CAPITULO 15 «El teléfono»

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El profesor Milton estaba golpeado y dolorido, sin embargo, la ansiedad y la curiosidad se fundieron en una imperiosa necesidad de entender qué estaba pasando. Buscó su ropa en el placar y sus zapatos debajo de los escombros del televisor, con mucho cuidado para no cortarse con los restos filosos del tubo. Se cambió y salió de la habitación. El extraño suceso le dio la excusa perfecta para no esperar al doctor Suarez y salir rápidamente de allí.

Los pasillos del Centro Atómico se veían como un campo de batalla luego de finalizar la lucha. La gente corría de un lado a otro, asistiendo a los accidentados. Los cuadros y carteles indicadores se esparcían por el suelo. Vidrios rotos cubrían una gran cantidad de los cerámicos grises que componían el piso de ese sector. Las macetas estaban rotas y las plantas, que antes estaban dentro ellas, desparramadas por todo el lugar. Entre tanto alboroto, nadie notó que Milton había salido y que caminaba con dificultad en dirección al laboratorio. A decir verdad, la mayoría caminaba con cierta dificultad en ese momento.

—Esto no puede ser casual —se repetía a si mismo mientras recorría el trayecto hasta el laboratorio—. Primero el estallido, después ese electrón y ahora esto... no, no puede ser casual.

Milton tenía urgencia por encontrar a Alejandro, Juan y Celeste. Ya no podía mantenerse al margen de lo que estaba pasando. Algo que se generó en el laboratorio detonó esos extraños sucesos. Iba concentrado en llegar cuando, de pronto, al pasar por la puerta del salón comedor, algo le llamó la atención y se detuvo inmediatamente.

El televisor del comedor se mantenía atornillado a una base y la misma estaba amurada a la pared lateral, permitiendo que sobreviviera a los eventos recientes. Una pequeña multitud de gente ya recuperada, al menos temporalmente, observaba la pantalla como si estuvieran hipnotizados.

Se acercó lentamente hasta una posición donde pudiera ver lo que pasaba. La imagen del televisor mostró a un conocido presentador televisivo que usualmente conducía el noticiero matutino. Se lo veía desalineado y desprolijo, parado en medio de una improvisada escenografía, con un micrófono en la mano. El fondo, detrás de él, parecía una gran sábana negra colgada de una soga, como si la acabaran de tender para que se seque. La calidad de la imagen no era la mejor, de una definición bastante inferior a la que generalmente se veía en un canal de esa importancia. La gente escuchaba atentamente las palabras del agitado hombre que, haciendo su mejor esfuerzo por hilar frases coherentes dentro de ese caos, decía:

...Repetimos, estamos transmitiendo en vivo a través del canal de emergencia. Todavía no hay información concreta de qué es lo que causó el desastre que acabamos de padecer, sin embargo nos sigue llegando información de diferentes medios colegas en otras partes del mundo y, al parecer, esto fue a escala global, repito, no fue un incidente local, todos los países con los que logramos contactarnos sufrieron eventos de similares características. Se reportan miles de muertos y heridos, los automóviles han sido destrozados, trenes descarrilados, barcos han naufragado y aviones han caído a la superficie... las pérdidas son inconmensurables...

A Milton le dio un repentino vuelco el corazón, con todo el impacto de lo que había pasado y la confusión que generó en todos, olvidó por un momento que su mujer debía de estar en camino cuando todo pasó. Se estremeció y sintió un profundo vacío en la boca del estómago. Se quedó congelado un instante hasta que su cabeza hizo un clic. «Tengo que encontrar la forma de ubicarla» Pensó.

Inmediatamente tomó el teléfono celular que llevaba en un estuche enlazado en su cinturón y salió del comedor. Quiso llamar pero el bullicio generado por el desconcierto general y la gente circulando incesantemente por los pasillos hicieron que rápidamente cambiara su rumbo y atravesara la puerta de una de las salidas de emergencia que daban al exterior.

El DescubrimientoWhere stories live. Discover now