CAPITULO 17 «¿Estás seguro?»

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Juan se levantó del sofá, cansado de intentar conciliar el sueño durante toda la noche y apenas consiguiéndolo. De pie, junto a una de las ventanas del living de la casa de Celeste,observó el cielo que, durante la última hora, había ido pasando gradualmente de despejado a nublado y oscuro. La temperatura descendió abruptamente desde el día anterior. La gente comenzaba a moverse por la calle y vio circular autos y colectivos. Al parecer, se habían restituido varios servicios durante la noche. Juan tuvo un escalofrío cuando su nariz hizo contacto con el frío vidrio de la ventana y se acercó a la estufa en busca de calor.

Aprovecho que Milton había ido al baño y prendió el televisor. Los canales de noticias ya habían hecho del extraño evento un gigantesco negocio, transmitiendo todo el tiempo videos caseros de lo ocurrido y entrevistando gente quenada podía saber de las causas de lo sucedido pero que, fervorosamente, emitían su opinión a base de teorías y conjeturas sin fundamento que llenaban horas y horas de aire.

Mientras tanto, durante las publicidades, se anunciaban ediciones especiales de revistas y suplementos extraordinarios de diarios respecto al tema. Era todo un gran circo de la ignorancia y la desinformación. Como era habitual, el sufrimiento y la desazón derivados de una catástrofe natural o un accidente grave, eran rápidamente traducidos en puntos de rating por los empresarios televisivos. Lo único realmente válido de las transmisiones eran los momentos en que anunciaban el funcionamiento o no de determinados servicios y el importante papel que cumplían como nexo entre gente que intentaba encontrarse y no lograba comunicarse por otros medios.

Juan se desperezó y miró las noticias mientras Milton salía del baño con las manos congeladas porque olvidaron prender el calefón. Juan estuvo a punto de hacerle un chiste al respecto cuando se abrió la puerta de la habitación y salió Alejandro seguido por Celeste.

—¡Ale, estás bien! —Juan se alegró de verlo consciente y de pie.

—Estábamos preocupados —acotó Milton, acercándose a él—. Es increíble lo que me contaron los chicos, está más allá de lo que jamás me hubiese imaginado. ¿Y qué te pasó? ¿Qué te acordás de antes de regresar acá? ¿Cómo te...

—No hay tiempo para eso —lo interrumpió Alejandro, cortante—. Tenemos que apurarnos.Después les explico, ahora van a tener que confiar en mí, cada instante es vital.Abríguense y síganme.

Alejandro se dirigió, decidido, hacia la puerta de salida pero Milton se interpuso en su camino y lo detuvo.

—¿Estás seguro de que estás bien? —le preguntó mirándolo fijamente a los ojos.

Milton había aprendido, a lo largo de los años de trabajo, a interpretar las expresiones de Alejandro.Y, ésta en particular, lo preocupó porque era distinta a cualquiera que hubiera visto antes.

—Contestame —insistió ante la falta de respuesta de Alejandro—. ¿Estás seguro de que estás bien?

—No —reconoció finalmente—. Pero de lo que sí estoy seguro es que si no nos movemos cuanto antes, ninguno de nosotros va a estar bien —los ojos de Alejandro transmitían sinceridad y una seguridad extraña en él—. Por favor, confíen en mí, después les explico todo, ahora necesito contar con ustedes. ¿Están conmigo?

Miró uno a uno a sus compañeros que se unificaron en un gesto afirmativo, tomaron sus abrigos y se dispusieron a salir. El exterior de la casa mostraba un panorama que invitaba más a volver a acostarse y esperar que todo pase antes que salir a enfrentarlo. Las nubes cubrían el cielo por completo, el frío helaba los huesos y se robaba la sensibilidad de los músculos, anestesiados. Con sólo dos minutos allí afuera era suficiente para producir hipotermia en cualquiera que no estuviese debidamente protegido contra aquellas temperaturas.

El DescubrimientoWhere stories live. Discover now