Poema 206

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La soga que mi mano ase,
el árbol que ante mí yace,
la desdicha que en mí hace,
en un viaje me embarcarán.

El ave que sobre mí vuela,
el coyote que por mis restos vela,
el Dios cuya sangre se hela,
mi muerte atestiguarán.

Me despido de una dama,
me dirijo a de otra la cama;
con fuerza la muerte me llama,
en vida nunca me recordarán.

La mano de una musa que me guía,
la extinción de la luz del día,
la oscuridad que me consumiría,
¿a dónde me llevarán?

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