Un joven de cabello color arena y una chica rubia, estaban sentados frente a frente esperando que los niños del hogar de Pony se despertaran, para poder desayunar todos juntos. Ella leía un libro mientras que él la miraba asombrado de la inmensa belleza que su esposa poseía.
Ella fingía seguir con su mente las letras que sus ojos si seguían, en cambio la joven pensaba acerca de todo lo que paso el día anterior. Por supuesto también se apoderaron de ella los pensamientos de muchos años atrás, cuando ella estaba parada mirando a través de la densa neblina, y se dibujaba en sus ojos una silueta varonil que pertenecía a Terrence Grandchester.
—Te amo— le dijo Tom de sorpresa a Candy que alzó la vista. Pensaba en lo que ella daría para que pudiera decir lo mismo de los sentimientos por él.
Solamente lo logró querer de una manera especial, pero nunca lo logrará amar. Se limitó a sonreír.En otra habitación un joven despertó por fin después de llorar toda la noche entera. Sabía que tenía que irse de aquel lugar. Así tenía que ser aunque le doliera.
Sí le dolía en el alma tener que dejar a su amada en brazos de otro, que seguramente la haría muy feliz. Por lo que él también tenía que serlo, por ella y por muchas personas más. Tenía que seguir su ejemplo, y ya no llorar más.
Tomó sus cosas, y tras cerrar la puerta se apresuró a salir por la puerta de aquel cálido lugar donde por años creció su adorada Candy.
Ella mientras tanto, se levantó de su asiento y se dirigió a admirar la nieve sobre el padre árbol. Entre tanto, vio como el hombre de sus sueños avanzaba con paso decidido a su coche. Sabía que no podía dejarlo ir así como en ocasiones pasadas. Esta vez tenía que decirle adiós. Por lo menos.
Sin avisar a su marido, salió de la habitación decidida a ir tras Terry. Cuando llegó al pasillo notó como dos hombres, uno rubio y otro castaño platicaban así que siguiendo sus travesuras de niña, se escondió detrás de la puerta.
—Espero que te vaya muy bien.— dijo Albert— Verás que todo esto pasará, te deseo lo mejor en la vida Terry.
—Gracias Albert, por todo. Sí he pensado y quiero seguir mi vida en el teatro, que es donde me siento bien. Cuídala...— respondió y le dio un fuerte abrazo.
Candy lloraba porque sabía era una de las últimas veces que tendría la oportunidad de verlo, de ver a su rebelde del colegio. Tenía que armarse de valor para poder decirle adiós, porque no era sencillo volver a mirarlo sin sentir que su corazón se le rompía en mil pedazos, ya que fue ella quién lo hizo sufrir de una manera imperdonable.
Limpiándose las lágrimas abrió la puerta y paso de largo al lado de Albert. Terry ya estaba a punto de subirse a su coche pero ella lo detuvo con un pequeño gritó.
—Terry...
—Candy...— cerró la puerta y fue hasta donde la joven— Tranquila pequeña, no llores, sonríe— le dijo él limpiándole las lágrimas.
—Yo...
—Shh...— le toco la mejilla— Basta Candy, no quiero que llores— diciendo esto a él se le volvieron los ojos cristalinos— Linda, limpia tus lágrimas, no permitas que tu felicidad se vuelva tristeza. Vive, se feliz, ama la vida y a tu familia, se la madre más amorosa y la esposa perfecta. Convierte tus sueños realidad al lado de tus amigos, de tu esposo y tu hijo... hazlo por él— dijo y tocó el vientre de Candy.— Quiérelo, no dejes que la sonrisa de ustedes dos desaparezca, pase lo que pase. Pase lo que pase, pecosa, ríe y jamás llores. Gracias por permitirme una vez más el admirar tus bellos ojos, y regalarme una sonrisa que perduré para siempre en mi corazón como mi amor hacia ti.
Ella sonrió ante tan bellas palabras, no dudó ni un segundo y lo abrazó. Aspiró su olor, limpió sus lágrimas en el abrigo de él. Sollozo en su pecho, enredó sus brazos en la espalda del joven y lentamente se separo de él con lágrimas aún en sus bellos ojos esmeralda.
