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—Enfermera rápido, tiene que ayudarme... Esta mujer esta a punto de dar a luz— gritó un doctor que empujaba la camilla donde una Candy sudorosa estaba recostada.

—Doctor, por favor salve a Candy— lloró Tom que corría detrás del médico.

—Por favor espere, nosotros haremos lo que este en nuestras manos. Sabe bien que su esposa tiene un historial médico delicado y no puedo prometer nada...— dijo seriamente el doctor para después salir disparado a donde las enfermeras.

Todo el personal médico hacia su trabajo, las enfermeras acondicionaban la sala para recibir una nueva vida que estaba por nacer. El médico checaba al lado de otra enfermera el pulso y los demás signos vitales que presentaba la mujer.

El doctor respiro hondo y comenzó a decirle a Candy que pujará con todas sus fuerzas. La cual gritaba del dolor que sentía, mientras ponía atención a todas las indicaciones del médico.

—¡Vamos Sra. Candy!, ¡puje!— grito el doctor que estaba muy atento a su trabajo.

—¡Me duele mucho!— se quejó la rubia que estaba roja por el esfuerzo de dar a luz.

—¡Ya viene! Solo un poco más— dijo la enfermera que estaba ayudando al doctor.

Pasaron dos minutos más y un llanto de bebé inundó la sala donde aquellas personas se encontraban.

—Siga pujando... Son gemelos— sonrío el médico sin poder creer tal suceso.

Candy al escuchar esas palabras, tenía ganas de llorar porque era la madre de gemelos. Dos hermosos niños.

Ella siguió el mismo procedimiento que le ordenó el médico, y emitió un grito demasiado fuerte que indicó el nacimiento de su segundo bebé. Esta vez fue un grito un tanto más débil que el anterior.

—Tiene dos hermosos bebés. Niña y niño— le informo el médico a la chica que se habia quedado en una extraña tranquilidad. La rubia solo se limitó a sonreír, sin poder evitar las ganas inmensas de dormir.

—El pulso se está volviendo cada vez más débil— dijo una enfermera tocando la muñeca de la joven— Su respiración esta dificultandose.

—Prepare una inyección. Tenemos que estabilizarla, no podemos perderla— ordenó el médico aun cargando a la bebé— Llévese a estos niños, en cuanto este estabilizada la llevaremos a su habitación.

Tom estaba rodeado de todos sus amigos que rodaban a Dios por la salud de Candy. Sabedores de los riesgos que podría tener su querida rubia, ya que las complicaciones sufridas durante su embarazo afectaron demasiado a la chica.

—Sr. Steven— Lo llamo una enfermera.

—¿Cómo está mi esposa y mi hijo?— pregunto inmediatamente llamo su nombre.

—Venga conmigo— exclamó la mujer sin responder a la cuestión del hombre.

Un sudor frío atravesó a aquel hombre; que pensó lo peor aun cuando era guiado hasta una de las habitaciones.

—Lo llevare a conocer a sus hijos— informo la mujer viendo como una cara de sorpresa aparecía en las facciones de aquel hombre.

—¿Mis hijos?— preguntó el muchacho confundido, ya que no sabía que tenía dos hermosos gemelos por hijos.

—Sí, por favor entré. Son gemelos, una niña y un niño— respondió la joven.

Él no dijo nada, solo se limitó a seguir las ordenes de aquella bella mujer. Y se acercó hasta donde unos angelitos estaban acostados en una cunita.

—Se ven hermosos— dijo Albert apoyando su mano en el hombro de Tom— Felicidades, se lo merecen. Verás que Candy estará bien.

—Eso espero, de verdad. Sabes que el médico nos advirtió que Candy estaba muy mal, y esa joven le hizo un gran daño con sus palabras— respondió Tom bajando la mirada, y perdiendo poco a poco sus esperanzas.

—No te preocupes, Candy es muy fuerte y no se va a dejar vencer por algo así. Estoy contigo en todo momento— dijo el rubio sonriendo.

—Gracias...— respondió al momento que recibía en sus brazos a su niño. El cuál tenía unos profundos ojos azul claro, facciones delicadas y una ligera capa de pecas en su nariz. Mientras que la niña poseía los ojos esmeraldas de su madre, pero ella no tenía sus pecas.

—Que lindos son— exclamó un Albert alegre que veía llorar a un gran amigo.

Mientras tanto, en una cama de hospital, una bella dama dormía sin siquiera ser participé de todo lo que se vivía alrededor. Ya que ni siquiera había podido conocer los bellos rostros de los angelitos que tiene por hijos.

Todo estaba en paz y tranquilidad como nunca antes podía haber sido, y Candy era rodeada de toda esa repentina calma; aunque no era lo único que la rodeaba, ya que unos fragmentos de su vida pasaban tan repetitivamente como habían venido haciendo durante varias noches seguidas. Pero esa noche era distinta.

Rosas... Eran rosas lo que se podía apreciar, que se movían al ritmo de la música tocada en el interior de una gran casa. Era la celebración donde se presentaba a la Srita. Candice White Andley como la hija adoptiva del gran patriarca.

Un féretro. Inmensa tristeza. Era Anthony... Pero ahora no, ahora era Terry. La rubia danzaba con un ritmo único hasta donde se hallaba ese féretro. Ella vio como todo él ya no estaba vivo, y su color vivaz en el rostro ya no estaba presente. En su lugar había un pálido terrible.

Ojos azules... Ojos que no se abren, no lloran. Aquellos ojos que miraron, que brillaron entre la bruma del océano un año nuevo. Ojos profundos que no volverán a cautivar. Mar profundo que se ha secado tan salvajemente.

Brazos fuertes... Que con sus manos ahora débiles jamás volverán a tocar. Brazos que protegieron, que abrazaron y cobijaron cuando ella estaba enfrentando sus peores miedos; que abrazaron en un momento de entrega total con un solo beso. Que suplicaron con tan solo rodear su delicada cintura. Y manos... manos que sujetaron y apoyaron; manos que siguieron una sincronía con los pies, al bailar un día de mayo...

Labios... Labios que hablaron, labios que besaron, que sonrieron y rieron. Aquellos pétalos que acariciaron los delicados labios de ella, que hablaron con ella y pronunciaron las exquisitas palabras que componían su nombre. Labios que rogaron verla; que rogaron fuera feliz, que la llamaron...

Todo él estaba muerto... Todo él ya no estaba, o quizá sí, pero en otro mundo, en otro lugar sumamente lejano al que ella todavía pertenece. Pero estaba a punto de recorrer el mismo camino, cuyo final sería cuando al encontrarlo.

Pero no eran sus únicas facetas presentadas. También había dos niñas corriendo por el campo y la nieve, jugando con un niño un poco mayor que ambas. Ella pensó que, en vez de ser las dos amigas, eran sus dos hijos. Seguramente debían ser hermosos.

Candy abrió los ojos verdes y profundos. En ellos se veía dibujada una sonrisa, y con pequeñas lágrimas abrió su boca para pronunciar unas últimas palabras.

—Soy inmensamente feliz... La más feliz que haya podido ser jamás. Gracias Dios mío por la maravillosa vida que recibí. Gracias por mi esposo y mis hijos, mis amigos que son como hermanos... Gracias— dijo Candy con una sonrisa, que poco a poco iba desapareciendo al tiempo que sus ojos se cerraban.

La enfermera ingreso a la habitación para tomar el pulso de su paciente, pero se dio cuenta que su corazón ya no latía así que corrió apresuradamente a buscar al doctor. El cuál negó con la cabeza, confirmando lo que la muchacha ya sabía. Candice White había muerto.

Tom permanecía en la cafetería del hospital al lado de Annie, Albert y Archie así que todo ese grupo de amigos fue informado muy dolorosamente de la situación que se estaba viviendo. A lo que ellos al principio se negaron, pero después se resignaron a que aquella gran amiga, ya había muerto.

Guiada de la mano de su esposo, Annie se dirigió a la mansión Andley para arreglar todo lo del funeral al lado de su marido. Que irónico, hacia menos de un día se encontraba organizando todo para un baby shower, y ahora todo para un funeral. 

Mañana es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora