Capítulo 30: Avanzar.

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Una vez más, se siente como si todo estuviera lejano, casi como si no existieras. Otra vez el dolor punzante en mi abdomen está carcomiendome las entrañas; de lo único que soy vagamente consciente de que hay una poderosa luz dándome directo en la cara, lo que es bastante molesto.

Puedo oír murmullos y palabras muy vagas. Después de haberme desmayado a causa de toda la sangre que seguro perdí, no me siento liviano ni frío, por lo que puedo deducir que estoy vivo todavía. Lo compruebo abriendo los ojos con cuidado, aún siento dolor en el abdomen y en todo el cuerpo, pero se siente bien saber que tengo una oportunidad más.

Parpadeo un poco para acostumbrarme a la luz, y puedo ver a Daniela y Nico conversando sin percatarse de que ya he despertado. Daniela está en serio destruida, tiene ojeras hasta la barbilla y un color seis tonos abajo del de su piel natural. Me aclaro la garganta para llamar su atención, y cuando lo hago, los dos corren hacia mí con gran fervor limpiando cualquier rastro de dolor y cansancio en sus cuerpos.

— Maldita sea que estás bien, que bueno que ya despertaste. — Dice Nico sonriendo de forma excesiva.

— Pensé que no ibas a despertar jamás... — Ahora es Daniela la que habla. Sus ojos ya no se ven tan apagados.

— Pues, siento haber arruinado sus ilusiones, no se van a deshacer tan fácil de mí.— Bromeé, logrando mi objetivo de hacerlo reír y aminorar la tensión del ambiente. 

— Imbécil...— Murmura Daniela besándome lentamente.

— Tu imbécil, solamente.— Sonrio a mitad del beso y la abrazo ligeramente con la poca fuerza que he recuperado al dormir por tanto tiempo.

— Siento arruinar el momento emotivo, pero la policía está esperando.— Dice Nico tomando mi atención entera. 

— ¿La policía?, ¿por qué? — Respondo frunciendo el ceño. 

— Fue un maldito tiroteo, Mario. Era muy obvio que las autoridades vendrían a interrogar a los presentes, ya le hicieron las preguntas pertinentes a tu padre y a nosotros.— Se encoge de hombros. 

— Aguarda, aguarda, ¿mi padre está bien?, maldita sea no pudieron decirme eso antes de que l...— Trato de hablar, pero Daniela no me deja terminar. 

— Cierra la boca y atiende a los guardias.

Me cruzo de brazos molesto y asiento para que la policía entre y pueda responder lo que sea que quieran saber.  

(...) 

Me remuevo incómodo entre las sabanas, arrastrando conmigo a Daniela ya que está encima de mí haciendo algo raro con mis cejas. Después de que los agentes se fueran sabiendo toda la verdad, el doctor le dio un último chequeo a mi abdomen, en donde la bala fue incrustada. Por suerte para todos, sólo fue un roce ligero, en algunas horas más podré salir de aquí. 

Mientras mi novia sigue haciendo todo tipo de cosas con mi cara, la puerta se abre y en mi campo de visión aparece mi padre, con la expresión más destruida que yo jamás he visto en mis malditos veintiún años de vida. No lo vi desde que me sacaron a rastras de esa pútrida bodega, y lo último que recuerdo es el sonido del disparo, nada más. 

Me levanto de la cama, Daniela se ha apartado, lo que significa que sabe lo tenso que está el ambiente. No estoy muy seguro de acercarme, quizá él no quiera que lo haga, o igual si. Mierda. 

Poco a poco nos encontramos más cerca del otro, y mis nervios se hacen muy evidentes. Me ha lastimado tanto los último años, que me molesta no poder estrellar mi puño contra su jodido rostro hasta verlo retorcerse del dolor. El hecho de no poder hacerlo sufrir que mantiene encerrado en un conflicto mental que me demole por completo. 

Quiero casarme contigo, imbécil. « Mario Bautista. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora