CAPITULO 7 «Akfundria»

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Se acercaron tímidamente y formaron la ronda. A pesar de la conmoción del momento y la vorágine de las cosas, al tomar la mano de Celeste, Alejandro no pudo dejar de sentir un cosquilleo extendiéndose por su cuerpo que lo distrajo automáticamente de lo que estaba haciendo. Apretó su mano y la miró a los ojos pero sólo una fracción de segundo hasta que Juan le gritó que tenían que cerrarlos para completar el proceso.

Un torbellino de luz los encandiló a pesar de sus parpados cerrados y una intensa vibración los envolvió como si estuvieran atrapados en un tornado. Sintieron como si arrancaran las conciencias de sus cuerpos. Por un instante, Alejandro logró verse a sí mismo desde afuera, tomado de las manos con sus compañeros. Inmediatamente después sintió una fuerza descomunal que giraba en sentido contrario al torbellino original, como si tratara de frenarlo y estabilizarlo. No tenía noción de dónde era arriba o abajo, todo era muy confuso. Le recordó a cuando tuvo un accidente en la ruta y su auto se disparó igual que un trompo, dando vueltas una y otra vez sin llegar, afortunadamente para él, a chocar contra ningún otro vehículo. Esa sensación de desesperación y completa separación de su voluntad respecto de la realidad se asemejaba bastante a lo que experimentaba en este momento.

Finalmente el torbellino se detuvo. Sus ojos permanecieron cerrados, apretó los parpados con fuerza por el temor a lo desconocido. Luego de unos segundos de calma y quietud se atrevió a abrirlos.

Un resplandor rojizo dominaba el ambiente. En un primer momento se sintió encandilado pero fue más a nivel psicológico que físico, dado que lo que se encontraba allí no era más que una representación holográfica de sí mismo. Se hallaban en una zona deshabitada. Frente a ellos, una gran masa de líquido similar al agua pero con el mismo tono rojizo que teñía cada fragmento sobre la superficie, se extendía hasta donde la vista alcanzaba. A lo lejos vieron unas extrañas criaturas cuya forma no se llegaba a distinguir pero que, a esa distancia, parecían presentar la silueta de un búmeran saliendo y entrando del agua velozmente. Detrás de ellos, formaciones rocosas presentaban un profundo hundimiento seguido de una elevación enorme que parecía tomar la forma de una ola gigante a punto de romper encima de ellos. Dentro del valle que precedía a la ola, una densa vegetación combinaba colores turquesa, bordó, y celeste. Sobre el otro costado, a unos doscientos metros, una especie de puente unía la costa donde estaban ellos con la base de la ola de roca, pasando por encima del valle multicolor. El cielo estaba cubierto en su mayor parte por un enorme sol formado por varias esferas agrupadas en un punto. Ocupaba, al menos, un cuarto del cielo visible desde ese lugar.

Alejandro observó, maravillado, sin percatarse que seguía sosteniendo la mano de Celeste. Inconscientemente se sentía cómodo de esa manera y, en las circunstancias que vivían, encontraba una cuota de paz. A ella por su lado no parecía molestarle, o no era consciente tampoco, abrumada por el contexto.

Al darse cuenta, Alejandro la soltó disimuladamente, sintiéndose avergonzado y temiendo que ella lo hubiera tomado a mal. Esta sensación ya repetida en otros momentos, en este caso, duró sólo unos segundos y fue hasta que, luego de ver a Celeste y a Juan, reparó en la extraña criatura que estaba con ellos. Roque había abandonado la forma de aquella antigua mujer y en su lugar mostraba su apariencia original.

Alejandro, tratando de no mostrarse horrorizado, lo observó detenidamente mientras le hacía sutiles gestos a sus compañeros para que lo notaran. Roque tenía tres piernas que se asemejaban a las de un avestruz. Las piernas no eran lineales sino que tomaban la apariencia de un trípode. Sobre éstas se apoyaba lo que podría haber sido equivalente a un torso con gran cantidad de pelo, aunque bastante corto y la particularidad de que en esta parte se encontraban tres ojos distribuidos simétricamente alrededor del mismo. Esto le permitía ver en todas las direcciones al mismo tiempo. Uno de ellos, ligeramente más grande, se encontraba en el frente. Los otros dos se separaban de manera proporcional del primero, manteniendo la misma distancia con este que entre sí. Dos largos brazos se extendían partiendo del torso pero a diferencia de éste, no eran peludos sino que eran delgados y flexibles como las patas de una hormiga. Un poco más arriba se hallaba la cabeza, cuyo tamaño era pequeño en relación al torso. Esta tenía un orificio que Alejandro asumió como la boca y, sobre ésta, una trompa parecida a la de un elefante pero de textura menos rugosa. Era más bien como una manguera que iba de más grueso al comenzar a más fino hacia la punta.

El DescubrimientoWhere stories live. Discover now