3

584 53 24
                                        

La monja caminaba frente al joven que la seguía cual perro sigue a su dueño. Ambos tomaron el rumbo en dirección a la gran mesa que se coloco al lado del árbol de navidad. 

—Niños... Les presento al joven Grandchester— dijo la monja y los pequeños sonrieron. Debido a que ellos eran nuevos en el hogar y no conocían al chico. 

Albert se levantó de la silla y se dirigió a saludarlo de mano. Un joven castaño se levantó tras él y lo siguió seguido de Candy.

—Terry, me sorprende tu presencia aquí.— saludó Albert dirigiendole una mirada extraña— Te presento a Tom Stevens, el esposo de Candy.

La apariencia de Terry era terrible, no se había preocupado siquiera en ocultar o limpiar sus lágrimas. Por lo que se veía muy distinto al Terry fuerte que los Cornwall, e incluso el mismo Albert había conocido. Y al escuchar de la boca de su gran amigo, la palabra 'esposo' se le termino de romper su corazón. 

—Se me había olvidado que eras William Andley— dijo el chico de una manera muy débil y decaída, su vista se posó en aquel joven de aspecto amable, que llevaba el cabello corto hasta la altura de la oreja y de color arena— Me da mucho gus-gusto conocerte... Mi nombre es Terrence Grandchester— le dijo de la mejor manera posible. Comportándose como un caballero y conservando su poca dignidad que le quedaba. 

 —El honor es mío, conocer a tan distinguido Duque inglés, y excelente actor...— respondió él. 

Annie se dio cuenta de que Candy se había puesto pálida, la visita de Terry no fue muy favorable en aquel momento. Sabía que ella aún lo seguía amando, y jamás lo dejaría de amar. Decidió que sería mejor llevársela de aquel lugar a uno más privado. 

 —Mi esposa, creo que usted ya la conoce...— Tom comenzó a buscar a Candy con la mirada pero ella había desaparecido— Es una mujer hermosa, muy amable, la mujer más buena que pueda existir, fue un regalo de Dios... No sabe cuanto agradezco por tan bello obsequió...

Archie carraspeó y ese acto hizo que Tom pausará su relato. 

—Tom, creo que ya todos sabemos que somos las personas más afortunadas al tener a las personas que amamos a nuestro lado. Terry, ¿gustas una copa?— el castaño se negó rotundamente. Prefirió sentarse en una silla, inhaló profundo y tomó fuerzas para no seguir llorando en una noche tan especial.

Los niños eran ajenos a todo lo que pasaba en esa habitación con respecto a los problemas amorosos de dos personas ahí presentes. Terry miraba el fuego danzar, pensaba en que sería su vida sin ella a su lado. No sabía que hacer, quería correr, gritar, morir... 

Sabía que su vida ya no tenía sentido alguno, y aún así el joven vio un ejemplo a seguir. Ese motivo era su pecosa, ella era lo suficientemente fuerte como para soportar tanto dolor en su corazón. Dolor que logró vencer para así darse una oportunidad al lado de un joven muy bueno. Terry tenía que encontrar un motivo de vida. 

—La cena está lista— dijo la Srita. Pony en el marco de la puerta, dejando pasar a tres jóvenes con platillos.

— Sírvase joven Grandchester— le pidió la hermana María al chico. 

  —Gracias, pero preferiría estar solo. Lo lamento, de verdad quiero estar solo— rogó el joven con una débil sonrisa  en los labios. 

—Sígame— pidió la mujer.

El castaño siguió a la mujer hasta una habitación donde había una chimenea prendida,  y una cama con una mesa de noche al lado. También había varias hojas de papel. 

—Esta es su habitación, siéntase cómodo, si necesita algo estamos en la mesa— dijo dejándolo solo. 

Terry no soportó más y se soltó a llorar como no pudo hacerlo en frente de todas las personas. Lloró y lloró, sin poder reprimir sus lágrimas. Sin importarle que los demás escucharan sus gritos, sollozos, maldiciones. Sin importarle nada. 

Parecía que las lágrimas no cesaban, como un pozo sin final, como un infinito. Un infinito, eso sentía, un dolor infinito. Quería desaparecer, dejar de existir, pero también sabía que no se podía dar por vencido tan pronto, no podía. Por Candy, Susana, su madre, por muchas personas que lo han apoyado a lo largo de su vida. Tenía que salir adelante, aunque él estuviera siempre solo. 

—¿Por qué? ¿Por qué?— sollozaba débilmente mientras golpeaba la pared con sus nudillos.

Se le vinieron a la mente todos esos momentos vividos al lado de Candy, aquellos apreciados momentos que compartieron juntos. En aquella época eran solo unos adolescentes, y aun así el amor que entre ellos nació, jamás podrá extinguirse.

Posó la vista en la ventana, la tormenta había disminuido su intensidad. Dentro de poco él se iría de aquel lugar, donde todavía puede disfrutar de su presencia aunque le duela la realidad en la que vive.

Sus manos temblorosas aprisionaron un instrumento de color plata, su boca se abría instintivamente. Eran alrededor de las doce de la noche, lo sabía por la canción que se efectuó en la gran mesa por motivo del nacimiento del niño Jesús.

Comenzó a tocar de una manera tranquila, sin ánimo, solo queriendo expulsar todo el dolor que su corazón guardaba al enterarse de que su amada ahora era la esposa y mujer de otro.

Tristes tonadas salieron de la pequeña habitación para posarse en los oídos de muchas personas que disfrutaban de la alegría de los niños en el hogar de Pony. No eran sino las notas musicales que la armónica de Terry tocaba en su habitación.

Una rubia de preciosos ojos esmeralda, sintió un mal presentimiento en cuanto escucho esa melodía. No soporto más y comenzó a llorar ocultando sus lágrimas de todos los ahí presentes, claro está menos de su gran hermano Albert.

El rubio sabía cual era la razón por la que su pequeña lloraba, ella no ama a Tom, pero esta casada con él. Terry esta libre y no pueden ser felices juntos, lo mejor era que ella llorará para que pudiera sacar todo el dolor e impotencia que ahora siente.

—Candy ¿no quieres decir unas palabras?— pregunto Freddy a la joven que mantenía la cabeza gacha.

A ella se le había olvidado completamente darle la noticia a Tom de que iban a ser padres.

—Oh, claro. Bueno pues, hoy en esta noche buena yo... Quiero decirles a todos que muy pronto llegara a ustedes y a nosotros un ser muy especial y querido... Tom, cuando nos casamos me dijiste que querías formar una familia a mi lado, bueno pues... Ve preparando la habitación porque dentro de siete meses alguien... Estará ocupando ese espacio en nuestra casa y nuestros corazones— dijo Candy extendiendole un sobre.

Todos gritaron al escuchar la noticia que les había dado la hermosa Candy. Ella sonrió más por la felicidad de que sería madre muy pronto, pero como siempre una nube de tristeza y dolor embargaba sus preciosos ojos.

Su sueño siempre fue tener una familia al lado de Terry, pero el no ocupo aquel lugar que Tom sí.

Tras tocar toda la noche, el castaño se quedó profundamente dormido. Soñando todos los momentos que pasaron él y su pecosa.

Dormía plácidamente en aquella casa hogar donde una vez también durmió su amada, justamente en una noche buena. Sin saber las jugadas que el destino era capaz de jugarle, y que por supuesto le tenía preparada.

Mañana es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora