CAPITULO 9 «Seprexión»

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Las gruesas paredes de roca formaban un bloque aislante mientras recorrían un túnel con apariencia de caverna. Estaban nerviosos y alterados. A pocos pasos de ingresar el griterío dejó de escucharse y eso no les hacía presuponer nada agradable. Al fondo del túnel observaron una brillante luz que fue ganando en intensidad a medida que se acercaron.

—Tenemos que hacer algo —le susurró Celeste a Alejandro—. No nos podemos quedar así...

Alejandro, con la cabeza todavía gacha, mezclando rabia con miedo, levantó la vista hacia ella y la miró a los ojos.

—Vamos a salir de esta —dijo, convencido—, esto todavía no terminó.

Ella lo miró y le creyó, aunque no supiera todavía qué era lo que iba a pasar, las palabras de Alejandro la tranquilizaron. El final del túnel se acercó y la luz se hizo cada vez más intensa. Levemente apareció en el aire un murmullo que fue creciendo a cada paso que daban y ya a las puertas del final se convirtió en una explosión de gritos ensordecedores que los aturdieron mientas eran llevados hacia un destino incierto. Unos segundos después, cuando sus ojos y oídos se acostumbraron a los niveles de exigencia, vieron que se encontraban efectivamente en alguna clase de estadio, con una multitud ubicada en gradas alrededor de ellos y con una tarima en el centro del campo donde los esperaban cuatro akfundrianos de pie. Dos tenían armas regulares, como los que los escoltaban, y los otros dos tenían armas diferentes, visiblemente más poderosas, con las cuales jugaban tiro al blanco contra unos objetos a lo lejos que explotaban con brutalidad ante el impacto de los disparos. Como una bazuca pero con un resultado diez veces mayor.

Junto a estos cuatro se encontraba un aparato similar a una cama rígida de metal con sujetadores a los lados y un brazo que se extendía hacia arriba en cuyo extremo se ubicaba un cuadrado de vidrio pero de un color que ellos suponían verdoso a pesar del tono rojizo que invadía la escena. Los subieron uno a uno a la tarima, como si fuese un escenario, y los ubicaron uno al lado del otro de cara a la parte principal de las gradas.

Uno de los akfundrianos, que era un poco más grande que el resto, caminó frente a ellos de un lado al otro. Se detuvo frente a un dispositivo instalado en el piso del escenario, justo en el centro. Colocó una de sus extremidades inferiores sobre él y comenzó a hablar:

—¡Akfundrianos! —su voz grave resonó por cada rincón del estadio. El dispositivo en el piso parecía funcionar de amplificador—. Akfundrianos ¿Me escuchan? —un estallido de gritos aun más poderoso, si es que eso era posible, retumbó en los oídos de ellos tres, inmóviles y atados—. Hoy, es un día histórico... ¡Hoy la historia se revierte! —a cada frase que pronunciaba le seguía un griterío horrible de aprobación—. Como ya todos sabemos, ¡He aquí a los asesinos! ¡He aquí a los destructores! —las palabras de este ser no podían ser más preocupantes para los prisioneros que desconocían el motivo de las acusaciones. Intercambiaron miradas y se preguntaron unos a otros si entendían de qué estaba hablando pero sabían que la respuesta era negativa—. Ahora—continuó con su discurso—. ¡Es momento de que paguen! ¡Que paguen por tanto sufrimiento que les han generado a tantos pueblos hermanos! Los sentencio... ¡a la Seprexión!

Los akfundrianos estallaban en gritos enloquecidos. Dos de los que estaban sobre el escenario tomaron un muñeco con forma tentativamente humana hecho de algún material similar a la madera y lo colocaron sobre aquella cama de metal que se encontraba a unos pasos de ellos. Lo sujetaron con firmeza y le colocaron el cuadrado verde encima, a unos dos metros de distancia. El dispositivo comenzó a emitir una luz verdosa sobre el cuerpo del muñeco. Parecía tener el mismo efecto que una lupa proyectando la luz del sol con intensidad sobre algún insecto. El muñeco comenzó a echar humo por unos segundos pero, inmediatamente después, colapsó en un ruido sordo y se desintegró completamente.

El DescubrimientoWhere stories live. Discover now