Capítulo 1: Superación.

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3 años después...

Daniela POV.

Después de una ducha caliente y una sesión de peinado y maquillaje, bajo las escaleras arreglando mi cabello con las yemas de mis dedos. Martín me espera abajo en la compañía de Nico y Alejo, quienes lo miran con cara de pocos amigos, aunque bien, no es para menos, ellos de verdad no tienen muchos amigos que digamos.

— ¿Pero qué... — Reprocha mi hermano viéndome con los ojos abiertos como plato.

— Diablos estás usando Daniela? — Finaliza Nico la frase, poniendo una mano en su cintura.

— Ropa, ¿acaso están ciegos? — Agito una de mis manos frente a ellos.

— ¿Dónde está el otro trozo de ese vestido? — Suelto una carcajada escandalosa en respuesta a mi padre.

Cubro mi rostro con mis manos, evadiendo el incómodo momento. Desde que he comenzado a intentar salir con Martín, ninguno de los hombres en mi vida, ósea Nico, Alejo, mi padre y el pequeño Matías, han dejado de dejarme en vergüenza, nadie confía en él, y eso es patético, como ellos y sus celos. Martín es un buen chico y me ha ayudado mucho en estos tres años, en todo, si les soy más exacta.

Además es un buen tipo, digo, no me casaría con él, pero le he tomado un cariño distinto al de los amigos, para no decir que me gusta de alguna manera. Él no tiene que saberlo, no hasta que se me declare primero; no voy a ser la idiota que termina sola por aflorar sus sentimientos antes de tiempo.

— ¿Nos vamos? — Pregunto enarcando una ceja en su dirección.

— No, de hecho estaba pensando en quedarme aquí toda la tarde, ya sabes. — Iróniza haciéndome reír.

— Que te den. Estás jugando con mis sentimientos. — Bufo haciendo un mohín.

— Eso no lo haría nunca, no siendo tan adorable. — Su perfecta sonrisa ahora está más cerca.

— Ay, que dolor. Mi brazo, me muero, ayuda. — Dice Nico pasando uno de sus brazos entre nosotros.

Le lanzo una mirada cargada de furia y evito golpear su cara bonita. Siempre arruinan todo, y de verdad espero que no lo hagan esta noche, porque de verdad los voy a matar, a uno por uno con mis propias manos. Confío en que no irán a espiarme como la primera cita que tuve con Martín. Ellos terminaron pagando. 

Sonrío falsamente y voy hasta la puerta con el rubio tras de mí, que además de estar nervioso, puedo oler el aroma a miedo que sale de sus poros, porque seguramente el nunca había tenido el gran gusto — y notece el sarcasmo en mis palabras — de tratar con la familia Valladares, y Nico. Antes de salir por completo, agito de nuevo mis manos en signo de despedida y me dispongo a irme, pero oigo a Alejo murmurar;

— Ojalá él también se gane una beca para el equipo de fútbol en Nueva York, y nos devuelvan a Mario. — Su voz suena rasposa, casi no puedo asimilar lo que dijo.

Hacia tanto nadie le mencionaba. Habíamos hablado sobre el pequeño acuerdo, y desde ese momento Mario quedó enterrado en nuestras vidas, porque, probablemente, jamás volvería de Nueva York. Era un gran jugador, y después de terminar la escuela, seguro los reclutadores iban a llamarle a hacer contratos. Nunca me tomé el tiempo de analizar cuanto dolía escuchar su nombre de nuevo, y ahora que lo sé, me preocupa, y espero de verdad que no vuelva pronto, no hasta que ya lo haya superado, de alguna forma.

Sacudo mi cabeza alejando el patético pensamiento, y dedicandole una mirada cargada de recelo a Alejo, salgo por la puerta con mi rubio amigo a un lado, sonriendo ante mi repentino comportamiento.

— ¿Qué es tan gracioso? — Le miro mal.

— Tú, actuando a la defensiva cuando alguien menciona a Mario. — Su sonrisa se eleva causándome ganas de golpearlo.

— Yo no actúo a la defensiva. Ya lo superé, ¿a caso no lo van a dejar pasar nunca? — Escandalizo levantando los brazos al aire.

— Escucha Dani, sé que el primer paso para superar a alguien es la aceptación. Finge que los has olvidado y te hará más fácil el trabajo. — Le oigo suspirar. — Estoy esperando el golpe...

— No voy a golpearte, idiota. Sólo, necesito aclarar mis ideas. No lo extraño, claro que no, pero, tampoco es como si lo odiase. — Mentí. Claro que lo extraño.

— Lidiar contigo es como hacerlo con una niña pequeña. — Esa estúpida sonrisa otra vez. — Debes saber que después de dos años, no puedes ocultarme nada.

— No quiero hacer un drama ahora, ¿sí?, hay que irnos, o llegaremos tarde y entonces si te golpearé. — Hago un esfuerzo gigante por sacar mi mejor sonrisa, que más bien luce como una mueca.

Él asiente, me limito a caminar por delante suyo hasta llegar al auto y entrar, hundiéndome en mis propios pensamientos, mientras una canción desconocida suena en la radio. Puede que esté exagerando demasiado las cosas, pero como no hacerlo teniendo a todos tocándome las narices con lo mismo todos los días.

¡ASÍ NO VOY A SUPERARLO!

En realidad, espero que el día en que Mario cruce por la misma puerta por la que salió, tenga las fuerzas para mandarle a la mierda, o por lo menos cerca. No creo que eso suceda, pero existen posibilidades que nadie puede ignorar. No quisiera haber pensado en tal cosa, y sinceramente querría poder recordarlo sin que me doliera el pecho con tanta fuerza, porque aún era difícil, joder, claro que lo era.

— ¿Qué se supone que haré si algún día vuelve? — Las palabras salen de mi boca antes de poder frenarlas.

— Quererle, como siempre lo has querido. No hay otra opción, a menos que quieras odiarlo y ser infeliz el resto de tu vida.

Díganme loca, pero las palabras de Martin, me han parecido cargadas de dolor o melancolía. Hay algo de lo que no me estoy dando cuenta, y eso, más el tema "posible regreso de un perfecto imbécil", me tienen la cabeza disparada por todos lados. ¿Cómo diablos llegamos a este maldito punto?, carajo. No.

Quiero casarme contigo, imbécil. « Mario Bautista. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora