CAPITULO 1 «Un intento más»

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Eran las seis de la mañana del lunes. Un haz de luz que se colaba a través de las hendiduras de la persiana iluminó los parpados cerrados de Alejandro. Haciendo un esfuerzo y mientras se cubría de la luz con una mano, abrió lentamente los ojos.

Observó su reloj y notó que faltaban veinte minutos para que el despertador le informe oficialmente que tenía que levantarse. Dudó unos momentos entre quedarse durmiendo o levantarse para ir a trabajar pero algo en esa luz que entraba le dio ánimos para arrancar. Sentía que iba a ser un buen día. Se levantó, hizo la rutina de todas las mañanas, fue al baño y se cepilló los dientes, amarillentos a causa del café. Tras una épica batalla consiguió que su cabello castaño oscuro permaneciera tal como deseaba. Decidió que era un buen momento para afeitarse una larga barba crecida a lo largo de varios meses. Aprovechó el tiempo con el que contaba por haberse levantado antes y desayunó tranquilo, cosa que el apuro no solía permitirle. Tomó sus cosas y salió a la calle.

El sol iluminaba la ladera de los cerros en las afueras de San Carlos de Bariloche. Era un día soleado pero fresco. Su casa estaba próxima a lo que pudiera necesitar y lo suficientemente alejada de los contingentes de turistas y adolescentes en viajes de egresados que saturaban el centro de la ciudad.

Era un lindo día, de esos que animan a sonreír sin que nada en particular haya pasado, un día para estar bien predispuesto a recibirlo. Alejandro dejó que el sol acaricie su rostro, respiró profundamente mientras observaba el paisaje que se extendía frente a sus ojos marrones. Subió al auto, un modelo de varios años que ya no estaba en el mejor estado, y se dirigió hacia el Centro Atómico de Bariloche, donde trabajaba.

Llegó puntualmente, como solía hacerlo. Estaba acostumbrado a respetar las reglas, incluso cuando sospechaba que no eran justas o carecían de sentido. Había sido un niño inquieto y no muy obediente. Pero, durante la adolescencia, se adaptó paulatinamente a las metódicas condiciones impuestas por su padre. Estos años lo marcaron a fuego y lo convirtieron en lo que era hoy. Jorge, su padre, era un hombre tradicional. Toda su vida había transcurrido tal como el libro de texto de la vida social occidental lo dictaba. Había hecho la escuela primaria pero no terminó la secundaria en una época en que la mayoría comenzaba a trabajar en la tierna juventud ya que con aprender un oficio era suficiente para subsistir dignamente. Así lo hizo Jorge.

Trabajó desde los catorce años en una carpintería y aprendió allí todo lo necesario para lo que sería su trabajo el resto de su vida. Conoció a Isabel, la madre de Alejandro, en el baile de un club del barrio, cuando empezaban a extinguirse los últimos destellos de luz del sol en una tarde de febrero. Ella era cuatro años menor que él. Tenía el cabello castaño oscuro y la tez blanca. Hija de uno de los más importantes comerciantes del pueblo, estaba educada en la escuela de la sumisión y el respeto al hombre. Se casaron prácticamente un año después de haberse conocido. Él abrió su propia carpintería y se mudaron juntos a una casa no muy lejos de allí.

Dos años después nació Alejandro, su primer y único hijo. Jorge trabajó toda su vida en ese lugar y hoy todavía lo hacía, aun estando en edad para jubilarse. Hijo de una doctrina que siempre sostuvo la consigna «el trabajo es salud», nunca había considerado otra alternativa que no siguiera la estructura: Casa-Trabajo-Casa.

El trabajo era su vida y no cuestionaba que así debiera ser. Las satisfacciones, la creatividad, el arte y la esfera de lo intelectual quedaban, a su criterio, para los vagos que no querían trabajar. Consideraba que lo importante era trabajar, ganar dinero y mantener a su familia. En este cerrado entorno creció Alejandro y así se fue formando dentro de una estructura de reglas de las que no lograba escapar. Llevaba sobre sus hombros la carga silenciosa y frustrante de su padre. Ser soltero a su edad era un gesto de inmadurez y un fracaso en la vida a los ojos de Jorge, aunque jamás se lo dijera directamente.

El DescubrimientoWhere stories live. Discover now