—Prométeme que serás muy feliz— ella lo miró y asintió.
—Tu igual— a él le dio un vuelco el corazón. Fueron las últimas palabras que se dijeron cuando se separaron aquel día de invierno en el hospital.
Terry besó con mucho dolor la mano de ella, para después besar su mejilla mojada por las lágrimas. Después ambos se quedaron un momento viéndose detenidamente. Los dos jóvenes querían que esa imagen del otro, se quedará para siempre en su mente. Como único recuerdo que tendrían el uno del otro de aquella última separación.
—Adiós...— dijo él sintiendo que una fuerza sobre humana le aprisionaba el corazón.
—Esto es solo un hasta luego...— replicó la joven pero él negó con la cabeza. En ese momento la rubia sintió algo muy extraño en su pecho, como un mal presentimiento.
—Te amo— susurró Terry soltando la delicada mano de esa hermosa joven.
—Yo igual— alcanzó a decir con una débil voz la rubia que se tocaba el pecho con ambas manos.
Él se subió al coche, miró una última vez a su amada. La imaginó cuando se le notará más el embarazo. Sonrió.
Inhaló profundo y después puso en marcha su automóvil para regresar por donde vino, como perro con la cola entre las patas. Ya iba de regreso a Nueva York.
Tras viajar dos días de Chicago a Nueva York, cansado llegó donde residía su madre la famosa actriz Eleanor Baker.
Susana se encontraba de visita con la actriz, planeando los vestidos que usarían el día de la recepción después del estreno de la aclamada obra "La Bella y la Bestia" donde Susana actuaría como la protagonista, "Bella" y Terry sería "Bestia".
Cuando ellas se encontraban tomando el té, un joven apareció por la puerta y las saludo cortésmente con una sonrisa de oreja a oreja. Ambas mujeres sabían que una pena muy profunda albergaba al muchacho el cuál no quería contar absolutamente nada. Pero tuvo que hacerlo por petición de las dos damas.
—Ella... Es feliz, y yo también lo soy con ella... Ahora se ha casado y va a ser madre, me alegro que haya decidido darse una segunda oportunidad... Me alegró muchísimo por ella...— el muchacho sin evitarlo más lloró como un niño pequeño en los brazos de su madre.
Susana y Eleanor se quedaron consolando al joven hasta muy tarde. Incluso la actriz más joven se quedó a dormir en la residencia de Eleanor.
****
Días después
—¿Qué puedo hacer por mi vida?— le preguntó Terry a Susana.
—No lo sé, por el momento es mejor que pienses en el estreno de la obra— trató de distraerlo un poco— ¿No crees?
—Tienes razón— respondió él mirándola de una manera como nunca antes la había visto. Cosa que le pareció muy extraña a la joven.
—¿Te pasa algo?— preguntó la joven.
—Debí de haber hecho esto desde hace mucho tiempo— dijo llevando una mano a su abrigo. Apretó fuerte la caja que sostenía en sus manos, con dolo porque aquella preciosa joya jamás podría estar en la mano de su verdadera dueña— ¿Quieres casarte conmigo?
Susana lo miró atónita, lo amaba con verdadera locura, pero él a ella no la amaba. Le dirigió una mirada dura pero sincera.
—No— respondió severa— Jamás, aunque te amé ya no pienso cometer los mismos errores del pasado. Perdóname pero tu no me amas, y sigues amándola. Quizá algún día, encontraras a una joven que ames alocadamente, será una oportunidad más para tu vida. Guarda este anillo Terry.— dijo y le sonrió.
—Gracias Susana, de verdad muchas gracias— cerró la caja del anillo y lo metió una vez más en el bolso de su abrigo.
—Recuerda... Tienes que estar listo para el estreno de la obra...— dijo sonriente la actriz— Lo harás maravilloso.
—Verás que sí, gracias, descansa— repuso y subió a su habitación para dormir un rato. Soñando otra vez con Tarzán Pecosa.
ESTÁS LEYENDO
Mañana es para siempre
FanfictionHistoria corta de Candy y Terry. Esta es una idea que nació al pensar en las tragedias posiblemente ocurridas al pasar años después de la dolorosa separación entre los protagonistas. El destino cruel que siempre se empeño en separar a dos almas qu...