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El barco seguía un curso normal sin alteración alguna en su aceleración, desde que aquel transporte zarpó del puerto en Nueva York. Una joven sentía como sus cabellos rubios eran agitados con la brisa marina y el olor a agua salada inundaba sus sentidos filtrandose por cada poro de su piel, ocasionando que el estrés de las últimas semanas desapareciera.

Ya habían pasado seis semanas desde aquel maldito dieciséis de marzo; el día que marcó la muerte de su recién adquirido compañero. Sí, un mes y medio desde aquella tragedia de tantas, en la corta vida de Lilly Steel. La primera, separarse tras pocos días de nacida de su hermana gemela, y la segunda encontrarse con un hombre que terminó por destruir la poca felicidad recién dada por el excelente hombre al que le juro amor eterno ante Dios.

Sus mejillas rosadas eran golpeadas levemente por aquella brisa, mientras sus manos se posaban delicadamente sobre su vientre aún plano. Donde descansaba el fruto de un amor que había durado tan poco tiempo; el hijo de Terry.

Hacia pocos días había descubierto al lado de su incondicional amiga, Susana Marlown, que estaba embarazada. Fue en un día soleado, cuando los pájaros cantaban y la pena seguía aun latente en el corazón de la familia; ella se puso muy mal, y tuvieron que ingresarla al hospital. Donde le informaron que estaba esperando un hijo. Cosa que alegro mucho a todo aquel que se haya enterado de la noticia; ya que era el primer hijo de Terrence Grandchester, y naturalmente el heredero al ducado.

Por lo que, cuando Richard se entero, decidió ir de inmediato a Inglaterra. Lugar donde el congreso decidiría el futuro de aquella dama que tan joven enviudó, y sus dos hijos.

Ella tenía la certeza que su futuro sería de allí en adelante bueno, aun con todos y cada uno de los obstáculos que se le fuesen presentados a lo largo de su vida. Porque ella había adquirido cierta superioridad que anteriormente no gozaba, y la cual con mucha suerte, jamás sería revocada.

—Mi Lady, Sir. Richard solicita su presencia— informo una mujer a la bella dama.

—Gracias Stephanie, iré de inmediato— replicó la muchacha mirando por última vez, como las olas golpeaban salvajemente el barco. Y a lo lejos, apenas se divisaba tierra firme.

Lilly camino hasta llegar a la puerta que daba directo al interior del camarote. Así que estando frente a ésta, comenzó a tocar y casi inmediatamente una voz respondió con toda su autoridad.

—¿Me llamaba, Duque?— preguntó la joven juntando sus manos, poniéndolas nerviosamente en frente.

—Sientate hija— contestó el hombre. A lo que ella obedeció— Dentro de tres horas estaremos tocando tierra en el puerto de Southampton. ¿Sabes lo que eso significa?

—Por supuesto. Iremos al castillo de Grandchester, donde aguardaremos dentro de tres días, la decisión que tomen los miembros del consejo— respondió la muchacha sin vacilar. Cosa que agradeció el Duque.

—Sabes bien. Fuiste la esposa de Terrence, que era el heredero así que tienes que lucir espectacular. Necesito que te arreglen de manera impecable, estarás lista antes de salir a cubierta. Coreen también–– Dijo de manera bastante seria.

—Así será— exclamó sumisa la muchacha.

Una vez dicho esto, el hombre salio de la habitación no sin antes dar órdenes a Stephenie de la manera en que tendría que alistar a su nuera. Cosa que se tomó muy a pecho la mujer, ya que conocía a la perfección el duro carácter de ese hombre, y claramente no era muy grato hacerlo enfurecer.

—Listo— exclamó victoriosa la joven que con sumo esmero había ordenado de manera perfecta la delicada cabellera rubia de su señora. En cuanto término de colocar un prendedor bellísimo al lado de la joven— Esta muy linda.

Mañana es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora