Discurso de un difunto

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Desde una sombra en una esquina emerge una figura sombría y desgarbada, sus cuencas están completamente vacías y un vaho negro y espeso se desprende de su ser. Las cadenas que lo amarran le impiden el movimiento, por lo cual se retuerce entre el tintineo de las mismas y desagradables gemidos de dolor, manchando todo a su paso de una substancia negra y fétida. Se levanta entre perturbadores sonidos y movimientos, permaneciendo inmóvil unos segundos para soltar un alarido escalofriante...

¡Ay de mí!
¡Ay de todos los hombres que viven hoy!
¡Pues por su miedo y su pereza me seguirán donde voy!
¡Y por su falta de ambición condenados estarán a ser lo que soy!
¡Ay de mí!
¡Ay de vosotros!

¿Quién soy, he escuchado decir?
Solamente soy un espectro que vaga por allí.
Un antiguo habitante de estos lares,
quien, por sueños incumplidos, arrastra sus pesares
en forma de cadenas cargadas de tormento,
al compás de mis lágrimas y mi triste lamento.

¡Ay de mí!

¡Mirad!
Mirad bien cuán largas son,
cada eslabón es una meta por cumplir
que por miedo o pereza no logré antes de morir.
Y ahora estoy aquí,
cargado eternamente de este horrible sufrimiento
al mirar vidas pasadas de mi suerte
sin haber aprovechado cada preciosísimo momento.

¡Ay de mí!

¿Quién fui en vida, osáis preguntar?
Fui un hombre tal cual vosotros quienes me miráis,
con un alma atiborrada de metas y esperanzas,
¡de sueños gloriosos y fantasías elevadas!
Quien se subyugó a los látigos de la incertidumbre,
postrándose en una silla, llenándose de herrumbre,
hasta que mis pies se hundieron en la pesadumbre.
Y caí en una profunda oscuridad,
¡la faceta actual de la humanidad!
Un agujero sin fin, un frío abismo.
Un infierno incoloro llamado conformismo.

Anduve por el mundo tan sólo soñando
y mantenía mi semblante por siempre cabizbajo,
pues el miedo a atreverme corroía mis entrañas.
¡Tan sólo me dediqué a estúpidas patrañas!
Mientras pasaba sin aviso un tiempo inerte
y corría sin anhelos a los brazos de la muerte,
postrado en una vil silla que entronizaba mi suerte,
sin ansias de levantarme, lleno de pereza,
¡Y es aquí cuando advierto la aspereza
de vivir voluntariamente en esa ruin vileza!
Miradme bien, cobardes, y contemplad esta tristeza
a la cual estaréis destinados si no corréis,
si no obráis lo que vuestra mente confecciona,
si no seguís la senda de vuestros sueños
y tan sólo os remitís a vivir en el ensueño.

¡Ay de mí!
¡Ay de vosotros!

Escuchad bien, hijos del conformismo,
atended con cuidado a este lúgubre llanto:
levantaos de esa silla, ¡o lo lamentaréis tanto!
Y desearéis, al morir, volver al pasado,
¡pero ya será tarde porque estaréis muertos!
Y no podréis hacer más que cargar vuestro infierno
en formas de cadenas cargadas de recuerdos
sobre un algo que tuvieron en la palma de vuestras manos,
mas preferisteis no tomarlo porque estabais asustados.

¡Ay de vosotros!

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