parte, y sabía que tampoco por la de ella. Los besos sucedían sencillamente porque había algo fuerte entre nosotras, como si hubiera un imán que hacía que nuestras bocas se atrajesen hacia un encuentro único, donde las palabras no eran necesarias. Esos besos eran maravillosos, pero me dejaban extremadamente confusa, pues no sabía a dónde nos llevarían ni qué significaban. Nunca hablábamos de ellos.

Así que mi vida era ahora así. Facultad, prácticas en la comisaria, pintar y estar con Regina. Todo el tiempo libre que tenía lo dedicaba a ella y a nuestra amistad. Estábamos siempre juntas, conversando, compartiendo. En dos meses de amistad, sabía prácticamente todo sobre Regina y su historia, y al mismo tiempo creía que no sabía nada, porque a pesar de las apariencias de Regina, yo sabía que ella podía ser mucho más de lo que dejaba ver. Su potencial para cosas grandiosas era enorme, estaba segura de ello. Ella solo necesitaba creerlo.

(Regina)

Era viernes, acababa de anochecer y estaba llegando a casa después de otra sesión de footing al lado de mi compañera fuerte y rubia de ojos verdes que me dejaba sin aliento: Emma Swan.

Toda sudada, con auriculares en los oídos escuchando a Madonna, y bailando, entré en casa con el mayor de los entusiasmos, sintiéndome feliz con todo, creyendo el mundo el lugar más increíble para vivir.

Me asusté al ver a mi madre sentada como un fantasma, mirándome fijamente, como si estuviese esperándome, así que me quité los auriculares y solté una risita.

«¡Qué susto, mamá!» dije, apagando la música y pasándome la mano por su cabeza sudada

«¿Susto?» me sonrió, aquella sonrisa fría e implacable «Solo se asustan aquellos que tienen algo que esconder»

Junté mis cejas

«¿Y qué podría estar escondiendo? Como puedes ver, solo estaba corriendo»

Tintas y sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora