CAPÍTULO 9: Rosas y narcisos

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Un par de días después de aquella noche, tal como lo prometió, Terry pasó por Candy para llevarla a Graham Manor

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Un par de días después de aquella noche, tal como lo prometió, Terry pasó por Candy para llevarla a Graham Manor. De la aventura de aquel día afortunadamente casi nadie se había enterado y, quienes lo hicieron, guardaron un prudente silencio alrededor de los eventos de aquella noche vertiginosa.

Sin embargo, aunque el asunto se trató con discreción, en modo alguno fue olvidado. Los días que Terry no vio a su novia los dedicó a arreglar todos los posibles desaguisados que habían surgido en aquel día: el duque compensó a su chófer con un bono y un buen vino por su magnífico trabajo, encargó nuevos atuendos para suplir aquellos destrozados que había recibido prestados de Fairchild, estuvo informado sobre las lesiones del infame Sr. Crabb aunque estaba perfectamente decidido a denunciarlo – más allá de la corrupción, se trataba de un asunto de secuestro lo que hizo con Patty - y, sobre todo, ahora más que nunca acudió a un par de reuniones en el Parlamento, abogando enérgicamente para acelerar aquel asunto concerniente al mejoramiento de las Casas de Trabajo.

También, entre otras muchas cosas, se ocupó de su propia salud yendo a suturar su herida casi en cuanto dejó a Candy en Stonehurst Hall; después se encargó de solicitar los permisos correspondientes para su futura boda y de gestionar las autorizaciones necesarias para que su prometida fuera capaz de usar la cuenta de banco que le había asignado, tratando de que apenas se requiriera su propia intervención para que ella la usara, cosa que fue de las más difíciles de lograr dada la engorrosa situación patrimonial que padecían las mujeres en el Reino Unido. Era realmente increíble lo que había que hacer para que una mujer soltera dispusiera de fortuna propia.

Después de hacer todo aquello Terry por fin cayó en cama exhausto, y durmió más de 12 horas seguidas, empapando las sábanas y su almohada con una transpiración ligeramente febril que, junto con el medicamento, aparentemente sirvieron para que su cuerpo se defendiera de cualquier infección posterior. La herida lo había dejado agotado, pero antes tuvo que ocuparse de cosas ineludibles e impostergables, entre algunas de las cuales había comprometido su palabra y su honor.

 La herida lo había dejado agotado, pero antes tuvo que ocuparse de cosas ineludibles e impostergables, entre algunas de las cuales había comprometido su palabra y su honor

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